Por encima de explicables conjeturas, una vasta sensación de alivio subrayó el final del encuentro de los presidentes de Colombia y Venezuela, Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro, realizado bajo los auspicios de los presidentes de Uruguay y Ecuador, Tabaré Vázquez y Rafael Correa, en sus condiciones respectivas de presidentes pro témpore de Unasur y Celac.La circunstancia de que estas asociaciones hubieran prevalecido sobre la OEA se originó en la votación insuficiente, con sabor a derrota, de la propuesta de Colombia de deferir a sus cancilleres los diversos aspectos de la situación conflictiva en la extensa frontera colombo-venezolana. Agravada por la deportación masiva de colombianos, la división inhumana de sus familias y el despojo de sus escasos haberes.A este revés diplomático no se concedió mayor importancia en Colombia. En cambio, en periódicos del exterior, concretamente El País, de Madrid, se consideró que con él se abriría la puerta a la intervención de asociaciones más cercanas y propicias al gobernante venezolano. Así, finalmente, ocurrió por la coincidencia de la proximidad personal de sus figuras representativas al jefe del Estado de Colombia, quien de buen grado aceptó la invitación formal que ellos le extendieran.Al parecer, en su seno, al más alto nivel, se expusieron francamente quejas y reclamos para concluir en la propuesta de una reunión inmediata en Caracas de ministros de los dos países para evaluarlos y ver de resolverlos. En palabras del presidente Santos, prevaleció la sensatez, sin perjuicio de haber expuesto cada uno sus convicciones y verdades. Es lo que está sucediendo mientras se escribe el presente comentario, con el fin despejar la frontera de las variadas modalidades de conflicto y ver de normalizarla. A contrapelo de todo lo cual el presidente Maduro ordenó la compra de 12 aviones de guerra Sukhoi más, so pretexto de fortalecer su capacidad aérea de defensa.El tire y afloje, el disentimiento franco o encubierto subsiste mientras se encuentran fórmulas bilateralmente satisfactorias en ángulos críticos Todo, con la obsesión del combativo vecino de retener el poder en próximas y decisivas elecciones y hacer tragar a la opinión mundial condenas arbitrarias y desproporcionadas, como la indignante del líder venezolano Leopoldo López.No cabe desconocer que la ausencia de Estado de derecho en la nación hermana complica mucho las cosas. Así haya prestado su colaboración para conseguir y aclimatar la paz en Colombia, por lo visto a estas horas al alcance de la mano o de las manos concurrentes. Objetivos comunes se echan de ver en la batalla contra el contrabando, el narcotráfico y demás conductas delictivas.Su existencia no autoriza, sin embargo, a presumir culpable a toda una comunidad y mucho menos a toda una nacionalidad, como se hiciera arrojando baldón e infamia sobre los colombianos y tratándolos como escoria digna de ser eliminada. Pueden sonar duras estas palabras, pero más lo son sus consecuencias cuando se les aplican a gentes desprevenidas y humildes, sin capacidad real de reaccionar o siquiera de protestar.Por supuesto, estas debieran ser horas de reconciliación, pero no se debe callar cuando se ha inferido grave e injustificado agravio al prójimo. Por ello mismo, se impone el examen de conciencia.Al parecer, las negociaciones conjuntas de paz con las FARC se acercan a su culminación con el tema clave de la justicia transicional, hasta el punto de haberse rumorado y a la postre realizado el feliz desplazamiento del presidente Juan Manuel Santos a Cuba. Los votos magnánimos del papa Francisco, a su paso por La Habana, debieron entenderse como una especie de bendición a la intensificación y culminación del largo y arduo proceso. Bien merece los empujones necesarios, ventilando y resolviendo los aspectos quizá más conflictivos.


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