La muerte de un maestro siempre es un suceso doloroso para los herederos de esa impronta vital que ha marcado el camino de muchos. La desaparición física de Luisa Richter el pasado jueves 29 de octubre fue una fractura incluso mayor, pues es un evento que se lamenta más allá de su producción artística: representa el cese de una personalidad fundamental para todos los que tuvimos la dicha de recibir su generosa capacidad de embriagarnos al instante; espíritu jovial que trascendía lo real sin olvidar los escalones del abismo.Richter llegó a Venezuela en el año 1955. Fue docente en el Instituto de Diseño Neumann y fundadora de Prodiseño. Es Premio Nacional de Dibujo y Grabado y Premio Nacional de Artes Plásticas. En el año 2010 recibió el doctorado Honoris Causa de la Universidad Simón Bolívar en homenaje a su trayectoria artística. En su visión sobre la creación permaneció fiel a la esencia que caracterizó a una buena parte de los creadores europeos de la posguerra que vinieron a Venezuela: el arte como suceso integral donde cada uno de los modos de expresión eran una posibilidad abierta de intercambio, mecanismos infinitos para revelar en todos los órdenes de la vida el canal sensible de lo indescifrable.De su labor creativa y pedagógica no bastará el tiempo para agruparla o segmentarla. Su energía la hizo concretar más de cuarenta muestras individuales sin contar con su participación constante en colectivas y salones de arte. De su obra, Juan Calzadilla destacó en algunos textos el ancla crucial del trabajo: una extraña y sorprendente labor de investigación donde las formas se definían en un mundo expectante surgido de la oquedad y convertido en materia mediante la sostenida negación a ser otra cosa que pintura. Desde los recodos de esa batalla surgirán las revelaciones de una filosofía interior tan distintiva como universal.En este espacio de opinión sobre artes visuales tuve la oportunidad en el año 2012 de reseñar varias exposiciones de la artista, junto a la fortuna de visitarla para una entrevista publicada en Papel Literario de este mismo diario. Al entrar en su casa me conmovió la disposición del espacio y la unicidad estructural y simbólica del entorno. Era, para decirlo en pocas palabras, una inversión de la famosa Cas(A)nto de Antonieta Sosa: ya no era la casa trasladada al museo para ser objeto de exposición, sino la propia casa el espacio museográfico de una vida que era Arte. Luisa era así. Su conversación circulaba en torno a ello, desde lo cotidiano hasta lo trascendental.Recuerdo que aquella tarde me sentí observada y perdida junto a ella, al tiempo que satisfecha y plena. La permuta más intrigante fue la cantidad de frases escritas en papeles distribuidos por la sala que funcionaron cual rotulación sigilosa con la que respondía a cada una de mis preguntas, como si supiera de antemano todo lo que iba a decirle. Una persona cercana que leyó el resultado me comentó: ?Lorena, qué conversación. Parece que hubieras estado con una diosa?. Y así fue. Me gustaría cerrar estas palabras recordando a la maestra Richter de esa manera, con una de aquellas líneasque me hizo leer desde un cúmulo de hojas que de forma inexplicable estaban a mi lado: «La sustancia invisible es el volumen de lo desconocido».


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