Es una tarea titánica: en un sector olvidado de la Gran Muralla, en las afueras de Pekín, un grupo de obreros, sudorosos y armados de asnos y cal, se van relevando para reponer las piedras caídas de esta construcción milenaria.

Este método «a la vieja usanza» empezó en enero, por la presión de la opinión pública. Pues otras obras de restauración anteriores acabaron desfigurando algunas partes del monumento, causando un gran revuelo en las redes sociales.

«Son ladrillos que se desprendieron de la pared original. Los utilizamos para reparar las partes dañadas», explica Li Jingdong, uno de los obreros. La meteorología, el tiempo, el abandono y el paso de millones de personas causaron estragos en numerosas secciones de la Gran Muralla, una de las proezas de la arquitectura construida entre el siglo V a C y el siglo XVIII.

En la parte de la construcción situada en Jiankou, en la periferia rural de Pekín, los obreros se sirven de un montacargas eléctrico para levantar una enorme piedra y colocarla con delicadeza en un trozo de muro derruido.

Emplean una mezcla de agua y de mortero de cal, llevados hasta allí en burro, para adosar las piedras entre sí. A veces, se necesitan 45 minutos para colocar una sola piedra. Un trabajo agotador y relativamente mal pagado: solo 150 yuanes (19 euros, 21 dólares) diarios.

Una cantidad demasiado escasa para vivir en la ciudad, pero que permite llevar una vida decente en las zonas rurales.

9.000 kilómetros

El ingeniero Cheng Yongmao, que dirige las operaciones en Jiankou desde hace 15 años, alaba el nuevo método de restauración. Permite, según él, darle «la impresión a la gente de que el muro es original, como si no hubiera sido reparado».

La «Gran Muralla» atrae cada año a 10 millones de visitantes. No se trata de una construcción continua de un extremo al otro, sino de un conjunto de fortificaciones -algunas muy diferentes entre sí- que se construyeron en lugares y en épocas distintas, para proteger la antigua frontera norte del Imperio Medio.

Desde el noreste de China hasta el desierto de Gobi, en el norte del país, las secciones que quedan de las diferentes murallas se encuentran a lo largo de miles de kilómetros. Si se juntaran, se extenderían por unos 9.000 km.

En 2016, un sector de 700 años de antigüedad situado en Liaoning (noreste) fue restaurado apresuradamente, y el paso que da acceso a su cumbre y que permite la circulación de peatones, fue recubierto de una espesa capa de cemento.

Cuando las imágenes de la obra fueron publicados en las redes sociales, numerosos internautas manifestaron su consternación. Denunciaron que la reparación les había «roto el corazón» y criticaron una «obra hecha por gente que ni siquiera ha terminado la escuela primaria».

«Se romperá de nuevo»

En respuesta a esos fracasos, el Ministerio de Cultura y de Turismo publicó a principios de 2019 un nuevo plan de conservación. Su principio: restaurar las partes dañadas, pero únicamente lo mínimo necesario.

Según Song Xinchao, vicedirector de la Administración Nacional de Patrimonio Cultural, muchos restauradores tienen «ideas estereotipadas» de la apariencia que debe tener la muralla.

«Confunden la restauración de la pared con el desarrollo de una atracción turística», declaró en enero al diario oficial China Daily. Sobre el terreno, algunos obreros se muestran escépticos. «En el pasado, reparábamos todo el suelo de la muralla. Ahora, la idea es reparar menos y dejar más cosas en su estado original», explica Li Jindong.

La nueva normativa permitirá conservar la apariencia original, pero a Li le preocupa que las reparaciones que están llevando a cabo sean duraderas. «La idea es buena. Pero, personalmente, creo que sigue pareciendo dañada, incluso después de la restauración», declara. «Sobre todo las partes que están en pendiente. Se volverá a romper en menos de un año por el paso de los turistas», augura.

En Badaling, una de las secciones de la muralla más cercanas a Pekín, el espectáculo es radicalmente distinto: la muralla, que data de principios del siglo XVI, fue fuertemente restaurado en el siglo pasado y su afluencia recuerda a la de los pasillos del metro en hora punta. A causa de ello, se ha restringido el número de turistas desde principios de junio, y ahora solo pueden visitarla 65.000 personas al día.


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