Darío Leal trabajaba en una panadería en el estado Sucre. Recibía un ingreso mensual de, aproximádamente, dos dólares al mes. Luego de haber pagado una cuota para cruzar la frontera Colombia Venzuela, con poco más de tres dólares en su bolsillo y con maletas destrozadas, se preparó para caminar 500 kilómetros hasta Bogotá.

El panadero cargaba consigo una identificación del año 2015 al momento de cruzar la frontera. En su rostro se notan diferencias fisionómicas importantes. Pómulos más concentrados, por ejemplo. A partir de ese año empezó a saltarse el desayuno y la cena. No podía costeárselos, de acuerdo con Reuters.

Le pagó a un «arrastrador» para cruzar la frontera. Así se llaman los colombianos que, pago mediante, se dedican a pasar gente de forma ilegal de Venezuela al país vecino.

En ocasiones, Leal se sentaba a descansar bajo un arbol, pero siempre estaba preocupado y alerta. Se le hizo imposible relajarse. Siempre pensaba que la policía migratoria podía aparecer y deportarlo, anulando su travesía.

«Tengo miedo porque aparece la ‘migra’. Es una vaina tremenda, pero la necesidad obliga», indicó el venezolano.

Cuando empezó la migración venezolana por la región latinoaméricana, miles de venezolanos huyeron en avión y autobús. Podían permitírselo. Y rehicieron sus vidas mediante el papeleo legal correspondiente. Ahora, los ciudadanos con menos recursos descubren caminos prohibidos, ríos, rutas abandonadas, se encuentran con contrabandistas. Cargados de bolsos viejos, huyen de la situación venezolana.

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