Vuelve a la palestra, suma centímetros, bytes, amigos, enemigos, defensores y detractores. Si, nuevamente el fulano diálogo y la densa y oscura niebla que acompaña a sus proponentes, se hace presente en las discusiones del día a día de los venezolanos, en la búsqueda definitiva a la solución de la crisis humanitaria que enfrentamos.

Sorprendidos en su buena fe, aquellos ciudadanos que nada tienen que ver en la iniciativa y que asoman el apoyo a la opción de dialogar con el desgobierno y critican a quienes se oponen y rechazan esa posibilidad.  Lamentablemente caen en la trampa de quienes con intereses inconfesables, hacen todo lo que esté a su alcance para imponer una agenda que bajo el formato propuesto, solo beneficia al bando contrario de quien dicen representar.

En efecto, quienes hacen comparsa al clamor desesperado del desgobierno por legitimarse sentándose en una mesa con quienes se le oponen, dicen representar o ser parte de la oposición y afirman tener el mismo objetivo que la mayoría opositora, lo cual ante los hechos, queda en clara evidencia que no es así. No obstante, tras bastidores lo proponen como la única salida, poniendo ejemplos históricos incompletos y escritos a conveniencia, que muestran una sola cara de cada historia, jugando así con la natural esperanza de la mayoría ciudadana que anhela ver una luz al final del túnel.

Lo que propone el desgobierno y quienes lo secundan usurpando la supuesta representación de la oposición, es nuevamente un formato sin condiciones.

Es sentarse a la mesa a negociar con el único fin de lavar su cara y legitimar lo que ha sido el continuo y sistemático atropello de los derechos de millones de venezolanos. Pues bien, se trata de dar piso y reconocimiento a una instancia que como la Asamblea Nacional Constituyente (ANC),  ha sido desconocida por la abrumadora mayoría del mundo democrático,  y de consolidar el reconocimiento a una elección que como la del pasado 20 de Mayo, se celebró de espaldas al país, con la sola participación alcahueta de quienes hoy persisten en el mismo papelón.

Sentarse a la mesa, «dialogar» y buscar una ruta que permita reencontrarnos con la democracia, y rescatar el país del despeñadero al que ha sido lanzado; es indispensable, pero nunca bajo la misma escena ni con los mismos actores, ni con el mismo guión tipo monólogo, que amenaza con ser un «culebrón» más, que pasará sin pena ni gloria porque no va a resolver los problemas de la gente, ni mucho menos logrará el objetivo de la reconciliación del país.

El único diálogo posible debe comenzar con señales claras del desgobierno que permitan anticipar que no vamos al mismo juego, arrancando por ejemplo con la liberación incondicional e inmediata de todos y cada uno de quienes están privados de libertad por razones políticas; continuando con la reestructuración del Consejo Nacional Electoral (CNE),  dando cabida a una ecuación equilibrada en su composición y no la abierta parcialidad gobiernera que hoy allí impera; todo lo cual por supuesto, debe derivar y concluir en la convocatoria a elecciones generales transparentes con veeduría y observación internacional amplia y creíble, como válvula de escape a la creciente crisis de múltidimensional en la que estamos sumergidos.

El único diálogo debe excluir a mediadores y facilitadores contaminados y ajenos a la búsqueda sincera de una solución, que solo apuestan a alargar la vida de un desgobierno moribundo e inviable, y a seguir sacando provecho de la división y la confrontación.

El único diálogo conducirá a lo inevitable, y a lo que tarde o temprano ocurrirá, que es despertar de la pesadilla y superar el accidente histórico que hoy encarna Nicolás Maduro y su desgobierno. Por eso la resistencia y las maniobras de quienes serán superados y solo quedarán en la memoria colectiva como un mal recuerdo y como los protagonistas de un desastre político, económico, social y moral, que pudo evitarse.

Cástor González

Abogado

Presidente del CPFC

@CastorGonzalez


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