Manuel Silva-Ferrer, especialista en temas de cultura y comunicación, ejerce en la Universidad de Berlín, Alemania. Es autor de El cuerpo dócil de la cultura. Poder, cultura y comunicación en la Venezuela de Chávez (Iberoamericana Vervuert, España, 2014), libro que originó el intercambio que sigue a continuación.

—Entre otras cosas, su libro documenta los usos abusivos e unilaterales que el régimen ha hecho, tanto del espacio y las instituciones culturales, como de la comunicación. ¿Estamos autorizados a pensar que una parte de la sociedad venezolana recibió esas formas de dominio, no solo sin resistencia, sino hasta con aprobación?

“Para comprender eso que tú describes como aprobación, es necesario apuntar que existe adhesión al poder, y no solo aceptación pasiva y resignada por parte de aquellos sobre los cuales se ejerce. Recuerda que el chavismo contó en sus inicios con un enorme apoyo popular, que no venía solo de los sectores más pobres. Y que la mutación del sistema de la comunicación, para hablar de un caso emblemático, comienza como reacción al papel no muy santo jugado por los propios medios durante el golpe de Estado de 2002, y la posterior parálisis de la industria petrolera. Así que allí hubo, sin duda, aprobación de una parte de la sociedad.

Esto es algo difícil de digerir para muchos en la oposición, quienes olvidan o desconocen el rol jugado por varios de esos medios, sobre todo de la televisión, en su histórica labor de erosión de la cultura y la política que, precisamente, favoreció el ascenso de Chávez. Por eso no fueron pocos los que aprobaron con silenciosa aquiescencia el cierre de RCTV. En medio del caos que hoy nos arropa, algunos olvidan de dónde venimos. Yo creo necesario recordarlo, aunque pueda sonar hoy fuera de lugar. De lo contrario, estaremos condenados como Sísifo, a subir la cuesta una y otra vez. A celebrar, en caso de que logremos un retorno a la democracia, a los Granier y los Cisneros como los grandes mecenas de las libertades públicas y la cultura del país”. 

—El poder colonizó las instituciones culturales del Estado, estableció políticas de exclusión, benefició a sus prosélitos e intentó erigirse como factor de legitimación. ¿Cree Usted que la estructura cultural del poder logró convertirse en fuente de legitimación? ¿O los mecanismos de legitimación –reconocimientos– pasaron al sector privado?

“Una de las consecuencias de la monopolización de los recursos y las instituciones de la cultura bajo control del Estado, fue su progresivo declive como espacio preponderante de la cultura letrada del país. Algo que muchos no entendían fuera de Venezuela, porque es un proceso que ocurrió justo cuando varias de estas instituciones vivían un ciclo de expansión como resultado del aumento en los precios del petróleo.

Foucault planteaba que las disciplinas del poder aplicadas a determinadas instituciones tienden a crear cuerpos dóciles, por medio del incremento de la fuerza económica y la disminución de esas mismas fuerzas en términos políticos y de obediencia. Un desarrollo que va moldeando lo que él definió como una anatomía política, una mecánica del poder. Esto fue exactamente lo que produjo el vaciamiento de nuestras instituciones culturales, y que condujo al ocaso de su capacidad para otorgar legitimidad y prestigio a los actores culturales. El resultado de ello fue una estampida, una migración de la cultura de la esfera pública a la esfera privada. De allí que pequeños centros culturales alejados del poder estatal, teatros alternativos, galerías, editoriales independientes, etc., son hoy por hoy los lugares donde se lleva a cabo lo mejor y más importante de la producción cultural del país”.

—¿Se ha producido la aparición de una nueva forma de ciudadanía cultural? ¿El artista o intelectual demócrata, analista político, activista de las redes sociales, que denuncia al régimen y lo analiza?

“Luego de dos décadas de ocaso de lo político y de demonización de los partidos, la llegada del nuevo siglo nos encontró enzarzados en las luchas en torno al chavismo. Esa extrema politización, junto a la polarización que partió a la sociedad y al imaginario de la nación en dos mitades irreconciliables, es una de las marcas fundamentales de nuestra cultura ciudadana reciente. Un fenómeno que, a ambos lados del espectro político, abarcó incluso a personas que jamás se habían interesado por los asuntos del país, y que hoy se manifiestan tremendamente comprometidas.

