La calidad del vino es un valor absoluto. Podemos toparnos con botellas de 3 dólares o 5 o 10 cuya calidad sorprenda o ante frascos de 200, decepcionantes, o que sean, a ese precio, un regalo. Gustavo Choren, comedido y muy aplomado crítico argentino, maneja tres niveles de complejidad en el tema: primero, ‘’la calidad es siempre la calidad, no importa el precio, que pasa a ser un factor secundario. El placer que brinda un vino superior justifica pagar lo que determina el mercado, aunque sea francamente caro. Segundo, el precio es lo único que importa. Existe un valor tope –variable en función de cada consumidor– por encima del cual la calidad no interesa, porque el vino es caro. Tercero, la calidad y el precio son importantes, de acuerdo con un equilibrio razonable. No es ningún mérito beber un vino excelente si se ha pagado una fortuna por él, como tampoco lo es pagar poco por un vino malo’’.

Un vino con buena relación precio/calidad es aquel que nos ofrece la mayor suma de placer posible pagando por él un precio que cada cual tendrá, según su punto de vista y el alcance de su bolsillo, como justo. En la medida que el consumidor se entrena y le da la pelea al mercado, muchas veces especulativo y deshonesto, este criterio lo afina y anda de góndola en góndola, cazando vinos “satisfactorios” a buen precio. La evaluación de una correcta relación precio/valor viene dada por cuestiones como las siguientes: la ocasión en que será servido el vino; el plato que le servirá de compañía; la cantidad de botellas que se requieren, dependiendo del número de personas que asistirán al ágape, aquí, dicho sea de paso, se debe ser muy flexible con la calidad y severo con el precio; el perfil de los invitados. Todas estas consideraciones han de ser tomadas en cuenta, ya que cada circunstancia requiere de una disposición determinada. Pocas cosas hay tan gratificantes para el aficionado como descubrir un buen vino, según el alcance de su bolsillo, a precio razonable. ¡Salud!


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