Menú del día

Señor, solo nos queda

una cuchara y un cuenco vacío

del que servirse

grandes sorbos de nada

y pretender que eso que come

es una sopa espesa, oscura,

un potaje humeante

en el cuenco vacío.

**

Nuestra pandilla

Como polillas

rondando una farola

en el infierno

estábamos.

Almas descarriadas,

todas y cada una.

si las encuentra,

devuélvalas al remitente.

**

Nuevo corte de pelo

En una cabeza tan vieja y tan gruesa caben toda clase de ideas,

algunas absurdas, por supuesto.

Ellos sierran madera para un dosel de cama bajo una soga

en forma de nudo corredizo que cuelga del techo.

En una cabeza tan vieja hay una mujer que se desnuda,

una radio que canturrea para sus adentros,

un perrito que no para de dar vueltas.

Hay un guardia de seguridad haciendo la ronda

con un gorro de fiesta como si fuera Nochevieja.

¡Oh misterios! Nina Delgado, el más grande de todos,

cuyo nombre vi pintado con espray en el muro de una fábrica

y quien, como una hoja que ha volado lejos de un árbol,

flota serenamente hacia el mar, o vuelve a mi lado.

Que falten tantas tuercas en la cabeza de uno…

¿es eso lo que Dios y el Diablo deseaban?

En una cabeza tan vieja también hay alguien

que se asoma de vez en cuando a un espejo

y se estremece porque ahí no hay nadie.

**

Mariposa negra

Barco fantasma de mi vida,

sobrecargado de ataúdes,

zarpando

con la marea del atardecer.

**

Teléfono sin línea

Algo o alguien que no acierto a nombrar

me hizo sentarme y aceptar este juego

al que sigo jugando años después

sin conocer sus reglas o saber con certeza

quién va ganando o perdiendo,

por más que me devano los sesos estudiando

la sombra que proyecto en la pared

como un hombre que espera toda la noche

una llamada de un teléfono sin línea

diciéndose que a lo mejor suena.

El silencio a mi alrededor tan denso

que oigo un ruido de naipes barajados,

pero cuando miro a mi espalda, inquieto,

hay solo una polilla en la ventana,

su mente insomne y desquiciada como la mía.

**

En esta nuestra cárcel

Donde el celador es tan discreto

que nadie lo ve nunca

hacer su ronda,

hay que ser muy valiente

para dar golpecitos en la pared de una celda

cuando las luces están apagadas

esperando ser oído,

si no por los arcángeles del cielo,

sí por los condenados del infierno.

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El lunático

Charles Simic

Traducción de Jordi Doce

Edición bilingüe

Vaso Roto

Madrid, 2017


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