Con la condena esta semana en Nueva York del narcotraficante Joaquín «El Chapo» Guzmán, Estados Unidos se anotó su mayor triunfo judicial desde que el gobierno de Richard Nixon inició en 1971 la «guerra contra las drogas», que causaron innumerables muertes en aquel país, el mayor consumidor de estupefacientes en el mundo, así como en América Latina, su mayor proveedor.

Fue bautizado «el juicio del siglo», no solo por el éxito que significó la captura del líder del Cartel de Sinaloa en 2016, sino también porque, según los especialistas, el negocio del tráfico de drogas cambió tanto en los últimos años que es poco probable que en un futuro cercano un jefe narco latinoamericano acumule tal grado de poder.

«El viejo mundo de los grandes carteles que monopolizaban el tráfico de cocaína y marihuana, de capos como «El Chapo» Guzmán en México y antes Pablo Escobar en Colombia, va de salida. Nos estamos moviendo hacia un narcotráfico más descentralizado, fragmentado en varios actores que han diversificado sus negocios y se dedican también a otras actividades criminales como el tráfico de armas y de personas, los secuestros, la extorsión, la piratería o el robo de cargas», explicó a La Nación el experto en temas de seguridad mexicano Alejandro Hope, socio de la consultora GEA.

11 de los 50 estados de Estados Unidos, además del Distrito de Columbia, ya legalizaron el consumo de marihuana para fines recreativos, mientras que 33 estados permiten su uso medicinal. La cocaína, en tanto, pierde espacio frente a los opioides farmacéuticos, drogas derivadas de la planta adormidera (amapola) como el opio, la morfina y la heroína y sus análogos sintéticos, principalmente el fentanilo y otros analgésicos de venta bajo receta médica como la oxicodona y el tramadol.

Si bien existe una producción significativa de opioides ilícitos en México, la mayor parte proviene de Asia, en particular de China, según la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés). Sus efectos son mucho más potentes, se pueden comprar a través de Internet -en la «deep web» o «red oscura»-, y hasta es posible enviarlos mucho más fácilmente por correo. Según el más reciente informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc), el consumo global de opioides creció 56% entre 2016 y 2017, año de los últimos datos recabados en todo el mundo.

Aún así, la producción ilegal de cocaína alcanzó en 2017 un récord: 1.976 toneladas, de acuerdo con Unodc, 25% más que el año anterior. Pero las incautaciones también aumentaron 13%, a 1.275 toneladas, la mayor cantidad aprehendida en la historia. Según, el organismo internacional, 70% del área del cultivo de coca correspondió a Colombia, 20% a Perú, y 10% a Bolivia ; así, los tres países andinos continúan como principal fuente de la cocaína consumida en Estados Unidos, donde llega mediante grupos criminales con base en México .

«Sin dudas, las organizaciones criminales transnacionales mexicanas son una de los mayores amenazas de drogas a Estados Unidos», destacó el jefe de operaciones globales de la DEA, Greg Cherundolo, ante el Senado estadounidense en abril.

Seis son los grupos que la DEA tiene en la mira en México. El cartel de Sinaloa: aún debilitado, sigue siendo el que tiene la mayor estructura, presente en varias regiones del país, en especial en la costa del Pacífico. Hoy está liderado por Ismael «El Mayo» Zambada, sobre quien pesa una recompensa de 5 millones de dólares.

El cartel de Jalisco Nueva Generación: desde la ciudad de Guadalajara se expandió notoriamente en la última década gracias a su cohesión interna, bajo el mando de Nemesio «El Mencho» Oseguera-Cervantes.

El cartel de Juárez: con base en el estado de Chihuahua, es uno de los grupos narco más antiguos, pero entró en declive tras su guerra con el Cártel de Sinaloa a principios de esta década. Hoy está encabezado por uno de sus líderes menores, Juan Pablo Ledezma.

El cartel del Golfo: otra de las organizaciones narcotraficantes más tradicionales, opera desde hace varias décadas desde el estado de Tamaulipas y amplió sus negocios con secuestros y extorsiones.

Los Zetas: son una sanguinaria organización escindida del cartel del Golfo a principios de la década, y ahora sufre divisiones internas con dos principales subgrupos: el cartel de Noreste y Zetas Escuela Vieja.

La Organización Beltrán-Leyva: nació de una división del cartel de Sinaloa en 2008 y ahora también pasa por una época de fragmentación en varios subgrupos, el principal de ellos Los Guerreros Unidos.

«En México está ocurriendo una implosión de los grandes carteles, fenómeno que sucedió en Colombia antes. Ahora hay una multiplicidad de grupos menores, con menos ingresos y menor capacidad para amenazar al gobierno central, pero que ejercen una violencia mayor a nivel de poblaciones locales. Controlan rutas específicas para llevar la droga a Estados Unidos y cada uno tiene sus propios contactos con proveedores en los Andes», señaló Hope.

En Colombia, donde en los 80 y 90 los carteles de Medellín y de Cali se disputaban con violencia y terrorismo el negocio del narcotráfico y buscaban dominar toda la cadena de producción de la cocaína, hubo una enorme transformación en las últimas dos décadas. Los cambios se dieron a partir de 1999 con el Plan Colombia, apoyado militar y financieramente por Estados Unidos para la lucha antinarcóticos y la revitalización socio-económica, tomaron fuerza con la desmovilización de las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en 2006, y se profundizaron luego de los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), en 2016.