El campo cultural es, por supuesto, escenario natural de estas luchas, que han visto nacer a una nueva generación de ‘intelectuales comprometidos’, que van desde el clásico escritor, periodista o profesor universitario, hasta gente como la pianista Gabriela Montero o el cantante Miguel Ignacio Mendoza, mejor conocido como Nacho”.

—Hay una reacción de carácter político-cultural, en contra del régimen. Un cuestionamiento a las capacidades de sus dirigentes. Más recientemente, ese cuestionamiento alcanza al propio liderazgo opositor. ¿Son comparables ambos cuestionamientos?

“Creo que ambos cuestionamientos son diferenciables. El rechazo al gobierno, que hoy alcanza incluso a enormes capas del chavismo, es resultado de esta crisis inexcusable en que se ha hundido al país. El chavismo ha sido no solo una dictadura formidablemente rapaz y expoliadora, sino también terriblemente inepta e ignorante de los asuntos públicos más elementales. Uno de los últimos ministros de cultura, Reinaldo Iturriza, apenas asumir el cargo declaró con toda franqueza que él no sabía nada de cultura. Eso explica por sí solo este caos delirante, pues lo mismo ocurrió en salud, educación, agricultura, seguridad.

El cuestionamiento que se produce desde el sector opositor hacia sus dirigentes es otra cosa. Es sobre todo frustración, ante la dificultad de los partidos para lograr recomponerse y capitalizar el enorme descontento, la mayoría numérica que somos. Al igual que los partidos, nuestra cultura política fue castrada y toca reconstruirla. El chavismo supo aprovechar muy bien ese vacío, movilizando y politizando a la gente, en una forma perversa, como ya sabemos.

Por otro lado, yo coincido con Ricardo Hausmann cuando dice que el problema es que esta es una dirigencia –yo añadiría que una sociedad– que no está formada para actuar en dictadura. Por eso creo que toca a los más jóvenes aprender de aquellos que conocieron las luchas clandestinas, para desarrollar con mayor creatividad nuevos movimientos de resistencia capaces de enfrentar a este nuevo autoritarismo. Cierto que la movilización pacífica ha dotado de enorme legitimidad internacional a la oposición, que hoy cuenta con el apoyo de la prensa mundial y la comunidad internacional. Pero de esta tiranía corrupta no saldremos tan fácilmente. Para llegar a las elecciones tendremos que sudar mucho, y no dudes que algunos se quedarán en el camino”.  

—¿Dónde ha quedado la autocrítica, entre los escritores e intelectuales que adversan al régimen? ¿Nos ocultamos detrás de las críticas al Gobierno?

“En ambientes altamente polarizados la autocrítica se torna un ejercicio suicida, porque es considerada por los fanáticos como favores al enemigo. Sin embargo, ahora más que nunca es necesaria la reflexión lenta y reposada, para mirarnos a nosotros mismos. Solo así saldremos finalmente de la polarización y podremos recomponer nuestro ecosistema político, cultural y ciudadano. Es muy importante, como te decía al comienzo, no olvidar de dónde venimos, cómo hemos llegado hasta aquí. Esto sucede con más frecuencia de la deseable. Para muchos es como si Chávez vino de otro planeta a destruir nuestro jardín inmaculado. A pesar de todo, a ambos lados del espectro hay ya importantes voces cruzando estos debates. ¿Leíste la entrevista a  Edgardo Lander en el portal uruguayo La Diaria? ¿Viste la entrevista que le hace Hugo Prieto a Erik del Búfalo en Prodavinci? Todo eso suma… Aunque yo diría, que uno de los mayores problemas que tenemos de lado y lado, es esta situación, que es como una especie de divorcio entre pensamiento teórico y praxis política… Fíjate que Maduro, cada vez que está perdido, se marcha a Cuba a coger línea. Aquí, por lo visto, no tiene entre sus huestes a nadie que lo oriente. Eso es un hecho que quedará para la historia, una verdadera vergüenza. Por el lado de los dirigentes de la oposición, cuando se les escucha actuar en público, abordar ciertos temas específicos, uno se da cuenta de inmediato que la mayoría tiene muy buenos community managers, muy preocupados en cómo intercatuar para ganar seguidores en Twitter o Instagram. Pero política, lo que se dice política, hay muy poco, y salvo notables excepciones, el nivel es francamente muy bajo”.


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