Todo se hace en silencio. Como
se hace la luz dentro del ojo.

Jaime Sabines

Al presentar Beber de la sombra. Poesía reunida 1986-2017 (Oscar Todtmann Editores), presento un libro excepcional, sustantivo, certero, cercano a la raíz querida, pero no puedo presentarlo sin presentar a la vez a un ser humano, un poeta excepcional, sustantivo, certero, cercano a la raíz querida. Y es que no podemos separar este poemario de Víctor, su autor, Víctor Fuenmayor Ruiz, a quien tenemos el privilegio de tener presente con nosotros esta noche.

Este libro comprende cuatro libros, cuatro tiempos, cuatro luces de un solo fuego, tres movimientos musicales y un silencio que los atraviesa como una espada:

1. Vivo acallándome el grito (2017).

2. Beber de la sombra (2007).

(Ambos inéditos hasta que Oscar Todtmann Editores los publicase este año).

3. Donde la luz me encarna (1991). Editorial Dharma, Colección Clandestinas.

4. Libro mi cuerpo (1986). Premio Bienal José Antonio Ramos Sucre, Mención poesía. Ediluz, Colección Los Premiados, Maracaibo, 1991.

En los dos últimos libros, dos primeros apenas empiezas a leer, hallas un hilo conductor mucho más fuerte –que no quiere decir que no exista en los dos primeros– que en su trabajo inicial y pudiera considerarse que son un solo corpus, un trabajo continuado en el tiempo.

Muerte y resurrección

El poeta, como Baudelaire con su coeur mis à nu, se desnuda empezando el libro y es como vemos en “Letras dadas” (página 11):

“Soy cicatriz reviviendo en cada tajo del corte de la

línea del trazo de la letra doliente.

(…)

Cubriendo escrituras de mi piel untada con sal, llama

y agua, el fuego me proyecta en una luz oblicua en

la mayor fuente de los nombres”.

El primer sabor que nos deja la poesía de Víctor es visceral, ígneo, a la vez que contemplativo, con las honduras propias de los textos antiguos, como los Vacanas hindúes.

El poeta se dibuja, se proyecta como un antiguo Deva que baila, convoca y exorciza sombras y demonios. Acude de forma recurrente a la herida y a la muerte, pero responde igualmente con el ángel y la resurrección.

La poética es una de múltiples tiempos y dimensiones, la lectura es un viaje en el tiempo, en varios tiempos que confluyen en la luz y el silencio. El poeta se hunde en las sombras y sale a flote con el flash, la imagen que convoca a voluntad:

“De las eternidades pasmadas dentro de mí brotan

intimidades al toque sutil de una palabra, y convierten

mi cuerpo en instantes y secuencias, con cortos relevos

de partos y apariciones, donde existo y solo vivo como

aquel que imagina la cuna de su propia existencia

llevando el cuerpo hasta el nido de alguna esperanza”

(Pág. 27, “Salir a flote”).

Al salir a flote, el poeta es un ser criado en una cuna aérea, un ser de raíces aéreas, un pez volador, acaso un ángel o al menos un postulante de ángel, luminosa aparición no exenta de la tentación, de aquella tentación de las voces que vienen del mar: pan de los dioses, a veces devorado por las bestias.

“Soy sueño y dueño de la planta de la planta de mis pies descalzos,

que buscan una tierra prometida sin el éxodo…”

(Pág. 48, “Palabras perfume”).

La tierra prometida es aquella que se evoca en los viajes en el tiempo, el eco de la raíz, del paso firme y silencioso, de la mismidad antes que la otredad. Mismidad de la hermandad, como nos dice en la página 48:

“Soy de una hermandad de sufrientes almas que no lloran a gritos”.

Aquello que Canetti diría en La provincia del hombre así:

“En el verdadero poeta lo que más valoro es lo que silencia por orgullo” (1971).

Visión más allá de la sombra

Deseo, sombra, espejo, apariciones, temas recurrentes que enlazan los libros de Víctor.

“Una sombra siempre seduce a los ojos que la

miran.

Nunca podrás librarte de ella ni decirle que se aparte o

se vaya.

No eres más que parte del reflejo de lo que ella

nombra”

(Pág. 77, “Estoy”).

Así se amarra, se teje un libro con el otro, la sombra al hombro, la cal, la tapia, el muro, retazos del ser que no llegan a pegarse del todo:

“Veo dentro de mí

como a través de ventanales rotos”

(Pág. 85, “Vi”).

Poeta, esta y otras líneas me recuerdan mucho a Machado, y acudo a ti con el alivio que me dio Robert Graves con su poema “En imágenes rotas”, cuando dice:

“Él continúa rápido y abollado en sus imágenes claras;

yo continúo lento y afilado en mis imágenes rotas.

Él en una nueva confusión de su entendimiento;

yo en un nuevo entendimiento de mi confusión”.

Es en ese nuevo entendimiento que el poeta te toma de la mano, acercando la mitología a la cotidianidad, con ese dominio que solo tienen los que entienden algo a cabalidad: Erinias, Adanevas, Minotauros, desfilan ante nosotros; las hostias de maíz vienen con Quetzalcoatl y los caimanes; Ulises, Joyce y Baudelaire salen de los bolsillos del poeta a brindarnos un trago o dos.

Es solo en este entendimiento que el poeta puede decir lo que nos dice en la página 102 en el poema “Alineados”:

“La mentira no existe en el poema.

Exige verdad a la causa verdadera”.

En la poesía no caben las poses ni el fraude. Con el ars poetica no se transa. Se aplica en este caso esta frase que usó Celibidache para la música: “Si todavía no hemos pasado de la belleza de la música, aún no sabemos nada de música. La música no es bella. Sí que lo es también, pero la belleza es solamente el cebo. La música es la verdad”.

Solo así puedes pasar la iniciación de la esfinge, regresar a casa, al origen, a lo esencial, dejar las baratijas en el peregrinaje.

Hijo del silencio y la luz

Tirando de una parábola jaimesabiniana, del silencio y la luz surge el amor, la más íntima devoción por el fuego, contemplación mayúscula no apta para cobardes. Es en Libro mi cuerpo donde el poeta nos suelta claves que serán buenas para decodificar su mundo treinta años después: este ser áereo que surge del silencio y la luz, la rendición y la devoción a la raíz, a esa raíz del fuego inmanifiesto, invisible, aquel de la abuela que fumaba boca adentro, a esa raíz de los antiguos verbos, de las herrumbrosas llaves, de los pájaros primordiales, con sus buches vacíos y todos los nombres por nombrarse. El joven poeta que era un Dios, y que se intuía Wotan en el futuro, como dice Wallace Stevens en Adagia:

“El poeta es un dios, o el joven poeta es un dios. El viejo poeta es un vagabundo”.

El poeta que invoca la mano de agua, la madre ancestral, la tejedora que precede al dios estaciona. La Luz que precede al silencio y al Amor.

Donde la luz me encarna es un trabajo luminoso, pero de aquella luz que se estrella con el plano tridimensional y produce sombra, la sombra en la luz, el silencio que da sentido a la nota musical y con tal sustantividad que, con sus catorce páginas, amerita un estudio solo para él.

Tiempo, muerte, vida, vuelve el espíritu de Antonio Machado, la devoción a la madre de los versos sagrados de la prehistoria, aquel culto que rememora Robert Graves en La diosa blanca, el ser uno, séptuple, duodécuplo, la palabra de poder de donde surgen las galaxias.

Este es el Universo que ha creado y donde se reconoce y espeja el poeta. Los invito a conocerlo.

Panamá, 8 de agosto de 2017


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