«Amariyo, mami, se dice amariyo», le insiste José Ángel Díaz, de cinco años, a su madre, mientras pinta un dibujo que piensa regalarle a su padre cuando vuelva del trabajo.

«Al principio extrañaba, preguntaba todo el tiempo cuándo íbamos a volver a Venezuela, pero desde que comenzó el jardín, todo cambió. Le gusta vivir aquí, viene contento a la escuela, quiere invitar a sus amiguitos a casa y me pide que hable argentino. Ya no quiere regresar, y cuando estamos en casa me corrige. Mami, no se dice niño, se dice nene. Mami, no es autobús, es colectivo. No se dice chaqueta, ni bolso. Se dice campera y mochila. Y así estamos todo el día», cuenta ahora entre risas Amanda Heredia, de 32 años de edad, que está casada y tiene dos hijos, y llegó a Buenos Aires hace un año y medio en busca de una vida mejor.

José Ángel Díaz va al Jardín Integral N.°11, en Balvanera. El año pasado, cuando se inauguró, 6 de cada 10 alumnos que venían a esta escuela, que está en la calle Venezuela 3269, eran venezolanos.

Su presencia en las aulas no es solamente una ironía del destino, ni un fenómeno aislado. Según datos del Ministerio de Educación porteño, la inscripción de alumnos venezolanos se multiplicó por 120 en estos últimos cuatro años.

En 2015, eran apenas 56 entre el nivel inicial, primario y secundario. Hoy, suman un total de 6919. Pero el boom se disparó este año, cuando se anotaron 4159 estudiantes venezolanos repartidos en los tres niveles, aunque el grueso se concentre en el jardín y la primaria.

La explicación viene de la mano de la ola migratoria que se convirtió en un hito histórico el año pasado, cuando los venezolanos encabezaron el ranking de extranjeros radicados en el país por primera vez, superando a los migrantes bolivianos y paraguayos, que siempre representaron el mayor flujo de la Argentina.

Unos 70.531 se radicaron en 2018 en el país, y otros 40.000 lo hicieron durante el primer trimestre de 2019. Hoy, el suceso ya se ve reflejado en las aulas porteñas, sobre todo si se ajusta a la variable que aporta la Dirección Nacional de Migraciones: el 83% de esos migrantes se instaló en la Capital Federal y los alrededores.

«Fue un dato que nos llamó la atención recién este año”, confiesa la ministra de Educación porteña, Soledad Acuña.

“En los últimos cuatro años se construyeron en la Ciudad, 54 escuelas que generaron unas 9000 vacantes. Y este año se inscribieron unos 4000 estudiantes venezolanos. A corto plazo esto no significa un problema, porque aún no tenemos dificultades con las vacantes. Pero como la mayoría de esta nueva ola migratoria se asienta en la zona sur, donde más crece la población y donde más se enfocó la construcción de nuevas escuelas, es un escenario que tenemos que planificar hacia adelante. En la Ciudad sí hacen falta docentes, por ejemplo, por eso ahora estamos haciendo una búsqueda de maestros venezolanos. Nosotros lo vemos como una oportunidad, pero no puede sorprendernos desprovistos de políticas que acompañen los cambios», apuntó la funcionaria.

«En líneas generales, son chicos que se integraron muy rápido. El perfil de la mayoría de las familias es de clase media, con padres jóvenes y profesionales», cuenta Patricia Ponzo, directora del jardín de la calle Venezuela.

Como el padre de José Ángel Díaz, que es ingeniero industrial y hoy trabaja como consultor en sistemas. «Muchos nos contaban que habían conseguido trabajo rápidamente, y que el recibimiento había sido muy bueno. Como es un colegio de jornada completa, tal vez una de las cosas que más les cuesta es la comida. Incluso, muchas mamás se acercan a preguntar las recetas para preparar esos mismos platos en sus casas y tratar de incorporarlos de a poco», confía la directora.

Paola Ortiz llegó en octubre de 2017. Cuenta que huyó de una inflación asfixiante, una profunda retracción de la economía y la escasez de alimentos y medicinas, entre otros factores.

