Nadie podría dudar del indiscutible magisterio lexicográfico de Francisco J. Santamaría. Autor ampliamente venerado en los estudios sobre el español americano, padre de la diccionarística mexicana moderna, escritor de sapientes vuelos y nombre cúspide de buen hacer literario, su obra es al día de hoy recordada fundamentalmente en su vertiente lingüística.Su erudita gestión de investigación léxica lo llevó a poner punto final a dos realizaciones monumentales: el Diccionario general de americanismos (1942) y el Diccionario de mejicanismos (1959). El primero de estos trabajos, obra en tres volúmenes, reeditado en 1948 y del que se espera aún una edición actual, constituye un hito dentro de los repertorios generales sobre el español de nuestro continente. Gana, por la enormidad del corpus analizado y por el rigor documental de la descripción, un sitial de prestigio junto a los clásicos de este género disciplinario: Malaret, Neves, Morínigo, Toro y Gisbert, Steel, Richard y Haensch-Werner, entre otros. Por su parte, la segunda de estas obras representará un estadio de notable ascenso en la dilatada tradición de la lexicografía regional hispanoamericana, compartiendo galardones junto a una pléyade de celebridades: Pichardo, Cuervo, Calcaño, Arona, García Icazbalceta (su preclaro antecesor y su motivador azteca), Batres Jáuregui, Ortúzar, Lenz, Alvarado, Palma, Rodríguez, Malaret, Gagini, Granada, Membreño, Ortiz y muchos más hasta los tiempos recientes. En una consideración aún más amplia, Santamaría debe ser colocado en el rango mayor de los cultores del diccionario, esos cuyos nombres terminan sustituyendo los títulos de las obras mismas y haciéndose sintagma y paradigma de sonora estirpe en el arte de hacer diccionarios: el Nebrija, el Covarrubias, el Baralt, el Grimm, el Littré, el Webster, el Cuervo, el Murray, el Larousse, el María Moliner, etc., etc. Estas referencias han sido puestas nuevamente en circulación gracias al libro La Academia de perfil (Academia Mexicana de la Lengua, 2015), de Adolfo Castañón; escritor, editor y erudito, tres veces maestro y académico. Dedica al lexicógrafo mexicano el ensayo: ?Francisco J. Santamaría. Una presencia cotidiana?, y reúne en este nuevo texto, otros que se presentaron en ocasión del homenaje que la corporación mexicana organizara para recordar el cincuentenario de la muerte del autor del Diccionario de mejicanismos. A modo de luminosa adenda, se ofrece el artículo: ?Bataillon con Santamaría: Un sabio visita a otro?, con el que el ensayo previo, ya muy nutricio en ideas y reflexiones, redondea su final con más elocuencia y perfila con señas de permanencia los juicios sobre el brillante lexicógrafo.Castañón sigue el trayecto de vida y obra de Santamaría hasta sentar a su autor frente a los millares de papeletas con las que levanta los inmensos edificios de su impagable tarea en beneficio de la lengua de América. Concierta sus méritos y lo hace estableciendo relaciones de teoría y praxis con otras experiencias descriptivas ya ensayadas. Dibuja el hacer del sabio y captura su mayor logro en la presencia que su obra tiene en la cotidianidad del usuario común; ese, a quien va dirigido los más grandes trabajos en lexicografía (?Es un objeto tan habitual como necesario para el mexicano electivo tanto como para el nativo semiconsciente?). Caracteriza la empresa de Santamaría con los tintes ciclópeos que en verdad posee y signa la tarea del estudioso como la de un observador de la lengua viva. También, como uno que no desaprovecha la labor de observación previa de autores anteriores. Su innovación radica en saber observar (o en saber escuchar, diríamos nosotros, como dotación fundamental de todo lexicógrafo) y en producir con esa observación, suya o ajena, el prodigio compilador y explicativo de sus dos grandes diccionarios. Para Castañón, el asombro frente a los monumentos deviene en rasgo impostergable de evaluación: ?Asombrosos: por su abundancia de voces, por la inteligencia y sagacidad con que el lince tabasqueño trenza los cabos sueltos de las fuentes aborígenes, aztecas, nahuas, mayas con los hontanares de las voces castellanas arcaicas y modernas, por la sutileza e inteligencia con que sabe hacer llegar a la superficie de la definición la palabra extraída, como un pez vivo del contexto literario o poético de donde proviene?.La mirada benefactora que posa el crítico sobre la complejidad lexicográfica de Santamaría arribará al establecimiento de principios de teoría sobre diccionarios y  los facultará para que en ellos se entiendan verdades sabias sobre la naturaleza de este singular tipo de obras.  Castañón califica de Atlas al elaborador lexicográfico: ?Santamaría surge en mi imaginación como una suerte de Atlas que sostuviera el mundo americano ?con sus indigenismos, criollismos y mestizajes múltiples? sobre sus propios hombros?. Asimismo, y en esto se despega de toda consideración tradicional, quiere ver al diccionario como manifestación literaria y comprender las muchas conexiones que guarda con la novela: ?he leído y consultado con el paso de los años los ejemplares lexicones de Santamaría como si fueses novelas?. En esa idea, el diccionario ?y cómo no asumirlo? como objeto lúdico y de divertimento con la lengua (relata que con el escritor venezolano-mexicano Alejandro Rossi se entretenía buscando voces en el Santamaría para comparar acepciones con las que para Venezuela aparecían en los trabajos de Ángel Rosenblat o en los de otros lexicógrafos del español americano). En estos renglones es tan fuerte la incidencia que Santamaría ejercía sobre Castañón que este viene a declarar que ?la vitalidad y la energía de don Francisco en sus diccionarios me hacían soñar despierto?.Un vitalizador soñar despierto para un escritor que sabe que el diccionario es prodigio y maravilla como todos los libros. Sin embargo, sabe, también, que el diccionario es aún mucho más y por ello no deja de preguntarse: ?¿qué no será de un diccionario, y de su compleja maquinaria sustentada por una ingeniería de precisiones y correspondencias??.Logra Adolfo Castañón estas reflexiones de filosofía diccionariológica por su veneración de larga duración de los diccionarios de Santamaría. La presencia cotidiana del lexicógrafo en la vida escrituraria del crítico y el diccionario como fuente imprescindible para conocer el mundo gracias al lenguaje. 


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