Voy al enunciado central del libro: en toda imagen hay una imagen que falta. Esa falta proviene del origen mismo de la imagen. Así, ninguna imagen tiene un carácter final ni definitivo. Se corresponde con la condición humana: no vemos ni el instante en que somos engendrados ni tampoco el momento de nuestra muerte. Una y otra son imágenes que tratamos de forjar con nuestra imaginación. En eso consiste la búsqueda del arte: buscar lo que no está presente.

Pascal Quignard (1948) dicta una conferencia en 2014. Se trata del regreso a un tema que ya ha explorado en dos libros previos: Le sexe et l’effroi (1994) y La nuit sexuelle (2007). Comenta, a modo de ilustración, una imagen que todos conocemos de la cueva de Lascaux: la del hombre con pico de pájaro, que cae de espaldas delante del bisonte. “No sabemos cuál es la acción que se ve pero la acción no está acabada. Es el instante de antes. Ese hombre ya no está de pie pero todavía no está del todo caído. Está cayendo”. Esta observación nos confronta a esto: la acción no ha finalizado. Lo que no ha finalizado es la imagen que falta.

Lo-que-falta guarda un vínculo con el deseo, la libido de ver o sentir al que no está, a lo que no está. El deseo imagina: también el arte. En sus espacios, el arte ve lo ausente. Quignard se pregunta cuándo vemos lo que no está presente. Y enumera tres dimensiones: El acecho, El sueño y El pensamiento.

Preciosas páginas de La imagen que hoy nos falta (Cuatro Ediciones, España, 2016): el capítulo dedicado a El acecho se detiene en el fresco de Aquiles y Troilo, que Quignard califica como el más bello del mundo. Lo describe con delectación. Aquiles se esconde detrás de unas piedras, a la espera de Troilo, que avanza montado en su imponente caballo. Aquiles luce como un portentoso guerrero: casco, armadura, armas. El fresco escenifica lo que está pronto a ocurrir: cuando Troilo esté al alcance de Aquiles, el armado le quitará la vida. La escena, sostiene Quignard, contiene los elementos de la emboscada “sin ensamblarlos todavía”. Lo mismo ocurre con la contemplación, con la teoría: está sometida a un acecho. El acecho está también en el origen del pensamiento. El acecho precede a la acción. El fresco de Aquiles y Troilo pre-medita. Esto nos sugiere que toda imagen contiene un después que no vemos.

Si el sueño ve lo que falta, el pensamiento lo configura, lo presupone. “En las obras antiguas, la mayoría de las veces los elementos se dejan dispersos, como piezas de un puzle tiradas desordenadamente en el espacio de la mesa –y que todavía no lo han configurado”. El pensamiento, como la adivinación romana, prefigura lo que no se muestra en la pintura. La pintura in-augura. Escenifica el momento anterior, el antes de la acción. “Piensen, si son ustedes pintores, o fotógrafos, o cineastas, hasta qué punto son geniales los frescos de la antigüedad romana: le ahorran a la pintura figurativa el problema de la anécdota. La belleza se mantiene decididamente en reserva de lo visible, antes de la epifanía. Nunca se muestra la anécdota”.


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