Sí, de película. Un crimen que parece salido de la pluma de un novelista pero que pertenece a las realidades de la guerra y la política practicadas sobre ese trozo del planeta sembrado de petróleo y de conflictos sin solución que es el Medio Oriente. Y la víctima, para mayor dramatismo, es un aquilatado periodista que, a punto de casarse, entra a un consulado para hacer un simple trámite y resulta atrozmente asesinado.

Su nombre era Jamal Khashoggi, de 59 años de edad, súbdito del Reino de Arabia Saudita. Sirvió a su gobierno hasta que en 2017, temeroso, porque quizás sabía demasiado, se autoexilió en Estados Unidos. Escribía en el diario The Washington Post artículos críticos a la monarquía saudita y el 2 de octubre pasado acudió al consulado de su país en Estambul, Turquía, para un trámite previo a la boda que preparaba con Hatice Cengiz, ciudadana turca. Allí desapareció.

Parte de la opinión pública y políticos de Norteamérica y Europa claman por sanciones para los culpables del crimen y varios gobiernos se han pronunciado sobre buscar o no un castigo para Riad. En la región, Arabia Saudita encaja el golpe, Turquía se crece como referente en el mundo islámico, Irán podría aprovechar el traspié de su rival y poderosos hilos se mueven para que no se afecte el mercado petrolero y tampoco el de armas.

¿Descuartizado y disuelto? Las investigaciones adelantadas principalmente por Turquía construyen un relato feroz: Khashoggi entra al consulado y en vez de burócratas con sellos y laptops encuentra a 15 agentes sauditas que, informados de su cita, llegaron el día anterior. Comienza una discusión, o un interrogatorio, o llamadas a jefes en Riad, o simplemente lo someten, estrangulan y luego un forense militar lo descuartiza para sacar los restos en valijas. O quizá los disuelven en ácido para facilitar el traslado y no dejar rastros. Micrófonos ocultos del gobierno turco –violando normas de la diplomacia– recogen el suceso y Turquía sabe que ha ocurrido el asesinato. Un agente saudita maquillado como Khashoggi sale del consulado para simular que el periodista abandonó vivo el recinto. Los demás, con sus valijas, van al aeropuerto y regresan a Riad. El misterio dura poco y el gobierno saudita admite el “error”: el periodista ha muerto.

¿Dónde está el cadáver? ¿Quién efectivamente lo mató? ¿Quién dio la orden? “No conozco a ningún experto independiente que no esté de acuerdo con la opinión de que el príncipe heredero estaba estrechamente involucrado”, resumió el profesor Nathan Brown, experto en temas de Medio Oriente en la estadounidense George Washington University. El príncipe es Mohamed bin Salman, joven heredero pero ya con el poder efectivo en el reino por la avanzada edad del monarca Salman bin Abdulaziz.

Culpas y poder. El presidente de Turquía, Recep Erdogan, señaló a Riad como responsable. Varios gobernantes europeos no dudan de que el reino es culpable. El de Estados Unidos, Donald Trump, ha cambiado de opinión según varían las evidencias sobre el crimen, pero siempre tratando de cuidar a los aliados. El ruso Vladimir Putin se desentiende del asunto y no duda de la versión que ofrecen las autoridades sauditas.

Las coordenadas del juego de poder en el área muestran a Estados Unidos apoyando al grupo de gobiernos árabes moderados que encabezan los sauditas para contener a Irán. El joven príncipe Bin Salman aparece políticamente golpeado “pero si se convierte en rey su influencia será larga”, dice Brown. Los iraníes, a su vez, apoyan a los rivales diplomáticos o armados de los sauditas en Yemen, Siria, Líbano y Qatar. Turquía aprovecha las cartas que tiene en esta baraja para destacar como líder en la región y en el mundo musulmán, como fue durante siglos hasta hace cien años. El caso del periodista Khashoggi representa una pieza en ese juego, tanto como lo constituye el manto de impunidad que parece recubrir su asesinato.

  Armas y petróleo

Alemania promueve en la Unión Europea suspender la venta de armas a Riad en represalia por el crimen, pero países como España se oponen. Trump advirtió que “habrá consecuencias” –puede mermar su apoyo al gobierno prosaudita en Yemen frente a los rebeldes hutíes– pero no tanto como dejar los jugosos contratos de armas por más de 100.000 millones de dólares. Se condena al reino, pero moderadamente.

Es que Arabia Saudita es uno de los dos gigantes mundiales exportadores de crudo. El crimen no ha alterado el mercado, al punto de que hace una semana Trump pudo retomar sanciones, incluso petroleras, contra Irán, otro gran exportador. El reino está tranquilo en ese aspecto y su ministro de Energía, Jalid al-Falih, ha dicho que su país está comprometido con desvincular el petróleo de la dinámica política. “Seguros estamos de que la tormenta en torno a la muerte de Khashoggi pasará, y nosotros seguiremos con nuestra responsable política petrolera”.


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