La historia de la humanidad es la de una permanente búsqueda de utopías. Un lugar imaginario o imaginado, en el cual más que alcanzar la felicidad, se aspira a la riqueza, lo cual no es otra cosa que vivir abrumados por esa disposición humana de ser un ser fundamentalmente para la guerra y la muerte y no para la paz, la felicidad y la vida. Si volamos el tiempo,  podemos preguntarnos que buscaba el primer europeo que se topó con estas tierras, y no hay otra respuesta que riquezas, minas, piedras preciosas, necesarias para el financiamiento de las empresas bélicas en la cual se encontraban involucrados los reinos que financiaban misiones como la emprendida por Colón. España buscaba oro, Inglaterra lo mismo, toda Europa iba tras el oro, de allí esa utopía llamada El Dorado. El conquistador Antonio de Berrio creyó ver las doradas columnas de Manoa. Traicionado por su imaginación, morirá sin hallar ese camino.

A la historia de nuestra especie también se asocia al nomadismo. Migrar es un hecho que está en nuestra naturaleza,  desde el más remoto ancestro, así hemos vivido, ir hacia un lugar donde ser. Migrar y buscar utopías es nuestra historia. Desde el Paraíso, la Ciudad de Dios, República  de Platón, el Jardín de Gilgamesh, Ciudad del Sol, la Ínsula Barataria, hasta El Dorado o Guanipa

En esta tierra donde estamos plantados, o somos migrantes o descendientes de migrantes. Unos migraron antes, es decir llegaron más temprano, con menos ambiciones buscaban lo mismo, piedras y otros objetos  con los cuales hacer armas, las circunstancias hicieron de ellos incipientes agricultores que se establecieron en estas llanuras que abarcan  todo el llano oriental entre el Orinoco y las estribaciones de la cordillera de la costa, artesanos del bahareque y el moriche, aquí cultivaban la yuca, hacían el casabe y el cashire, cazaban y pescaban. ¿tenía algún nombre esto por acá? ¿Cómo lo llamaban? ¿acaso Tique? A ellos, los paisanos de Colón los llamaron: caníbales, calibi, caribe, cariña, nominaciones despectivas para decir de quienes fenotípicamente no se les parecían y consideraban inferiores. Un corredor étnico que se extiende hasta el territorio en reclamación donde hay comunidades kariña. Otros llegaron después de 1500, fundaron pueblos para reducir y someter al primer migrante, y no se trataba de un afán colonizador,  no, el sentido yacente, primordial, era hallar un camino que  los llevara a esa utopía llamada El Dorado,  el País de Jauja, donde todo era de oro. El primer migrante, el arrendatario primigenio de estas tierras fue sometido  y casi exterminado bajo la sombra de la espada y la cruz y a su tierra dieron otro nombre, más cercano a la lengua de la Europa recién llegada.

Durante la época de la independencia y comienzos del siglo XX estas tierras fueron caminos frecuentes,  pasos obligados. En estas tierras hay enterradas verdaderas fortunas en oro proveniente de Guayana, hallazgos no reportados testimonian eso; seguramente también debe haber en esta inmensidad un lugar donde Simón Bolívar amarró su mula, por cuestiones de machismo se piensa que el Libertador siempre andaba sobre un gran caballo blanco, digno de su condición. Expediciones hubo que hacia 1920 cruzaron estas sabanas ¿qué buscaban? Seguían buscando El Dorado, el mein, la mina.

Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez escribió en Historia general y natural de las Indias, publicada en 1535, cuando describe a Cubagua: “…tiene en la punta del Oeste una fuente ó manadero de un licor como aceyte junto á la mar en tanta manera abundante que corre aquel betun ó licor por encima del agua de la mar haciendo señal mas de dos y de tres leguas dela isla é aun dá olor de sí este aceyte Algunos de los que lo han visto dicen ser llamado por los naturales stercus demonis é otros le llaman petrolío é otros asphalto y los queste postrero dictado le dan es queriendo decir ques este licor del género de aquel lago Aspháltide de quien en conformidad muchos auctores escriben”. No  imaginaba el primer cronista de Indias el futuro que contenía ese aceite y la carga simbólica que suponía el que los indígenas de entonces lo llamaran stercus demonis que no es otra cosa que excremento del diablo.

