La historia oficial del cine reconoce dos grandes vertientes. La primera, derivada de los Lumière, sus inventores, es el registro de la realidad, tentación inevitable en un medio tan experimental. La segunda, debida a un mago de feria llamado Georges Méliès, es la de la ficción y lo imaginario. La segunda siempre llevó una ventaja considerable, el cine ?heredero del circo y el teatro? es ante todo espectáculo popular y distracción. La mera copia de la realidad evolucionaría en varias direcciones y originaría lo que se llamó el documental. Más allá de su importancia en la historia del cine, y la historia a secas, fue en general relegado a los guetos de los cineclubes o los festivales. Nadie o al menos muy pocos iban al cine a ver un documental.Por suerte para todos, vino la televisión, y el cable y los Netflix y Youtubes de este mundo con lo cual el género finalmente recibe la difusión que merece por herencia y dignidad. Los ejemplos son muchos, pero hay un director que despierta la atención tanto por la calidad como por la frecuencia con la que acomete sus temas. Y debiéramos agregar que sus temas siempre tienen que ver con el caótico y fragmentario en que vivimos. Y, de paso, despachando a puntapiés la cultura autoritaria de la era Bush. Se dio a conocer en 2005 con una película que se llamó, en su versión inglesa Enron, los tipos más listos en la habitación. La película desmontaba el fabuloso fraude. Enron, una compañía de energía que registró entre 1990 y 1998 un crecimiento de 311% y era considerada por auditores y prensa como la niña bonita de la Bolsa, hasta que dio quiebra dejando en el aire, 63.000 millones de dólares (casi digno de Giordani). La película, que se ve como un policial, mostraba el estilo afilado de Gibney, que alternaba la historia con documentos de época, entrevistas de los momentos de gloria y entrevistas a víctimas y victimarios.Si algo hay que reconocerle a Gibney es su sagacidad y puntería en sus juicios contra la verdad oficial del momento. Dos años más tarde, realizó Taxi al lado oscuro. En aquel momento que analizaba, al menos un año antes de los escándalos de la prisión de Abu Graib, las prácticas de tortura y desaparición del ejército americano. El estilo era el mismo, pero el punto de vista cambiaba. Gibney reconstruía la ordalía de un taxista que resultaba muerto por estar en el lugar equivocado en el momento incorrecto, pero ese hilo conductor se ampliaba y ponía en cuestión toda la política exterior del momento.Mucho más divertida era Gonzo. Vida y hazañas de Hunter S. Thompson. El tal Thompson es un periodista pero no cualquier periodista. Su estilo (el famoso Gonzo del título) descarta la objetividad y hace de los libros de Thompson una aventura mucho más literaria que real. Tomando este contexto Gibney seguía la peripecia del personaje, que obviamente lo fascinaba, para dar cuenta de sus excentricidades (ultraliberal, crítico de Nixon, admirador del Che Guevara, a favor de la legalización de las drogas, candidato a gobernador en broma).En 2010 dio cuenta de la caída de Elliott Spitzer, el también liberal ex gobernador de Nueva York, que en su anterior cargo como fiscal se había atrevido a ir contra las grandes casas de bolsa. A Spitzer lo perdió su afición a las prostitutas de lujo, pero Gibney tenía la audacia y la inteligencia para separar esa debilidad del peso del personaje, su pasado político y el posible futuro que hubiera tenido, amén de captar con la crueldad del caso el momento en que los paladines del capitalismo salvaje se regodean con su ruina. Era otra suerte de policial investigativo que mantenía en todo momento la atención del espectador.El hambre de Gibney por la actualidad no se detiene nunca, ni su gusto por analizar las situaciones de caída en desgracia, o directamente del mal en la sociedad. En 2012, Mea máxima culpa era una exploración bastante siniestra en los casos de pedofilia de la Iglesia católica americana y más que eso su torpe, tardía e incorrecta respuesta. Al año siguiente la emprendería con la leyenda de Lance Armstrong, el héroe del ciclismo y de la supervivencia contra el cáncer que terminaría confesando que sus éxitos deportivos se debían al consumo de drogas prohibidas en La mentira de Lance Armstrong. Ese mismo año salía Robamos secretos: la historia de Wikileaks, que no solo contaba la historia de la célebre organización, sino además analizaba, bastante críticamente, la personalidad de su fundador y vocero, el muy célebre Julian Assange. Y este año salió Hablando claro: la cientología y la iglesia de la verdad, otro tema que viene como anillo al dedo al director, en el que traza la historia de la discutible organización, sus muy desaconsejables prácticas y el celo con el que cuida a las celebridades practicantes (Tom Cruise y John Travolta). En suma, un director a tener en cuenta siempre.


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