Alguna vez, en el lapso de estos tres años de silencio discográfico, estuvo a punto de tomar el teléfono y decirle a Sony Music, su casa disquera desde que comenzó su carrera, que no iba a grabar más. Pero se trataba de Shakira, a quien ningún reto parece quedarle grande.
Cambiada por la maternidad y también por los años de un estrellato en el que se espera que siempre dé pasos en firme y sorprendentes, la Shakira de hoy encontró El Dorado. Así lo dice en la dedicatoria de su nuevo álbum a su familia, que se titula precisamente así.

La alusión al mítico tesoro indígena es clara y la reiteró durante su primera aparición ante un micrófono en estos días del lanzamiento, cuya hora cero para la salida al público era el viernes 26 de mayo.
Varios éxitos previos habían abierto el camino para el disco: “La bicicleta”, que grabó con Carlos Vives y ya obtuvo un par de Grammy Latinos; “Chantaje”, la que hizo con Maluma; y, por supuesto, “Me enamoré”, el sencillo más reciente, que le dedicó a su esposo, Gerard Piqué.
Media hora después del lanzamiento varios países reportaban que El Dorado era número uno en ventas digitales. Y al caer la noche de ese viernes se anunciaba que Shakira volvía a reinar en 37 de ellos. Nada más en Estados Unidos encabeza la lista latina y está en el puesto número dos en la general.

Sony informó que sacaron a la venta medio millón de álbumes físicos en todo el mundo.
Quince minutos antes de esa medianoche fijada como el punto de partida de El Dorado, la barranquillera apareció ante los invitados a un showcase en Miami. Empezó interpretando una versión acústica de “Chantaje”, en un formato que recordaba los antiguos “desconectados” y resaltaba el ambiente de amistad cómplice –lejano de la parafernalia de una megaestrella– que quería transmitir.

Enseguida contó la conmovedora historia de “Toneladas”, uno de los temas favoritos de su hijo Milan. “Fue la primera canción que hice de este álbum, después de ‘La bicicleta’, y la última en terminar. Le di muchísimas vueltas: primero la hice en reggae, luego en pop, después en rock. Hasta que un domingo por la mañana me levanté y dije: Solo puede ir en piano y voz”.

Dijo que buscaba un pianista en Barcelona hasta que recordó que cada mañana, cuando llevaba a Milan al colegio, ella y sus dos hijos oían melodías que venían de un piano de pared en la recepción.

“Sasha, Milan y yo quedábamos hipnotizados escuchando a una de las mejores intérpretes femeninas de piano. Era Laura, la profesora de música de Milan. Así que ese domingo la llamé y le pedí que viniera a mi casa (…). Ese día me dio lo mejor que ella tenía y aquí está, ha venido desde Barcelona esta noche”.

La presentación continuó con un desfile de invitados: Nicky Jam y Prince Royce, con quien grabó “Déjà vu” en tono de bachata, se hicieron presentes para cantar con ella.

Cuando Shakira dejó el escenario ya era número uno en ventas en varios lugares del mundo.

Tenía por delante una maratónica promoción, en la que atendió a periodistas de todas partes del mundo que fueron citados en el hotel Mandarín Oriental de Miami para tener tan solo cinco o diez minutos de sus declaraciones.

—Hay inquietud sobre su giro, demasiado urbano para algunos. Ha coqueteado con muchos géneros, ¿ahora qué ve en estos ritmos?

—El reguetón es uno de los ritmos más contagiosos que hay. Me reconozco como una víctima de ese movimiento y, también ahora, participante, porque aunque mi música no es reguetonera, desde “La tortura” (que interpretó con Alejandro Sanz) empecé a jugar con ese patrón rítmico.

—Sus letras en el pasado tenían muchas más frases y juegos de palabras. ¿Cómo ve su evolución?

—Me he ido simplificando en muchos sentidos. Mi voz también es más simple. No sé si lo notas, pero antes tenía muchas inflexiones. No sé cómo todavía tengo tantos fanáticos, porque escucho algunas grabaciones de antes y digo: Uff, ¿qué me pasaba? Me voy simplificando, me voy decantando, como el vino. Creo que también mi música se va volviendo más minimalista.

—Por ejemplo…

—Una canción como “Chantaje” es el himno del minimalismo en mi carrera: los mismos acordes de principio a fin. Eso estaba casi prohibido en mi vocabulario musical. Y luego, muy pocos sonidos. Es como un cuadro de Miró: rojo, amarillo, azul, de pronto una pincelada de verde y se acabó.

—Este es uno de sus álbumes con más colaboraciones…

—No lo planeé así. Fueron apareciendo los invitados, como cuando uno tiene una fiesta y llegan y llegan más y más, y de pronto no había tanta comida para todo el mundo ni cama para tanta gente, pero se forma el fiestón. Eso fue lo que pasó.

—Fueron llegando…

—Primero fue Carlos Vives, después llegó Maluma y pum: milagro, magia y ¿qué hacer con tanta magia? Pues dos canciones. Después, Nicky Jam. Pues, ¡que pase Nicky Jam! Y otra vez: ¡magia! Y Prince Royce y Magic en “When We Said”. Disfruté mucho de este proceso. Está también Black M, el rapero con quien hice una canción en francés para este álbum. Esto hizo un disco tan ecléctico, tan variado y también con espacio para mi propia música, para canciones como “Nada”, que quizás recuerda mi repertorio más clásico, o temas como “Coconut Tree”, que también está dentro del mismo rango.

—A propósito de lo personal, fueron tres años sin grabar, y usted ha hablado del tiempo dedicado a la maternidad. Y saca un álbum a la luz ahora, cuando se espera tanto de Shakira…

—¿Cómo manejo eso? A ver: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Ahí me lo voy inventando, voy sobreviviendo el día a día y acabo a las 12:00 de la noche, muy cansada. Estoy contenta de hacer de todo un poco, en mi faceta de madre recién estrenada y ahora en la música, con ganas también de cantarle a mi público y de irme de gira. Ya veré cómo puedo hacer todo al mismo tiempo… ¡Malabarismo!


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