El nacimiento ?chucuto? de la llamada Comisión de la Verdad fue una mala noticia para quienes creemos que es posible constituir una instancia de esa naturaleza con el objetivo de sentar las bases para una diálogo fructífero en el país, a partir de pasar la larga página de confrontación que se ha traducido en exclusión, desconocimiento del otro y ausencia total de acuerdos mínimos para sacar adelante un país hoy estancado económicamente, sometido a insoportables niveles de violencia y venido a menos en materia de calidad de vida.En días recientes, el presidente Nicolás Maduro instaló en Miraflores la llamada Comisión de la Verdad, en compañía del secretario general de la Unión de Naciones Suramericanas, Unasur, Ernesto Samper, ex presidente de Colombia, pero con la notoria ausencia de representantes de los factores opositores y de sectores no sometidos a la polarización, lo cual, sin duda, provocará que ese espacio termine siendo un escenario de retórica sin ninguna Si la voluntad del gobierno es en realidad que los venezolanos lleguemos a entendernos y a sacar conclusiones comunes sobre todo este periodo político tan complejo, y que abarca, por lo menos, desde el 11 de abril de 2002 hasta nuestros días, la peor manera de lograrlo es instalar una comisión de tanta relevancia sin guardar formas que son de fondo.En primer lugar, una comisión de la verdad, que aspire a serlo, debe ser realmente plural, y por lo tanto no debe limitarse a representantes de un bando y de otro. Existe toda una gama de organizaciones e individualidades no sujetadas a la dinámica de polarización que nos invade que perfectamente pudieran participar de una iniciativa como esta, y jugar un papel de equilibrio y de facilitación de un esquema de diálogo descarnado pero posible, en medio del cual cada uno diga sus verdades pero pueda estar dispuesto a entender las razones del otro y de asumir sus propios errores derivados de la acción o la omisión. Además, el momento del anuncio, poco después de que el Tribunal Supremo de Justicia declarara inconstitucional la Ley de Amnistía y Reconciliación, no fue el más oportuno.Luego, no podía darse una convocatoria pública sin al menos realizar una reunión preparatoria que generara un clima de mínima confianza. ¿Cómo instalar públicamente una comisión si antes no se ha dialogado sobre lo esencial, su integración, su funcionamiento, su alcance, sus límites y otros elementos que garanticen el éxito de esa Comisión de la Verdad?Creo que fue un error traer al secretario general de Unasur, Ernesto Samper, a encabezar esta iniciativa sin cubrir los pasos arriba señalados. Contrariamente a lo deseado, fue la mejor manera de sembrar dudas y generar nuevas resistencias sobre la capacidad de esta instancia y de su secretario general de ayudar a impulsar el proceso de diálogo para obtener conclusiones que contribuyan a pasar la página de confrontación improductiva en la cual seguimos anclados. Si lo que se buscaba era un simple impacto político y mediático para dejar en evidencia que el sector opositor es quien realmente se opone al diálogo, tal vez ese objetivo se logró para un público cautivo que no necesariamente es todo el conglomerado de ciudadanos que se sienten identificados con la corriente creada por el fallecido presidente Hugo Chávez.Pero en la práctica, el empeño en crear esa comisión de la verdad ?como sea? se traduce nada más y nada menos que en una nueva frustración para esa buena parte del país que espera por el momento en el cual se aborde de manera descarnada la búsqueda de una verdad que pueda unificar, por muy dura que sea, y que pueda facilitar el tránsito hacia un nuevo momento político en el país, en medio del cual se pueda convivir por encima de las diferencias y con plena disposición a unificar esfuerzos para superar los graves problemas del país.Si para algo puede servir la intermediación de los ex presidentes Samper, Martín Torrijos y Leonel Fernández debería ser para lograr que la iniciativa de una verdadera Comisión de la Verdad no naufrague nuevamente. Creo que algo tenemos que aprender de la experiencia colombiana. Después de sesenta o más años de lucha armada, gobierno y guerrilla acordaron una metodología de trabajo, una agenda y construir un espacio de confianza para que la negociación en pro de la paz diera resultados, como viene ocurriendo. No hace falta esperar tanto tiempo para lograr que aquí podamos instalar y ver funcionar exitosamente una comisión de esas características.


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