Sólo nueve países votaron en contra de la resolución de Naciones Unidas que rechazó la decisión de Estados Unidos de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel. Y dos de ellos están en América Latina.

Se trata de Honduras y Guatemala, que se colocaron en las antípodas de los 10 países de la región que condenaron abiertamente la decisión de Washington como parte de una abrumadora mayoría de 128 naciones.

En ambos casos, la advertencia estadounidense de que iba a «tomar nota» de los países que votaran en su contra y tomarlo muy en cuenta a la hora de renovar cualquier ayuda financiera parece haber sido clave.

Pero también hay otras razones que explican por qué las dos naciones centroamericanas también rompieron filas con los otros 8 países latinoamericanos que prudentemente optaron por abstenerse para evitar la furia de la Casa Blanca.

En el caso de Honduras, por ejemplo, la precaria situación del presidente Juan Orlando Hernández prácticamente no le dejó mayor opción a Tegucigalpa.

El mandatario -recientemente reelecto en medio de acusaciones de fraude y con la OEA llamando a nuevas elecciones- tiene en Washington a su principal valedor y el voto del jueves le dio una oportunidad inmejorable para repagar la confianza.

Mientras que Guatemala -que tuvo una embajada en Jerusalén hasta 1980- ha sido históricamente un sólido aliado de Israel, por lo que su voto en contra de la resolución no puede considerarse una sorpresa.

«Parte de la historia de Israel»

Efectivamente, la nación centroamericana jugó un papel destacado en la creación misma del Estado judío en 1947, primero como uno de los 11 miembros de la «Comisión Especial para el Problema de Palestina» y luego emitiendo el primer voto a favor de la existencia de Israel en Naciones Unidas.

También fue el primer país de toda la región en establecer relaciones diplomáticas con el Estado judío.

«Históricamente Guatemala ha sido parte de la historia de Israel (…). Ha sido un aliado amigo de Israel y siempre se ha caracterizado así», recalcó el pasado 7 de diciembre la ministra de Relaciones Exteriores guatemalteca, Sandra Jovel, para explicar el apoyo guatemalteco a la decisión de Trump.

Mientras que la existencia de una influyente comunidad judía en Guatemala, así como el apoyo de las comunidades evangélicas a la causa israelí, seguramente también influyeron en el voto en contra del país centroamericano.

Pragmatismo e interés

Por lo demás, tanto las autoridades guatemaltecas como las hondureñas también tienen razones para creer que su apoyo a Estados Unidos puede tener consecuencias positivas para sus relaciones con el gigante norteamericano.

Estados Unidos es el principal mercado de ambos, la principal fuente de inversión extranjera directa y las remesas enviadas por los migrantes chapines y catrachos que viven allá también son de gran importancia para sus economías, por lo que ambas naciones necesitan buenas relaciones con Trump.

La amenaza de mayores recortes o incluso la suspensión de su ayuda financiera también debe haber pesado fuerte en estos dos grandes receptores de ayuda de Washington.

Según cifras de la agencia de cooperación de Estados unidos, USAID, en 2016 Guatemala recibió cerca de US$297 millones en cooperación, ubicándose como el tercer principal receptor de toda la región y el 11 a nivel mundial.

Honduras, por su parte, fue el cuarto mayor beneficiario en toda América Latina con US$127 millones.

Aunque, para el actual gobierno de este país, mucho más importante que la cooperación financiera es el apoyo político de Washington al cuestionado presidente Hernández.

La delicada situación del mandatario, de hecho, logró hacer que Honduras votara en contra de una resolución ampliamente apoyada por el mundo árabe a pesar de la existencia de una importante e influyente comunidad de origen libanés y siria.

Y el resultado final de toda esta ecuación es que, en el tema de Jerusalén, no hay región más dividida que la centroamericana, pues al voto en contra de Guatemala y Honduras hay que sumar la abstención de El Salvador y Panamá y el voto a favor de Nicaragua y Costa Rica.

Una votación que en cierta forma viene a confirmar la progresiva pérdida de influencia de EE.UU. en una región que, hasta no hace mucho, era considerada como el patio trasero de Washington.


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