Si algo es difícil en el mundo del arte es alcanzar la inmortalidad.

En el mundo de la Ópera es muchísimo decir que algún cantante haya de ser inmortal, que llegue a ser inolvidable. Sin embargo, pocos de ellos así lo son.

Hoy, hace 10 años, muere uno de los más grandes cantantes líricos de la segunda mitad del siglo XX y no queda duda de que a pesar de su retiro existencial, él se encuentra todavía entre nosotros. Así es, Luciano Pavarotti, quien falleció el 6 de septiembre de 2007, dejó su huella imborrable para los amantes del canto lírico y,  para los no tan amantes también, algo inusual. He allí su importancia, su trascendencia.

Mucho podría hablarse en relación con los aspectos musicales  y técnicos de su voz, incluyendo sus desaciertos tanto en los escenarios como en el manejo de su imagen artística, pero resalta el hecho de que su figura logró acercar y conectar a verdaderas multitudes al mundo de la Ópera.

Su descomunal humanidad, su hermoso timbre de voz y su risa que emocionadamente mostraba cada vez que finalizaba cada aria que cantaba brillantemente,  lo convirtieron en un artista conmovedor. Ya la ópera es de por sí el género musical que mayor poder de penetración tiene, porque es canto, teatro y música a la vez, y Pavarotti explotó al máximo ese poder. Supo proyectarse como el icono del mundo lírico moderno. Así quedó demostrado en los records de audiencia y ventas que tuvieron los conciertos denominados “Los tres tenores”, que protagonizó junto con sus colegas Plácido Domingo y José Carreras, los cuales quedaron registrados como los más exitosos eventos operísticos jamás producidos.

Dicho lo anterior, cabe resaltar que su maravillosa carrera artística está llena de registros operísticos realmente extraordinarios. Destacan sus grabaciones interpretando los roles de Rodolfo en La Boheme de Giacomo Puccini, probablemente el mejor Rodolfo de quien se tenga noticias  desde 1970 hasta nuestros días,  su Nemorino en la ópera L’Elixir D’Amor de Gaetano Donizetti, los roles de Ricardo, Ernani y Manrico en las óperas Baile de Máscaras, Ernani y El Trovador, respectivamente,  de Giuseppe Verdi,  Enzo en La Gioconda de Amilcare Ponchielli, por solo citar algunos.

Fue estrella principalísima en los grandes coliseos del mundo, tales como el Teatro Alla Scala en Milán, el Royal Opera House en Londres, el Metropolitan Opera House en New York,  en la famosa Arena de Verona, donde compartió roles con grandes cantantes del firmamento operístico.

Tuvimos el privilegio de tenerlo aquí en nuestro país en tres oportunidades: para la temporada de ópera que tuvo como escenario el Teatro Municipal de Caracas en 1974, el recital en el Poliedro de esta misma ciudad el 18 de diciembre de 1991 y su concierto en la Plaza Monumental de Valencia del 7 de marzo de 1998. De estas visitas a nuestro país, destaca su interpretación en el rol de Rodolfo en la Boheme del 11 de mayo de 1974 en la que el gran divo italiano marcó a la ansiosa afición capitalina con una representación que solo puede calificarse de memorable. El aria principal para el tenor,  »Che gélida manina» está cantada de manera magistral, lo que sin que quepa duda confirma que para entonces se encontraba en su mejor momento vocal. Les proveo el link donde pueden encontrar la grabación completa de esa noche gloriosa de la historia operística venezolana y de la carrera de este cantante colosal: https://www.youtube.com/watch?v=Ycy1-fJRGWI

En los días que corren, Pavarotti sigue vigente. Su timbre inconfundible entonando esas cándidas canciones napolitanas, O Sole Mio, Torna A Sorrento, Santa Lucia, así como las arias de óperas más conocidas,  Una furtiva lagrima y La donna e mobile, se escucha en torno a todo el planeta mucho más de lo que podamos imaginar, lo que equivale a afirmar que él no ha muerto, ya que está dentro de nosotros al ser siempre recordado con el sonido de esas bellas armonías que salieron de su prodigiosa voz. ¿Pavarotti para siempre? ¡Sí, por supuesto!

Agustín Avellaneda Pérez

Abogado. Aficionado a la Ópera.

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