Ben Amí Fihman pudo reunirse finalmente no solo con amigos, sino con aquellos seguidores de su obra literaria y periodística. El encuentro fue el jueves en la tarde en la librería Lugar Común, el primero con convocatoria pública que puede concretarse en esta visita del autor residenciado en París.

La rueda de prensa de la semana pasada fue suspendida por la convocatoria a marchas en la ciudad, así como se pospuso el Festival de la Lectura Chacao 2017, en el que estaba previsto que participara en un conversatorio sobre su primera novela: El espejo siamés (Oscar Todtmann Editores).

El jueves se desquitaron. Ahí se reunieron, incluso una mujer que viajó de Calabozo exclusivamente al encuentro, como relata el escritor conmovido por el gesto.

“Vino con un ejemplar de Boca hay una sola y El espejo siamés. Fue emocionante porque la ciudad está algo convulsionada”, cuenta con respecto al acto en honor de Juan Pablo Pernalete, asesinado en las protestas contra el gobierno del miércoles, y la sesión especial de la Asamblea Nacional en Parque Miranda.

—¿Qué percepción se lleva del país que encontró a través de sus amigos?

—Solo puedo caer en el lugar común. El editor Carsten Todtmann organizó el domingo pasado una reunión en su casa que se prolongó hasta la noche. Fue muy grata porque me recordó una circunstancia opuesta, a ese país próspero de los años sesenta. En aquellos tiempos la ciudad carecía de lugares de encuentro, aunque había librerías. No era lo que llegó a ser en los setenta, con la prosperidad, con un mayor lujo y profesionalidad en ese tipo de reuniones. No me han hecho sentir el momento dramático que atraviesa el país, sino más bien me acogieron con mucho calor humano. Sé muy bien que acaban de ocurrir acontecimientos dramáticos como los del 19 de abril.

—Y es precisamente esa Caracas en la que transcurre parte de la novela, no desde la nostalgia, pero sí desde la experiencia.

—No hay nostalgia en lo absoluto. La novela fue concebida entre 1988 y 1992, antes del golpe de Estado. Además, en 1988 había pocas razones para sentir nostalgia. La ciudad era todavía vigorosa, más segura de lo que es actualmente. En esa época era director de un cabaret humorístico, La Guacharaca, y salía en las madrugadas al centro de Caracas a buscar artistas desconocidos. Había quizá motivos para preocuparse, pero no para la nostalgia. Esto no lo escribí desde el presente, en una visión despiadada y dura del país.

—Claro, pero fue una época en la que ya se sufrían las consecuencias del fracaso del rentismo.

—Sí, pero eso es muy sociológico y esta es una novela negra, una novela fantástica, lo que no he dicho hasta ahora. En la médula hay un relato fantástico. Es una galería de personajes, la mayoría venezolanos, y leyendas urbanas que no quiero decir que rescaté o resucité, pero sí que saqué del olvido.

Entre esas leyendas urbanas, quien fuera director de la revista Exceso destaca una en particular, la que inspira el hilo conductor de la historia del suicidio del intelectual y periodista que recorre toda la novela. “En esa época se suicidó un personaje importante de la vida intelectual: Carlos Rangel”.

—¿Por qué salvarlas del olvido?

—No es un mandato, ni un propósito ni un acto de redención. Quizá es un acto de trance de la escritura. Se insinuaron todos esos fantasmas. Tiene que ver con la guerrilla urbana de los años sesenta, con ese bulevar que quizá hayamos olvidado que existía entre Caracas y París, entre Sabana Grande y Saint-Germain-des-Prés. Recuerda que en los cincuenta una serie de artistas e intelectuales venezolanos fueron a París, ciudad en plena efervescencia contaminada por la Guerra Fría. Muchos regresaron con esas ideas que coincidieron con el auge del castrismo, la irrupción del bloque soviético en el Caribe. Ese es también el contexto de la novela, el imán que atrae a muchas leyendas urbanas. Por ejemplo, creo que el robo de las obras maestras de la exposición Cien años de pintura francesa a mitad de lo sesenta es un hecho casi olvidado, pero me atrevería a decir que gente que participó en ese asalto al Museo de Bellas Artes debe haber visto la llegada de Hugo Chávez al poder. Algunos de ellos figuraron seguramente en los gobiernos sucesivos del chavismo.

—Hablamos entonces de un mundo cultural e intelectual influido por esas ideas. Pero es difícil encontrar a alguien que defienda ideas liberales. ¿No es momento para…

—¿Que salgan del clóset?

—Sí

—No soy experto, pero el pensamiento venezolano de derecha produjo grandes libros y debido a que hay una mayor inclinación hacia la izquierda fueron descalificados. Están Cesarismo democrático de Laureano Vallenilla Lanz, ensayos de Uslar Pietri, además de Del buen salvaje al buen revolucionario de Rangel, que tuvo cierta resonancia en Francia. Sin embargo, fue despreciado. Un historiador muy importante, Manuel Caballero, lo consideró un panfleto. Recuerda que él venía de la izquierda. Debe haber muerto pensando que era de izquierda, pero se convirtió en un furibundo antichavista. Claro, era antimilitarista. Tú no eres lo que declaras ser, sino lo que eres en realidad y lo que las circunstancias hacen de ti. No sé en este momento si hay algún pensador de derecha destacado que produzca alguna obra. Sí hay algunos partidos, eso sí.   

—Ahora que menciona a Hugo Chávez, en una entrevista que le hizo Prodavinci afirmó que la revolución bolivariana remató a la izquierda.

—La izquierda tradicional venezolana quedó borrada. El chavismo pasó a encarnar la izquierda a ojos del mundo. Eso también ocurrió con la Revolución cubana. Ahí recordé, por ejemplo, cómo Teodoro Petkoff pasó a encarnar la derecha una vez que asumió en 1999 la dirección del diario El Mundo. Con él, muchos de aquellos que en 1989 firmaron un famoso manifiesto para darle la bienvenida a Fidel Castro a Venezuela. Algunos de ellos que se consideran aún de izquierda se volvieron incluso anticastristas.

Fihman regresa a París en los próximos días. Allá tiene engavetados un libro de cuentos, una novela en borrador y otra que escribe de atrás hacia adelante. Prevé recopilar algunas de las entrevistas que dieron a conocer a tantas figuras durante décadas. “En estos días me enviaron un artículo sobre Ricardo Piglia, que en su primer viaje a Bogotá le dijo a la persona que lo buscó en el aeropuerto y que lo iba a llevar a pasear por esa ciudad que quería buscar el número 211 de la revista Eco, en la que se publicó una entrevista mía a Emil Cioran, que también apareció en El Nacional. Esa entrevista es citada en Respiración artificial de Piglia sin dar crédito a la fuente”.


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