Las exploraciones en busca de petróleo en el oriente del país se iniciaron en la década del 20, nadie imaginaba que se avecinaba una nueva y definitiva migración, nadie imaginaba que Guanipa también era una utopía, aquí las áureas columnas de Manoa se convertirían en taladros de perforación, mechurrios, balancines y tuberías,  sacando,  quemando, bombeando y transportando. Y fue la mina. En Guayana la piedra de oro, dorada, en Guanipa la piedra de aceite, negra, ambas bajo sinos semejantes, riquezas, migraciones y pobrezas, nunca la felicidad, siempre un sacrificio más.

El petróleo fue la última migración importante a El Tigre y ésta terminó de despojar al arrendatario inicial, nos apoderamos de sus tierras, los borramos, terminamos de reducirlos a pequeños espacios, ¿para qué tanta tierra si son tan pocos? Nosotros, en cambio somos más, venimos de allá y más allá. Venimos de cualquier lugar, por todos los caminos, por cualquier medio, hacia la utopía nueva, hacia la promisión: Guanipa, la utopía oleosa, la piedra de aceite. Ese habitante fue relegado tanto, que Miguel Otero Silva en su novela Oficina Nº 1 solo lo menciona como un indio del Caris que puede hacer una casa en dos días por sesenta bolívares.

Muchos años después seguimos siendo petróleo,  estamos asentados sobre una mina, la migración no se detiene, la mina llama y ciega, la mina embrutece, la mina no produce cultura, la mina no cultiva, la mina hiere la tierra, es riqueza efímera. Qué queda en pueblos como La Leona, Guico, Oritupano, Campo Mata, fundados en la mina, ¿por qué no trascendieron? ¿Qué queda de Oficina Número Uno que fue la prima mina?

El Tigre no se hizo en el alrededor, ni en la periferia de la mina, El Tigre era la fuerza que rodeaba la mina, si bien su historia se hace imposible desligarla de la mina, el minero que vino y se afirmó en estos alrededores venía almado y armado. Buscador de utopías, en esa travesía venían agricultores y pescadores, arrieros, vegueros, soñadores de oficio, depredadores, y empezó a crecer el pueblo, borró lo que había y creció sin metáforas, sin mitos, tomamos la historia del otro y la hicimos nuestra, y este suelo arenoso donde nos asentamos también tenía sus durezas, desplazamos y excluimos al habitante de este llano, un ejercicio simple sirve para saber que es así, por ejemplo ¿cuántos de los que ahora estamos descendemos de los caribe de Guanipa? ¿cuántos somos descendientes de caribe de otra región? Podemos ser descendientes de caribe de otro lado, pero de los de acá no y no nos reconocemos en ellos. Los caribe  de Guanipa, La Aventazón, El Caris, Santa Clara, etc., etc., eran los dueños de estas tierras, acaso la llamaron Tique y no Tigre. Esta ciudad que es también utopía se erigió sobre la tierra sagrada de ese ser, de ese caminante que la recorría entre el mar y el Orinoco y más allá y que asociamos con vagos, piojos y mendigos.

Nosotros podemos ser, sentirnos, sentir la tierra como nuestra propia sangre, pero –siempre hay un pero- somos los descendientes de quienes llegaron y se la agenciaron, somos descendientes del que se vino de cualquier rincón, del que cerró su casa y se dispuso a la marcha, a buscar la utopía, la piedra de aceite, el oro negro, llegó a esta tierra y como no estaba cercada, entonces no tenía dueño, y la cercó, y el indio, llámese Tamanaico, Maita, Carreño o como se llame, no pudo cruzar más su sabana y como siempre andaba a pie lo llamábamos vago y piojoso y como detrás de la cerca empezamos a guardar bienes, comenzamos a llamarlos cuatreros y ladrones y los recluimos en esas minúsculas comunidades, porque no nos importaba que todo este espacio que cobija este corredor de nubes fuera un territorio  sagrado por donde viajaba el indio invocando sus ancestros.

Cuando se celebran estos aniversarios, se honra y recuerda a McSpeden, Cleto Quijada a Jesús y Efraín Subero, se recuerda ese monumento inculto llamado la bola de Massobrio, a otros y a otras cosas, pero –siempre hay un pero-, no honramos al que llegó primero, al dueño de la tierra, al que no pedimos permiso, al artesano del bahareque y el moriche, al que hacía la casa, plantaba la yuca, hacía el casabe y el cashire.

Tique, Tigre, Guanipa, nuestra utopía, tierra como un paraíso, como vientre del mundo de donde sale el ombligo que lo conecta al universo.


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