«Los grandes carteles quedaron obsoletos porque sus líderes se volvieron prioridad de las fuerzas de seguridad estatales. De grandes narcos muy visibles, con ejércitos, escandalosos, que hacían ostentación de sus fortunas, pasamos a líderes menores más sobrios, moderados, que buscaban no llamar la atención. Pasaron a tener más un perfil de empresario, con conexiones en México, que les garantizaban la exportación de la droga», señaló Hernando Zuleta, director del Centro de Estudios sobre Desarrollo Económico de la Universidad de los Andes.

Poco a poco, disidentes guerrilleros y paramilitares empezaron a sumarse al negocio por el control armado que ofrecían de áreas de cultivo y rutas de salida, por el Pacífico o por el Caribe.

«Así, en los centros urbanos tenemos a narcotraficantes más sofisticados, con imagen de vecino común, más educado, mientras que en el interior las bandas criminales (apodadas ya BACRIM’s) defender sus actividades», agregó Zuleta.

Actualemente, la mayor organización narco colombiana es el Clan del Golfo (también conocido como Los Urabeños), liderado por Dairo Antonio «Otoniel» Úsaga, que tiene su base de acción en el Urabá antioqueño. Desde esa estratégica ubicación saca la cocaína hacia México y Estados Unidos vía Panamá o por Ecuador , que se convirtió en un importante centro de distribución.

Sin embargo, hay un gran número de grupos menores colombianos que también se dedican a la producción y distribución de cocaína, entre ellos la Oficina de Envigado (área metropolitana de Medellín), Los Pelusos (exmiembros del Ejército Popular de Liberación, en el departamento de Norte de Santander), y Los Pachenca (en la costa caribeña). Socios del llamado cartel de los Soles -compuesto por efectivos corruptos de las fuerzas armadas y del régimen de Venezuela -, aprovechan la cercanía de la frontera venezolana para transportar la droga al Caribe y de allí a Estados Unidos o de trampolín hacia Europa. Otros grupos, en tanto, exportan drogas y armas hacia Brasil por la frontera amazónica.

«Pasamos a una estructura fraccionada, a un mercado más libre, con más competencia, eficiencia y especialización, y entre ellos funcionan como una suerte de federación, con franquicias», apuntó el especialista colombiano en lucha contra narcotráfico Daniel Rico, director de la consultora C-Analisis, quien resaltó que los nuevos narcos colombianos hoy tienen pocos activos en Colombia.

«Antes iban a Venezuela, pero en los últimos años se han instalado en países con legislación antilavado de dinero más laxa o donde no son prioridad pública, como Brasil o la Argentina , donde compraron grandes extensiones de tierras que les sirven de refugio», afirmó.

Tanto en Perú como en Bolivia hay una considerable producción de cocaína pero con escalas distintas, menores, con redes criminales más tradicionales y menor nivel de violencia. Pero al igual que los grupos colombianos, abastecen a las dos principales organizaciones criminales brasileñas: el Primeiro Comando da Capital (PCC), originario de San Pablo, y el Comando Vermelho (CV), con base en Río de Janeiro.

«El PCC se expandió significativamente en los últimos años, con presencia internacional también en Paraguay , Bolivia y la Argentina. Se dedica a varios negocios criminales, pero el tráfico de cocaína y armas es una de sus principales actividades. Parte de la droga queda para el mercado de consumo interno brasileño y otra parte va para Europa», indicó José Ricardo Bandeira, presidente del Instituto de Criminalística y Ciencias Policiales de América Latina.

Luego de casi dos décadas de acuerdo de paz entre el PCC y el CV, en 2016 comenzó una brutal lucha entre ambas facciones, que se reveló en regulares masacres en las cárceles de todo el país. El PCC, que busca extender su dominio a Río para tener acceso a su puerto, selló alianzas con otros grupos rivales del CV en la zona, como el Terceiro Comando (TC), y Amigos dos Amigos (ADC). Mientras tanto, en la zona norte de Brasil, la Família do Norte (FDN), con sede en Natal, creció en tamaño e influencia gracias a sus conexiones con exguerrilleros colombianos y a redes criminales en Venezuela.

Las claves de los cambios en el mundo de las drogas

Hay varios factores detrás del retroceso de los grandes grupos del narcotráfico:

Divisiones

Según los expertos, los grandes carteles -como los que acumulaban poder en México y Colombia- pierden peso en el negocio narco, que se descentraliza y fragmenta en varios actores que han diversificado sus negocios criminales.

Legalización

11 de 50 estados norteamericanos y el Distrito de Columbia legalizaron la marihuana con fines recreativos, y 33 estados, el uso medicinal; la cocaína pierde terreno frente a los opioides farmacéuticos, lo que cambió el negocio narco.

Cocaína récord

La producción ilegal de cocaína alcanzó un récord en 2017, pero también crecieron las incautaciones;  70% de la coca se cultiva en Colombia; 20%, en Perú, y 10%, en Bolivia. A Estados Unidos llega mediante los grupos mexicanos.

Expansión

El Primeiro Comando da Capital (PCC) brasileño tiene presencia internacional en la Argentina, Paraguay y Bolivia; se dedica a varios negocios criminales, pero el tráfico de cocaína y armas es una de sus principales actividades.

Lucha en Brasil

En Brasil, tras casi dos décadas de paz entre las dos principales organizaciones criminales, en 2016 empezó la lucha para controlar el puerto de Río de Janeiro; además creció el crimen en el norte por conexiones con Colombia y Venezuela.


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