Carlos Colina, sociólogo graduado en la Universidad Central de Venezuela (UCV), presentará hoy su última incursión editorial titulada Posporno. El ebook, editado por Libros El Nacional, pretende ser un análisis de la forma en que los medios de comunicación representan y agencian la sexualidad. El recorrido incluye referencias que van desde el erotismo de los 60’s, pasando por las guerras del sexo de los 90’s, hasta la genital pornografía aún vigente y las últimas tendencias que se inscriben en el movimiento queer.

En las 175 páginas que conforman esta propuesta virtual, participan también otros reconocidos investigadores como Lubiza Osío Havriluk, Alexis Alvarado Sánchez, Edixela Burgos, José Antonio Barrios, Raymon Nedeljkovic, Morella Alvarado y Carla Maldonado. Tanto Colina como quienes lo acompañan en este libro, estarán presentes a las 5:00 pm en la Librería Lugar Común de Altamira. 

Antecedentes: del erotismo al ciber sexo

El término pospornografía fue acuñado por primera vez por el fotógrafo erótico Wink van Kempen. Este artista, según Colina, concibió tal tendencia como un “género visual ecléctico” que combinaba sexo y política; crítica y humorismo.  Sin embargo, quien popularizó la palabra compuesta fue Annie Sprinkle en el año 1989. En un  performance titulado Public Cervix Announcement, esta feminista norteamericana y antigua trabajadora sexual, invitaba a las asistentes a  explorar  su vagina con el espéculo. Se trataba de una parodia en torno al oscurantismo que siempre rodeó a los genitales femeninos. 

En esencia, el movimiento pospornográfico -puntualiza Colina- busca rechazar la “genitalización del sexo, la cosificación del otro, los estereotipos físicos y la distorsión del deseo femenino por parte de la mirada masculina del sexo”. La tendencia lleva implícito un discurso crítico y también político. “Dentro del contexto de la posmodernidad,  el ciberfeminismo y el posfeminismo, surge la pospornografía como una modalidad de representación de sexualidades minoritarias, consideradas en otrora; abyectas y marginales”-agrega el catedrático-.

Desde el punto de vista filosófico, la pospornografía proviene del pensamiento queer que tiene a Foucault como guía de cabecera. Cabe recordar aquí la influencia que tuvo su libro “Historia de la sexualidad” que aludía la hegemonía masculina heterosexual en las sociedades occidentales.  El Panóptico,  con su vigilancia constante y opresora, otra de las obras de este autor, logró conectar con aquellos (as) que se sentían incapaces  de encajar en las prácticas pornográficas tradicionales.

En la misma línea, pero mucho más actual, se agregan los aportes de Paul B. Preciado (antes conocido como Beatriz Preciado). Graduado en Teoría de la Arquitectura en la Universidad de Princenton, con Máster en Filosofía Contemporánea y Teoría de Género en la New School for Social Research en Nueva York, Preciado se describe a sí mismo como heredero de Judith Buttler y William S. Burroughs. Una de sus primeras obras fue el Manifiesto Contrasexual (Anagrama, 2002), traducida a ocho idiomas. También es autor del libro titulado “Pornotopía: arquitectura y sexualidad en Playboy durante la Guerra Fría” (2010). En este texto, reivindica a H. Hefner al considerarlo como el “artífice de las casas del placer” y al imperio Playboy como “el primer burdel multimedia de la historia” inspirado, según acota,  “en las utopías sexuales de Sade y Ledoux”.   

Enfoque multidisciplinario

Hoy, la pospornografía es campo fértil para abordajes multidisciplinarios. Así consta en el libro Posporno en el que se  incluye, por ejemplo, un exhaustivo estudio sobre el ciberfeminismo, enfocado en el Manifiesto de la Zorra Mutante, a cargo de Lubiza Osío Havriluk.  La autora, parte de la propuesta teórica de Donna Haraway, que aborda el concepto de cyborg, “transformado   en una herramienta de lucha feminista”, para seguir con otras representantes que han realizado importantes  aportes a esta tendencia: Sadie Plant, Rachel Baker, Josephine Bosma, Shue Lea Chean, etc.

Alexis Alvarado Sánchez, por su parte, se encarga de aportar una visión artística del porno. Después de  realizar una detallada revisión bibliografía,  el especialista concluye, sin ambages, que los videoclips favorecen las creaciones pospornográficas. En el libro Posporno, Edixela Burgos, otra socióloga, plasma una Reflexión en torno a la pospornografía en el ciberespacio latinoamericano. En su disertación, Burgos adelanta que “El régimen de poder-saber-placer que sostiene el discurso sobre la sexualidad humana, vendría a establecer unas específicas prácticas sexuales e imaginarios del placer circunscritos a un sistema social imperante”.

Como alternativa  plantea  el “do it yourself” en el sentido de aprovechar las posibilidades que ofrecen los nuevos medios electrónicos, tanto en aspectos banales y de ocio, como en otros más cruciales, de índole política y de reivindicación de  derechos ciudadanos.

Con una tónica más local, José Antonio Barrios indaga sobre la posibilidad de una puesta en escena pospornográfica en las artes plásticas de Venezuela. En este sentido,  destaca como pionero, el trabajo del fotógrafo Nelson Garrido cuya obra, por cierto,  ha sido sometida a la censura en varias ocasiones. Otra labor que resalta es la del también fotógrafo Martín Castillo Morales, quien se ha atrevido a “adentrarse en territorios visuales signados por la carne”. 

Raymon Nedeljkovic, por su parte, habla de las mujeres de Femen, una organización feminista ucraniana que ha hecho de la exhibición de los senos, su principal  arma  de lucha. Este tipo de manifestación, reproducida en los medios de comunicación, pisa sin duda el terreno de lo subversivo. Allí es justamente, donde parece emparentarse con la pospornografía, aunque como refiere Nedeljkovic, este colectivo también coquetea con el pornoterrorismo. 

Finalmente, la experiencia de Pinta Prison Art es abordada por Morella Alvarado y Carla Maldonado. Se trata de una exposición colectiva de arte que se originó en una cárcel de México y que se presentó en una Galería de la ciudad de Mexicali, Baja California (2011). El estilo de los 14 artistas que participaron (casi todos presidiarios) resulta una mezcla de “realismo, arte en tatuajes y chicas de calendario”. De la interpretación psicosociocultural hecha de esas imágenes, se desprende que las figuras femeninas tienen el común denominador de lucir como “mujeres dispuestas a ser poseídas”. En los trazos lucen  voluptuosas, deseadas, eróticas y sumisas. En síntesis, las mujeres que emergen de la fantasía -en el contexto de la prisión- “representan signos duales que se ubican entre la libertad y la posesión”,  refieren las autoras. “Son las mujeres que la pornotopía de estos autores ha construido”.

Con información de nota de prensa.


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