«Ya estaba todo muy complicado, y cada vez peor”, dice esta venezolana de 29 años, que vino con su familia en un viaje que demoró nueve días. “Se hizo difícil en algunos tramos por mis hijos pequeños, pero teníamos esperanzas».

Apenas llegaron se alojaron en Escobar, en la casa de su hermana, quien ya estaba instalada ahí, y después alquilaron un departamento en Hipólito Yrigoyen y Alberti, en Congreso.

«A mi hija mayor, Renata, le costó mucho al principio. Extrañaba a su abuela, pero poco a poco comenzó a sentirse a gusto. Ahora está en primer grado en la escuela Juan Martín de Pueyrredón y le va muy bien. Yo estaba un poco preocupada, ya que en Venezuela los niños salen sí o sí del preescolar sabiendo leer y escribir. Y aquí me explicaban las maestras que no es igual. Que se los prepara, pero que la lectoescritura no es un objetivo de la sala de cinco».

En su grado, cuenta Ortiz, hay otros chicos que también son venezolanos, pero que Renata se integró muy bien con todos. «Es una más, y dice que a Venezuela solo quiere volver de visita. Le gusta todo aquí, hasta el mate», admite su madre, y confiesa que a pesar de la nostalgia, está feliz de ver a sus hijos contentos.

La facilidad para incorporarse en la escuela es una ventaja que todas las familias reconocen. Algunos empezaron el trámite de inscripción online desde su país. Otros, apenas llegaron a Buenos Aires. Sin embargo, en ningún caso hubo demoras o algún tipo de impedimento.

Con el pasaporte o cédula extranjera, con la partida de nacimiento, con un documento en trámite (local o extranjero) o sin documento. Con o sin papeles, en la Argentina el acceso al sistema educativo está garantizado.

Cómo procesar el desarraigo

«Es importante para los chicos venezolanos llegar aquí y tener la posibilidad de pasar parte de su tiempo con chicos argentinos, de procesar el desarraigo y el haber abandonado su país junto con pares, en la escuela”, opina Guillermina Tiramonti, especialista en educación e investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.

“Y para nuestros alumnos es un aprendizaje interesante, porque siempre es enriquecedor socializar y convivir en el aula con chicos de otros países, que tienen otras realidades e historias. Pero este fenómeno, además, habla también de la importancia de tener un sistema público de educación abierto a todos».

Irene Kit es la presidenta de la Asociación Civil Educación para Todos, y menciona algunos aspectos por tener en cuenta en el trabajo que hacen los docentes dentro del aula.

«En el caso de los chicos venezolanos, y con toda la información que circula en los medios de comunicación respecto de lo que sucede en ese país, es importante no tomar posiciones ni a favor ni en contra. Los adultos tienen que tener extrema prudencia en relación con esas posturas, porque la sensación de culpa, dolor y angustia al abandonar su país es comparable a la de tener que dejar a una madre enferma que nos necesita”, grafica la experta.

“También es importante que en la escuela reciban consignas que tengan que ver con su país, de acuerdo a cada nivel. Podrá ser un dibujo o compartir una canción para los chicos de jardín, o una composición para los de primaria. Es fundamental que se puedan expresar emocionalmente, y la escuela tiene que darle valor a ese tipo de ejercicios no solo como algo recreativo, sino como un ejercicio más, con calificación en el caso que corresponda. Que se valore».

Zenyeni tiene 4 años, y llegó con su madre y su padre hace apenas cuatro meses. «Ahorita mi marido está trabajando de barbero. Antes de llegar, mi cuñada me hizo el favor de averiguar todo para la inscripción de mi niña en el jardín, y fue muy sencillo. El Jardín Integral N. °11 es excelente, ella me dice que las maestras y los compañeritos la tratan muy bien. Ya se la han pegado algunos acenticos”, cuenta su madre, Marisabel, de 29 años.

“En el Día de la Bandera ella dibujaba las dos, la argentina y la venezolana. Todavía es chiquita y yo le refuerzo su origen, pero sé que con el tiempo se sentirá cada vez más de aquí. La verdad es que nos han recibido muy bien, y estamos infinitamente agradecidos».


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