Una madurez solitaria. Eso mostraba Samuel desde niño. Su padre era culto y dinámico, valiente y huracanado. Pero no tenía la madurez de Samuel. Quizá por eso Samuel es también hijo de Samuel. Él se conduce y se enseña a sí mismo apelando a los mejores recuerdos.

Su padre y yo éramos como hermanos a causa de la sangre periodística, esa angustiosa condición que rechaza todo secreto.

Por eso tengo presente y nítida la imagen del pelirrojo niño Samuel, como si recordara a un sobrino cuya mirada melancólica era un criadero de poesía. Más bien un barco a merced de las aguas espirituales. Porque su padre le reveló eso: que había algo más.

Sus ojos nuevos eran unos criaderos de preguntas y de poesía, y lo que veía con ellos le descubrió que en efecto había algo más. Creció convertido en interrogante. Camisa, pantalón, zapatos y preguntas.

―Prepárate, que llegó Samuelito.

Antes de ir a la universidad ya había exprimido todo lo que uno pudiera decirle y explicarle. Todo el gusto y el enamoramiento de uno por las palabras. Y mantenía su propia bitácora.

Antes de publicar un libro fue padre y recibió el esplendor de su hija, que sin duda alguna debe haber sido el primer puerto seguro de su existencia como barco. “Quizá lejos del agua / pueda ser otra cosa / no un barco” dice el final del primer poema de este libro que se titula Espesa marea. Que es su segundo hijo y estamos presentando hoy con el deseo de que sea leído porque es una categoría sentimental.

Sentí mucha alegría al saber que había publicado Espesa marea, porque al igual que todos sus amigos, he compartido su lucha interior por hacer surgir entero al poeta que siempre ha sido. “Nunca supe a qué vine / qué me trajo”, dice el segundo poema. Y en el quinto poema se lee:

“Todo inicio, los primeros pasos

La gana de cubrir una distancia

La voluntad que imantan las islas

Eso que de algún modo quería echar a andar

Comienza a perder oleaje”.

No pretendo mostrarles todo el libro, pero debo expresar la admiración hacia la autenticidad de Samuel como poeta, quien ha logrado extraer la más honda poesía que hay en su ser. Una poesía cargada de belleza, meditación y sabiduría.

De repente salta una línea que lo contiene todo: “Ninguna ola culmina su viaje en la ola”.

Y otra que dice “Se va al mar para ir al mar”.

Hay una sabiduría antigua y transparente en estos versos:

“Las estrellas que nos muestran la ruta

de vez en cuando se apagan

e implica un esfuerzo enorme

tener que subir uno mismo a encenderlas”.

En fin, he aquí el asomo de un joven poeta que termina una etapa de su vida y comienza otra, tan trascendente como nacer de nuevo, porque señaliza el momento en que el hijo pasa a ser padre y el barco se torna caballero para avanzar en tierra firme, donde también hay tormentas y oleajes.

Esa tierra firme cotidiana, donde hay que lanzar palabras al aire y hacer que se posen con la precisión de la dulzura en la poesía, en la hija, en todas las ramas que la vida extienda.

Debo confesar que el último poema, “Carta a papá en su isla”, me derrotó, me estremeció y me alivió el alma también. Tuve que comenzar a leer todo como quien nada asustado hacia una orilla, porque la intensidad de aquel sentir actúa en forma de remolino. Todo sentimiento ajeno, por muy distante que se encuentre, puede alcanzarte y arrancarte un pedazo.

“Estabas allí, papá, en la playa, con tus sorderas viejas, con tu memoria muda, asaltado por esos silencios que siempre fueron tuyos. Para decir adiós, comenzaste a hablar y al mismo tiempo sacabas cosas de tu saco: una linterna, una navaja, una brújula que venía aún con marcas de lodos anteriores, sumergimientos, roces de esfuerzos por trazar algún camino y muchos regresos”.

Creo que es un honor para mí estar hoy aquí con Samuel y sus hijos. Asumo la emoción y el orgullo que ello me causa. Porque yo vi venir esa poesía. Como un canto hechicero y como una flecha disparada por el horizonte marino; y jamás aparté el pecho. Como todos sus amigos, me limité a decir “allá viene Samuel”. Y vino.

José Pulido

(“Espesa marea”, palabras de la presentación en Librería Kalathos, Caracas, el 27 de junio de 2014).

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“Soy Ulises”, podría declarar la voz de este poemario en cualquier momento. Y entonces tendríamos que preguntarnos, pero cuál de ellos, ¿el que parte?, ¿el que vuelve veinte años después? Y responder que las batallas con los elementos evocan al primero para que quien llega a tierra, entre al fin con todo lo que el viaje le ha regalado. Lo más preciado, el éxodo hacia el fondo de sí mismo en pos del Tesoro: despedirse del padre (el entrañable “Gurú”) de una isla sin espacio ni tiempo. Viaje iniciático, fábula, relato de aventuras, bitácora de ultramar, son todas formas de una lengua apacible, segura, que echa a andar decididamente por estas costas.

Teresa Casique

(Texto tomado de la contratapa de Espesa marea).

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He leído varias veces, incluso días mediante, intentando sintonizar sin que el miedo, el breve, el punzante, me interrumpa, asombrado de la placidez de este diálogo. Que intuyo solo ahora comienza, pues el mar que lo ha hecho propicio invita a ser navegado, no niega reencuentro e isla pero aconseja elaborar bitácoras propias. Me es imposible también, hasta hoy, leer sin sobresalto lo que Odiseo, aplomado, dice a Telémaco al hacerse reconocer: “No soy un dios, soy tu padre”. No lo dice en palacio, se encuentran por fin uno al otro en el rancho de Eumeo, el hombre de los cerdos, y ya en la isla. No tengo cómo medir todo lo implicado en tanta sencillez, en palabras y ámbito tan llanos, como si así de prístinas se volvieran tan intrincadas emociones. Este poema me ha recordado eso, me devuelve a esas “cosas” de las que en realidad no podemos ni sabemos ni queremos ni debemos soltarnos, pero acá es el hijo el que habla con la limpidez del mar confiable, quizá porque no es este el reencuentro sino la visitación del que se despide y no trabuca su rictus ni su pata de palo en la boca.

Jaime López-Sanz

(Texto tomado de la contratapa de Espesa marea).


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