Los zimbabuenses que presenciaron la investidura de su nuevo presidente, Emmerson Mnangagwa, celebraron el primer cambio en el liderazgo del país en 37 años, mientras los activistas y defensores de derechos humanos pidieron cautela y recordaron que es uno de los más destacados aliados históricos de su antecesor, Robert Mugabe.

En el Estadio Nacional de la capital, Harare, con capacidad para 60.000 personas, el público cantó y ovacionó al nuevo jefe de Estado, que fue recibido con 21 salvas de honor y por los aviones de combate y helicópteros de las Fuerzas Aéreas mientras la radio estatal hablaba del amanecer de una nueva era.

“No debemos ser rehenes de nuestro pasado”, recalcó en su primer discurso, que anticipó lo que será su línea política: se movió entre la crítica respecto a la situación actual del país –especialmente en referencia a la herida economía zimbabuense– y una llamada a la unidad para que el país avance, de forma pacífica, por encima de las aspiraciones políticas individuales.

Prometió que en 2018 se celebrarán elecciones presidenciales, tal como estaba previsto antes del estallido de la crisis que comenzó la semana pasada con el levantamiento de las Fuerzas Armadas contra Mugabe y terminó con su dimisión, abandonado por sus más fieles aliados históricos.

El también veterano de guerra, de 75 años de edad, instó a mirar adelante pero también a no olvidar el legado y los valores de los padres de la independencia del país, incluido el propio Mugabe.

Aunque faltó a la ceremonia, el nonagenario ex presidente no solo fue recordado sino reivindicado. Como padre, mentor, líder y camarada lo describió Mnangagwa, quien además expresó su deseo de que la historia le reconozca su papel fundamental como libertador de Zimbabue.

No obstante, apuntó que en los últimos años la política nacional se volvió envenenada y polarizada y que muchos de los problemas que tiene ahora el país, pese a sus recursos extraordinarios, están relacionados con la forma inadecuada en la que se manejó Zimbabue.

La ceremonia contó con la presencia del presidente de Botsuana, Ian Khama, y el ministro de Telecomunicaciones de Sudáfrica. También hubo representación de otros países de la región, como Zambia y Namibia.

Los militares retiraron el arresto domiciliario al ya ex presidente, y liberaron al ministro de Finanzas, Ignatius Chombo, al que detuvieron tras el golpe por ser considerado uno de los principales aliados de la ex primera dama, Grace Mugabe.

Los activistas celebraron la caída del régimen, pero recibieron con cautela el nombramiento de un hombre que, hasta su destitución, había sido miembro de todos los sucesivos ejecutivos comandados por Mugabe desde la independencia.

Aunque Mnangagwa aseguró que gobernará para todos y que el bien del país está por encima de las ambiciones políticas, habló de seguridad para los ciudadanos pero no de derechos humanos, por lo que algunas voces se alzaron contra él en Twitter pidiendo libertad de expresión y tolerancia ante el disenso.


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