El universo del vino tiene en sus pares dulces una pequeña pero deliciosa galaxia. Nombrar orígenes como Sauternes, Tokaji, Jerez, Málaga, Oporto, Madeira, Barsac, Banyuls, Vouvray o Jura; hablar de Vin Santo o Recioto della Valpolicella en Italia, Ice Wine en Canadá, o de los muy populares Late Harvest –cosecha tardía– elaborados en Estados Unidos, Chile o Argentina, es hacer referencia a productos de una muy particular tipicidad y expresión.

Concebidos para disfrutarlos como aperitivos o al final de la comida como compañeros del postre, su delicadeza y complejidad realmente son capaces de acercarnos a sensaciones de placer inigualables. ¿Por qué? Porque difícilmente exista un alma sensible que se niegue a la seducción de los sabores dulces, más aún cuando ese dulzor es refrescado por una acidez vibrante capaz de equilibrar la fuerza y densidad del azúcar y el carácter punzante del alcohol.

Vale recordar que los vinos dulces forman parte de una selecta familia, sobre todo en Europa, íntimamente ligada a la gastronomía. Su consumo con frutos secos, dátiles, quesos, patés de foie, terrinas, postres y pastelerías de diversos estilos, es costumbre de mucha raigambre popular. Nuestro mercado apenas se inicia en el conocimiento de este tipo de vinos, pero goza de un paladar genético que gusta enormemente de este tipo de sabores. Su untuosidad, sus aromas cercanos al “melao” de papelón y al almíbar de azúcar, la limpieza natural de nuestra miel de abejas, y los sabores de nuestros dulces criollos como el de higo, lechosa, hicaco, toronja o de limón, del juan sabroso, el majarete o el bienmesabe, funcionan increíblemente bien con estos vinos. De hecho, nuestra dulcería elaborada con “melaos” de papelón hace buena alianza con oportos Tawny 10, 20 o 30 años, y los elaborados con mieles de azúcar funcionan muy bien con jereces dulces. El mejor vino para postres a base de chocolate posible en Venezuela es el Málaga Virgen Dulce de López Hermanos, cien por ciento Pedro Ximénez.


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