Reflejos condicionados. Las glándulas salivales reaccionan al olor del sancocho recién cocido que atrae a quienes con la boca hecha agua, se acercan para dar crédito a la sazón de los cocineros. A otros, les resulta apetitosa la tacita humeante de té, pintada en la fachada de estilo colonial de Tknela Teatro. Es mediodía y sus puertas azules están abiertas de par en par… Pase, cualquier gusto es bienvenido.***Aquella esquina de la calle Soublette del centro de Valencia no lució como lo haría un sábado habitual. Los vecinos que permanecían reposando en sus casas y los conductores esporádicos que se trasladaban por el lugar, se percataron de un vaivén inusual de personas.?¿Qué es lo que hay aquí? ? preguntaron algunos escépticos.Una joven, de pie entre el patio y el zaguán, esclarecía las dudas. «Esto es La Mezcolanza. Aquí encontrarás de todo un poco. Desde cambalache de libros hasta mojitos y moringa?. Así, dispuestos a romper con su itinerario programado, decidieron probar aquella tentadora mezcla de sabores. Por otro lado, paladares preparados para el festín esperaban deseosos que el movimiento Transeúnte revelara su identidad. Una convocatoria a preparar sus tazas para degustar de un sancocho creativo, rodó durante varios días por las redes sociales y los medios de comunicación.*** En esta ciudad, en este país, la gente vive con hambre. No solo aquella que revuelve las tripas y hace estragos cuando el estómago está vacío, sino que se manifiesta en el deseo gutural de saborear, masticar y beber el arte… Adelante, La Mezcolanza es un espacio para juntarse con quienes permanecen creando. No es necesario frecuentar bufetes de lujo, la propia calle ofrece una mesa de diversos platos; es una invitación que no admite demoras. Esa hambre hay que atacarla a tiempo, para no transitar como seres moribundos, sin ideas, sin identidad.***Ansiosos, curiosos y expectantes, aquellos que deseaban saciarse, ocuparon poco a poco el patio principal. A modo de aperitivo, aparecieron ante sus ojos un montón de objetos pintorescos que evocaban épocas remotas. Un piano y una plancha de hierro macizo; máquinas de escribir, radios, teléfonos antiguos y fotografías desgastadas, eran algunos de los detalles que componían la colección de ese pequeño museo del ayer.Haciendo de aquel lugar colorido su propia casa, los asistentes merodearon a lo largo del pasillo y recodos. Descalzos de prejuicios y desprendidos de preocupaciones, probaron los manjares hallados. En ?El Rincón del Poeta?, clásicos literarios y libros usados, sustentos del pensamiento. Los escritores César Vallejo y Jorge Luis Borges, también se mezclaron.Más adelante, en ?El Mercadito?, pinturas en honor a la mujer, cajitas multicolores, franelas inspiradas en la cotidianidad y prendas con cristales hechas a mano, exquisiteces de la creatividad. Y aunque el sol penetró las ranuras del techo, un vaso de papelón con limón, ayudó a menguar el calor en ?El Monchi Criollo?. ¿De postre? Jalea de mango, tortas o helados de parchita con cocuy.Entre tanto, los presentes se contagiaron con la pasión dejada en los platos fuertes. Cantos y poemas a la vida, pinos en el aire al son de los malabaristas, batería y teclado bajo una misma dirección, expresiones que no pichirrearon sobresaltos. La remembranza de Japón en un sushi de plátano y aguacate, las tristes verdades de un bufón y la tonada endulzada con los arpegios de una guitarra, delicias heterogéneas que llegaron directo a los paladares. ***La calle se deja consumir bocado a bocado. Los integrantes de Transeúnte brindan apenas una porción. Una pequeña muestra del revoltijo de hallazgos que se recogen en este peregrinar incesante por caminos conocidos y rutas por descubrir. Un andar que solo se aminora cuando, metidos en el fogón, sin miedo a la candela, amasan y moldean aquellas historias que aguardan por ser degustadas. Anochece, el banquete llega a su fin; pero que nadie se sienta satisfecho, todavía queda un huequito por saciar. 


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