En Taipéi, a cada hora en punto se inicia un cambio de guardia frente a una estatua de más de seis metros de alto y 21 toneladas de peso.El hombre sentado y sonriente que está representado en ella es el presidente Chiang Kai-shek, el líder nacionalista que, tras la victoria de la Revolución comunista en 1949, trasladó el gobierno de la República de China a Taiwán, llevándose tras de él a más de un millón y medio de chinos, y gobernó la isla con poderes autoritarios hasta 1975.Cinco años después de su muerte, ya se había erigido el inmenso monumento de paredes blancas y techo azul. Abajo hay un museo lleno de fotos históricas de él y su influyente esposa, sus trajes de militar, sus condecoraciones, una escultura de cera en su tamaño natural entre los muebles de su oficina, y hasta el último automóvil oficial que tuvo.Arriba, bajo el techo azul octagonal, que está a 70 metros del suelo, se haya el bronce de Chiang, que mira a una plaza a la que se baja por 89 escalones, que representan la edad del gobernante al morir. Al final de la plaza están, a un lado, el Teatro Nacional y un no menos imponente auditorio de música.En este complejo conmemorativo está gran parte de la historia más reciente de Taiwán, que en 400 años ha visto pasar a los portugueses, que la bautizaron Formosa, y ha estado bajo el dominio de españoles, holandeses, chinos y japoneses.Fue Chiang, precisamente, quien la recuperó para China, con sus islas aledañas, al acabar la Segunda Guerra Mundial y quedar derrotado Japón, país que la tuvo como suya durante medio siglo.En el Taiwán de Chiang, la palabra ?democracia? era exótica, pero no la prosperidad económica. La isla les siguió el paso a países como Corea y Japón, de vertiginoso desarrollo, enfocado en las exportaciones. Entre 1950 y 1990 el ingreso per cápita de Taiwán se multiplicó por 58: de 137 a 7.997 dólares anuales.Hoy es el N° 38 del mundo y ronda los 21.000 dólares anuales, aunque por el poder adquisitivo de su moneda el nivel de vida de un taiwanés puede ser similar al de un danés o un alemán.Tras el deceso de Chiang, su partido, el Kuomintang (KMT), siguió gobernando hasta el 2000, cuando, como resultado de un proceso de apertura democrática, en las segundas elecciones directas ganó el opositor Partido Democrático Progresista (PDP).En el 2008 volvió al poder el KMT, con el actual presidente Ma Ying-jeou, quien puso en marcha un proceso de acercamiento pragmático al Gobierno de Pekín, el cual ha redundado en un crecimiento enorme del intercambio económico entre las dos partes.Hoy hay 240 vuelos diarios entre ambos territorios. Más de 5.000 turistas continentales llegan al día. Taiwán es el primer inversionista extranjero en ?Mainland China?, como la llaman, y hay más de un millón de ejecutivos y técnicos taiwaneses viviendo allí.El gran bambú. En la extensión de la capital taiwanesa, sobresale un bambú gigante: la torre Taipéi 101, uno de los 10 más altos rascacielos del mundo. En total, son 508 metros de altura. Tiene 106 niveles, cinco de ellos subterráneos. Su construcción se inició en 1999 y en cinco años ya estaba lista. Fue el regalo del nuevo milenio para una ciudad que quería ?y quiere? proyectarse al mundo. Costó más de 1.700 millones de dólares.El 101 es el número del distrito financiero donde está enclavada, pero en la mentalidad china significa también el futuro e ir más allá de la perfección. El enorme bambú, que es crecimiento y aprendizaje para los chinos, incluye ocho segmentos, de ocho pisos cada uno. El ocho es abundancia, prosperidad y renovación.El mirador está en el piso 89, y son pocos los turistas que no lo visitan. Allí se llega en un ascensor que va desde el piso quinto en 37 segundos. La velocidad se siente fuerte en los oídos. Desde ese piso 89 se puede observar toda la ciudad, con su mixtura de arquitectura moderna y tradicional. No hay moles que le compitan a la 101. En el paisaje se mezclan el gris del urbanismo con el verde de la naturaleza, que no es menor.Un piso abajo se puede ver una enorme bola dorada. Es el amortiguador de masa: 680 toneladas de acero de placas que se mueven en dirección contraria al edificio para estabilizar la construcción.Pero la torre no es el único orgullo del Taiwán de estos tiempos. También lo es el tren bala que une en solo hora y media a Taipéi, en el norte, con la segunda ciudad del país, Kaohsiung, en el sur de la isla. La empresa privada lo hizo con tecnología japonesa. El costo fue de 18.000 millones de dólares y lleva más de 8 años de operación. Hace un recorrido de 345 kilómetros, para en 8 estaciones y atraviesa 14 distritos y ciudades, abarcando a casi el 90% de la población. Su velocidad puede llegar a 300 kilómetros por hora.


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