Principio de composición

La narrativa de Carmen Vincenti (1943-2016: cinco novelas y cuatro libros de cuentos) puede verse como si de una exposición de esculturas se tratara: cada obra atiende al rigor de un principio de composición y al tallado de cada frase que le dan a su obra gravitación y levedad, como uno de sus hallazgos estéticos y de estilo. Vincenti ha trazado el surco de experiencia que observamos en escritores como Umberto Eco, si es posible la referencia: la reflexión teórica (epistemológica, hermenéutica, docente…) que en Vincenti se ha expresado en libros críticos sobre el barroco, la cultura y la naturaleza de la ficción, da paso a la producción del relato ceñido al rigor de su composición.

Vista en perspectiva, esta obra semeja, ciertamente, una galería de esculturas con un principio de composición en cada obra, pero a la vez con un juego de recurrencias de una a otra que produce una atmósfera, un especial clima narrativo, una visión de mundo.

Esta narrativa asume lo que es sin duda una de las tareas fundamentales de todo relato con intencionalidad estética: ser puente y cauce entre la subjetividad y lo objetivo; y ser momento de interrogación de las formas de representación del relato; y de la posibilidad del sentido: de la inteligibilidad del mundo.

Subjetividad

La subjetividad confluye en esta narrativa, tal como podemos ver en los cuentos de Once estaciones, de 2015, en el estremecimiento que nos da la frase estéticamente lograda, para producir una interrogante sobre la condición del ser y el mundo; para revelarnos el enigma o la opacidad del otro; para mostrarnos el horizonte poroso de la memoria y los límites mismos de la demencia; y todo llevado por la corriente a la vez cálida y vertiginosa del deseo.

El deseo es la fuente, si la hay, del caudaloso río de esta narrativa.

Por el deseo asistimos a la experiencia de la sexualidad y del erotismo, a esa puerta de escape de la temporalidad que es la intensidad; al brote ―en el seno de la ceguera de los sentidos que, como lo señala Heráclito, son falsos testigos― de la sensibilidad y la construcción de la conciencia crítica, y a lo que con Freud podríamos llamar la novela familiar: la entrega amorosa y la traición, el descubrimiento de las sensaciones ante el mundo; a la vez que el descubrimiento de la fragilidad del ser; la vejez y la muerte.

Cuerpo

Y el deseo, trazando sus signos y su danza, su expresión o su mutilación en el cuerpo. Narrativa del deseo y del cuerpo que se desplaza permanentemente de la intensidad o de los inicios de una desmesura de la sexualidad y el erotismo a un leve escepticismo, a una leve ironía; en afirmación de la vida, o en el tedio que es “ese levantarse todos los días el mismo día”.

Objetividad

La subjetividad así tramada de cegueras, de estremecedoras sensaciones ante el mundo, de aristas de la ironía y la conciencia crítica, se ve de pronto impactada por la fuerza devastadora de la violencia del otro, de la ciudad, de la fuerza implacable del poder. Esta narrativa, estrechamente comprometida con su tiempo, es también una interrogación crítica sobre las zonas oscuras del ser y sobre las vertientes de crueldad del poder. Lukács decía de los escritores que se parecen más a su época que a sus padres y esta narrativa, desde las heridas del cuerpo y la subjetividad, nos entrega el testimonio narrativo de una época.

Representaciones

El sentido del ser y el mundo, confluyendo y desprendiéndose del relato, hace brotar el juego de sus procedimientos y representaciones. En la narrativa de Vincenti la danza del deseo también es la del relato en su tramado de sentido y de indeterminaciones, en el situarse en el filo de la navaja de la interrogación, en el vértigo entre el vacío y lo fragmentario, en la promesa elusiva de la imagen y sus tratos con la verdad: el relato como una poética de la representación.

Lo femenino

Una narrativa del deseo deviene reiterada significación de ese ámbito de idealizaciones, mitos, rituales, representaciones y enigmas, donde el deseo tiene el principal de sus aposentos: el ámbito de lo femenino. Aquí la subjetividad tiene su naturaleza y es ella la que atraviesa la narrativa de Vincenti.

Once estaciones reúne, en igual número de piezas narrativas, un amplio espectro de la subjetividad femenina y sus encuentros, identificaciones o colisiones con el otro y con el mundo. El primer texto, “Insomnio”, revela desde su título la textura de esa subjetividad en la soledad de la vigilia nocturna (“rea de nocturnidad”, como en la conocida novela de Bryce Echenique), su encuentro con el otro, con el mundo, consigo misma, en el encuentro e interioridad del deseo. ¿No es el relato la conversión del instante –del acaecer en la nave fugaz del instante– en duración? ¿No es esa la tarea más secreta y entrañable del relato? El deseo en el despliegue del erotismo y la sexualidad alcanza el clímax que lo constituye, el de la intensidad, en una experiencia de la duración que tiene su cauce en el relato. En “Insomnio”, la conciencia en vigilia de la insomne nos revela la forma de la intensidad del deseo; en “La ciudad eterna: instantáneas”, la ciudad, Roma, es una prolongación de la subjetividad deseante; aquí la representación toma los procedimientos de la imagen: fotogramas y fotomontajes; collages y escenas; espejo y enfoque; para la revelación del sentido que tiene su resistencia y sus enmascaramientos en el engaño y la traición; en “Una semana cualquiera”, la vida de Rosalina es la opacidad y el deseo mutilado por la carencia. Ritmo descompasado de la ciudad, su violencia y su indiferencia se constituyen en el escenario de esa mutilación; en “Vestir santos”, el relato en la resonancia del verso de Luz Machado, el interdicto y la persistencia del deseo se despliegan teniendo como fondo de resonancias el esplendor y el enigma de la cultura incaica; en “Espejos chinescos”, lo femenino, la fuerza de su advenimiento, trama su desplazamiento a la tristeza, a la profunda y calidad melancolía, al tedio, en una “novela familiar” donde la “felicidad” muestra su reverso, apenas presentido; en “Dime tú”, el diálogo de confesiones y en el trasfondo del mito femenino del príncipe azul, se presenta trenzado por la ferocidad de la relación amo / esclavo, la mutilación del deseo desde el poder y desde la agresión física masculina; en “Querido diario”, la confesión alcanza la densidad de la escritura para mostrar esa puesta en crisis de los cimientos que es el brote de la sexualidad femenina adolescente en un continuo desplazamiento entre la inocencia y la palabra eje del texto: lascivia; en “Entre mujeres”, la incomunicación y el amor entre madre e hija, se muestran en representación irónica, en su envés grotesco; en “Yo acuso”, se muestran la mutilación del deseo y la acusación desde la carencia; en “La princesa”, una de las más recurrentes ilusiones femeninas se alimenta del poderoso imaginario que se desprende de los sueños; y en “Las sandalias rojas”, doce voces femeninas, en relatos que brotan del acto más cercano de su subjetividad, el de la confesión, hacen un registro del juego pasional con el mundo de lo masculino, de situaciones de pareja y matrimonio, de presencia de los hijos, de los momentos luminosos y las zonas oscuras de la sexualidad, del solapamiento o la persistencia del llamado deseante del otro; de la confesión y sus modos de decir el deseo. Once estaciones para narrar el amplio espectro en el que la condición femenina alcanza la levedad y la profundidad de la sexualidad y el deseo: su esplendor o su mutilación.


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