Un beso

Beber como quien ha acumulado toda la sed de los desiertos de los que regresa. Saciar con succión profunda el anhelo de cien gargantas abrasadas. Fagocitar al otro sin opción ni remordimiento.

Abrir los ojos, lamer la gota última de quien prestó su boca y morir otra vez de sed.

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El show nuestro de cada día

Vivimos esclavos de esta atracción. Atracción. Atracción como la del insecto hacia la luz. Luz. Luz de neón, saltos sin red. Red. Red tirante la que aún te apresa, te sujeta a los escenarios. Escenarios. Escenarios donde representar con fatiga viejas fábulas que llenamos de magia y, si cabe, ilusión. Ilusión. Ilusión del lleno. Lleno. Lleno como la última vez que la diva empolvó su nariz para el público. Público. Público apenas: nos consuela pero no nos basta, rescatar un estremecimiento sincero de entre los aplausos. Aplausos. Y fin.

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Despiece

Llegué hasta el hueso, pero él se conformó con mi piel. Sigo buscando.

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Canon

El viejo músico está sentado en su mesa de siempre. Con una mano sujeta una copa alta de tinto barato, con la otra manosea los taquitos de queso que dejé junto a él.

Hace rato que está ahí, pensativo y solo. De vez en cuando esboza una sonrisa melancólica y sé que piensa en su glorioso pasado, en los teatros y en las óperas. Me ha dicho que está esperando a un importante director, una gran oportunidad. Por eso luce su mejor traje, su rostro más pulcro, su pose más erguida.

Pasan las horas y el director no aparece. Cansado, el músico se levanta y se despide. Intento darle ánimo: “Habrá surgido un contratiempo” o “Ya habrá más oportunidades”. Él lo agradece y me dedica la última sonrisa triste antes de marcharse.

Es la misma historia de cada día.

Mientras recojo su mesa aparece un hombre muy elegante. Me dice que es director de orquesta y que se ha citado aquí con un gran músico.

Yo sonrío. Le digo que aún no ha llegado pero que puede esperarlo si quiere. Le acompaño a su mesa de siempre y le sirvo, en copa alta, un tinto barato.

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No sirva de ejemplo a nadie

No quiso darme su foto y yo de otro modo no puedo enamorarme de una persona. Necesito verla cada día, así, colgada en mi pared. Lástima que a pesar de las chinchetas el cuello caiga quebrado en ese ángulo, le resta naturalidad.

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Cuento hinchable    

Soplar. Soplar con toda energía. Pero la goma no cede. Y el niño llora. Soplar y soplar más. Retener el aire en la boca. Intentar expulsarlo otra vez. Un gran esfuerzo. Una gran presión, en la mandíbula, en las sienes. Los oídos crujen, se estiran los párpados. Un último impulso, con todo el aire de los pulmones. El niño que sigue llorando, el aire que regresa de golpe, la cabeza que explota como un globo.

Historias de niños

Cuando mi tío volvió de la guerra se había hecho muy rico. Convida a todo el mundo porque la suerte compartida crece, dice él.

Se va a morir pronto, aunque yo no se lo digo. Lo sé porque los niños que trajo, que le siguen callados y que nadie más ve, últimamente sonríen.

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Síndrome de Estocolmo I

Tras horas de intenso maquillaje, la princesa estaba lista para esperar en la ventana de la torre más alta del castillo.

Solo habían pasado algunos minutos cuando apareció a caballo el primer príncipe que acudía en su rescate aquel día.

Presurosa, se dispuso a afilar los cuchillos. Hoy el dragón había salido.

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Supernova

Cuando ya no pudo mantener la química que hiciera sostenible su presencia en el mundo, la masa de todo lo que estaba hecho, dicho y lo que no, fue densificando el núcleo, contrayendo su espacio vital hasta el colapso.

Fuimos conscientes por la atroz emisión de energía, por los restos de polvo. Se apagó el mundo de dos personas.

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Recuento de palabras

Como al principio todo era “ir”, “ver” y “juntos”, la cosa prometía. Rápidamente llegamos a la fase de “besos”, “mañana” y “para ti”, y fueron días felices que se esfumaban solos. El clímax llegó cuando “te quiero” terminaba casi cada frase. Incluso los silencios de aquella época fueron fantásticos. Pero pronto, demasiado pronto, “comprar”, “comer”, y “caro” empezaron a dominar en el recuento de nuestras conversaciones, y entendí que finalmente hablábamos idiomas diferentes. Te dejé un mensaje lleno de “siento” y “deseo”, y volví a casa, donde hay muchos “pero”, “debes” y “más”, pero nunca faltan “caliente”, “contigo” y “siempre”.

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Arquitectos

No ha sido difícil aprender vuestro idioma. Conocemos las imágenes de vuestros sueños, todas las formas de nombrarlas. Somos los arquitectos: sumamos las piezas con las que cada noche construís sin saberlo vuestra eternidad individual. Desde hace milenios seleccionamos vuestros anhelos y diseñamos una imagen única, hermosísima, uniéndolos. Pero ya no caben más. Tenemos que advertiros: ya no hay espacio. Podéis dejar de soñar.

Nosotros suponemos pues nuestra extinción y nos despedimos. Fin del mensaje.

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Boda

Completa la lazada, ambos extremos tiran ya en sentidos opuestos para cerrar el nudo.


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