En la columna de la semana anterior, conocimos algunos consejos dirigidos a los venezolanos de los inicios republicanos. Vimos cómo se enseñaba a caminar y a conversar durante las décadas de 1830 y 1840.Se advierte en esos consejos la atención que se otorgaba a la convivencia en sociedad. Había interés en mostrar al venezolano cómo hacer para respetar a los demás. Se trataba de poblar las ciudades, por un lado, pero también se buscaba inculcar principios de civismo a esos habitantes. No los guiaba el interés por una vana apariencia. La preocupación descansaba en una genuina preocupación por Venezuela.Los manuales siguieron apareciendo. Sin embargo, no me voy a detener en este momento a enumerar lo fundamental de cada uno de ellos. Ese cometido lo he cumplido en el libro que publiqué en 2005, el que menciono en la columna del viernes pasado. El día de hoy voy a avanzar algunas décadas. Siendo así, hago un alto en enero de 1865.Ese mes se leyó en un diario caraqueño un escrito que titulaba «Modo de andar las mujeres». No se indicaba el nombre del autor, pero algunas expresiones soltadas aquí y allá dejan ver que la información fue tomada de un impreso español.El escritor arrancaba su acometida sin escudarse en rodeos: «Pocas son las mujeres que saben andar». En puntuales opiniones ?que hacía suponer muchas lunas dedicadas a observar el comportamiento mujeril? nuestro hispánico autor había madurado varias pinceladas.La primera verdad que ofrecía a sus lectoras era: «andar no quiere decir mover los pies hacia adelante, sino moverse con gracia y obedeciendo a una ley de armonía que no es posible precisar». El segundo convencimiento quedó mejor sintetizado: «una mujer aprende a bailar, pero no a andar». El tercer planteamiento proponía que andar «no es moverse pesadamente, no es descansar el pie en el suelo inclinando el cuerpo sobre el pie que descansa, con la regularidad de una péndola».En este punto, las lectoras habrán estado ávidas de orientaciones más precisas. Y es que había llegado el exacto momento para recibir la lección del día. Ahí se enteraron de que al caminar había que «hacer uso de sus pies con inteligencia y gracia, es subyugar el cuerpo a la voluntad de los pies, es dar el tono, armonizar el rostro, figura, trajes, adornos, etc. con el movimiento de su marcha».Para que no haya duda sobre la autoría a la que he aludido párrafos atrás, se citaba el lugar donde las mujeres caminaban como en ninguna otra parte. En ese sentido léase lo que sigue: «pero en España generalmente se sabe andar, sobre todo en Andalucía».La moda, desde luego, tenía mucho que hacer en esto de caminar como es debido. En este punto la reflexión del autor debió llevarle días de meditación. De esas reflexiones derivaron estas conclusiones:»Los vestidos largos o de cola, son de moda por algo. Entre otros, tienen la ventaja de ocultar los pies defectuosos o vulgares. Extraña sin embargo que las que no tienen motivos para ocultarlos, hayan adoptados semejantes vestidos; pero observarlas bien y veréis qué gracia, con qué oportunidad descogen (sic) el velo que guarda sus diminutos pies».El momento en el cual el caminar femenino era sometido a la más dura de las pruebas se producía en día de lluvia. El consejo del autor para superar ese obstáculo no pudo ser más puntual. «Cuando llueve, la mujer que no sabe andar se recoge el vestido con tan poca gracia, que va hecha una madeja y mancha a todos los que pasan a su lado». Por el contrario, la que sabe andar «ni mancha su falda ni salpica a nadie: primero, porque su traje está intacto; después, porque todos se alejan para admirarla».Todos los comentarios que he ofrecido me sirven de apoyo para ilustrar una de las representaciones femeninas que cobró forma en el siglo XIX. De acuerdo con esa manera de entender al sujeto femenino, una mujer debía dar más importancia a la mirada del otro que a sus propias urgencias del momento. Era de valor ser admirada aunque le cayera encima una lluvia torrencial.No vaya a creerse que los hombres no estuvieron dedicados, como lo pudieron estar las mujeres, en el cuidado de su apariencia física. Sin embargo, quien ganó la fama de coqueta e inclinada al lujo fue ella, mientras que él salió generalmente incólume de la censura social.Muchas personas a quienes comento que los hombres se maquillaban con polvos y coloretes hasta casi finalizado el siglo XIX y, por añadidura, usaban pelucas, muestran asombro. Reaccionan de esa manera porque piensan que sólo las coquetas se valían de la cosmética para hacer más llamativos sus rostros.Trato de imaginar cómo haría una venezolana que tomó el camino de La Guaira a Caracas el sábado 8 de abril de 1865. Una de las paradas obligadas cuando se subía a la capital estaba en Guaracarumbo. En ese punto se hacía la remonta de las mulas y los pasajeros descansaban y tomaban un alimento ligero.Pues bien, el día que indico comenzaron las lluvias. Uno de los afectados envió una carta a las autoridades para que aceleraran los trabajos de recuperación de las vías. Procedió de esa manera porque el efecto de las precipitaciones fue pavoroso. Pero mejor leamos parte de esa comunicación.»Por el camino viejo no hay recua que pueda pasar, porque de Torquemada a Maiquetía se han reunido la tierra y las piedras derrumbadas de ambos cerros, y obstruídolo completamente. Por el camino nuevo o carretero, tampoco hay próxima esperanza de tránsito, pues desde Guaracarumbo a La Guaira se ha hundido el camino por efecto de las aguas que, descendiendo de las lomas con violencia extraordinaria, corrieron en aquella dirección».Me pregunto: ¿alguna señora o señorita que estuvo en algún coche de los que hizo alto en Guaracarumbo, habrá cuidado de no manchar su falda ni salpicar a nadie, como aconsejaba el cronista español que hemos leído? [email protected] 


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