En 1994, en los campos de Viña Carmen, del Alto Jahuel -interesantísima bodega, que, extrañamente,  nunca ha estado presente en el mercado venezolano-, comienza el vidueño carménère su intensa historia. Fue Jean Michel  Boursiquot, ampelógrafo francés, quien, caminando entre los viñedos de Carmen, dijo que eso que estaba cultivado como merlot, pues no era tal. Alvaro Espinoza –por ese entonces enólogo jefe de la viña- comienza a vinificar ‘eso otro’. Hizo posible así las primeras cosechas de vino cien por ciento carménère.

El carménère tuvo sus años de gloria en Burdeos antes de la crisis de la filoxera en 1860. Luego de ésta, no fue replantado en gran cantidad. Difícil de trabajar en el viñedo y con un ciclo de maduración tardío, fue literalmente expulsado de los campos de Aquitania y sustituido por el más fuerte y rendidor merlot. A mediados del siglo XIX, Chile comienza a comprarle  a Francia las primeras cepas finas para mejorar la calidad de sus vinos. Es en ese momento cuando llega el carménère, sin saberlo, confundido con el merlot. Generalmente, los buenos carménère chilenos son de buen color, taninos redondos y acidez moderada. De madurez tardía, quienes lo cultivan deben esperar  todo lo que puedan, si no se obtendrán vinos con aromas vegetales, problema de este vidueño, dada su tendencia a producir mucho follaje en desmedro de la calidad y concentración de los racimos.

En Venezuela es posible encontrar, todavía, valederos y emblemáticos carménère: excepcionales pero costosos, como el Purple Angel de Montes o el Clos Apalta de Casa Lapostolle; ricos y jugosos y de precio intermedio, como el Montes Alpha y el Cuveé Alexandre de Lapostolle; o cumplidores para el diario como el Canepa Novissimo, Terra Noble o el 35 Sur de Viña San Pedro.

El buen carménère es de aromas intensos a fruta madura, especias y hasta chocolate. Como dice el amigo Patricio Tapia: su intenso color, sus taninos suaves como el terciopelo y su acidez amable, es el premio a la paciencia. ¡Salud!


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