“El 19 de septiembre, a las 11:00 am, hubo un simulacro por la conmemoración del sismo de 1985 y sonó la alarma como cada año. Todo marchó bien. A la 1:00 pm los niños estaban en sus clases y todos trabajando con normalidad, de repente se sintió un brinco en la tierra”, afirmó Alejandra Paredes, una odontóloga venezolana que vive desde hace 15 años en Ciudad de México.

Contó que estaba atendiendo una paciente en su consultorio, que queda en una planta baja, cuando inició el terremoto: “El sismo comenzó de una manera brutal. El protocolo dice que desalojes lo antes posible. En segundos había gente empolvada y se derrumbaron dos edificios contiguos”.

La desesperación se apoderó de ella. Pensó en cómo estarían sus dos hijas, su esposo y su suegra. “No servían las redes de celular, fue por Whatsapp que me pude comunicar, me enteré que estaban bien y avisé a mi familia en Venezuela. Los extranjeros en México no crecimos con esta cultura de sismo”, expresó y agregó que a pesar del tiempo que tiene viviendo en esa nación cuando empezó el movimiento no sabía qué hacer. “Acá uno siempre escuchaba sobre el terremoto de 1985 y se estremecía al ver lo sucedido, pero verlo, sentirlo, es desgarrador”, manifestó.

Edmundo Bianchi, otro venezolano residenciado en México desde hace un año, indicó que tras el terremoto aún siente la tierra moverse. “Estaba frente al Ángel de la Independencia, en Reforma, cruzando la calle, cuando empecé a sentir que el piso se movía. Una oficial de policía que previamente había corrido para abrazarse a un poste de luz recobró la compostura y dirigió a la gente hacia sitios despejados lejos de los edificios y árboles. Fui hacia allá, no sé cuánto duró, pero la sensación era que el piso se seguía moviendo. Es muy desagradable, pero reaccioné con calma, a pesar de todo. Aún siento que la tierra se mueve”.

El guayanés presenció el desastre y tiene amigos que sufren por el sismo. “La ciudad está afectada, movida y rota. Una de mis amigas perdió por completo su departamento, van a demoler todo el edificio. Otros amigos recogieron un par de cosas, pero también perdieron el apartamento. Mi casaaún está en pie, pero descubrieron unas grietas en el sótano, así que será evaluado”.

Ana María Matute fue otra venezolana que tuvo el infortunio de sentir el terremoto. Estaba en el aeropuerto de Ciudad de México proveniente de Florida, donde había sentido los rigores del huracán Irma.

“Me sentí como cuando estás en el mar y te mueven las olas, pero cada vez más fuerte. Los dependientes de las tiendas gritaban desesperados y se abrazaban. Yo solo preguntaba si temblaba, pero nadie me respondía y sentía la taquicardia. Veía los anuncios de las pizarras de los vuelos moverse como un abanico. Estaba asustada, quería entender qué pasaba y conté hasta 35 mientras el piso se movía, se oía como un gran trueno y la estructura crujía”.


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