Surgió en 1888 para emular antiguos destinos turísticos de excelencia. Por eso no es casual que su nombre se haya inspirado en el Palacio de Miramar, del emperador Maximiliano de Austria, una de las grandes residencias de verano de la aristocracia europea.Recostada sobre el océano, esta bellísima ciudad con 127 años de historia está a 48 kilómetros de Mar del Plata y a 448 de Buenos Aires. Cuenta con 8 kilómetros de playas repartidas en 45 balnearios.En enero estallan los paradores de la zona norte, ubicados en el ingreso sobre la RP 11, con playas bien extensas como Rockaway, Nacho, Buenos Aires, Chicama y Médanos. En la zona alta de la barranca se ubica el área de servicios y, en la costa, la zona de sombra, donde desfilan los surfers orgullosos con sus tablas. Los balnearios de zona norte fueron pioneros en instalar las primeras escuelas de surf, deporte de larga tradición en Miramar, y también los primeros en desarrollar servicios de calidad en gastronomía, áreas de recreación para chicos, estacionamiento y seguridad.Sobre tablas. Inevitablemente, quien llegue por primera vez a esta ciudad marítima descubrirá que el surf está muy arraigado. Junto con Necochea y Mar del Plata, sus olas compiten entre las mejores de la costa atlántica. La cultura de las tablas se remonta a fines de los años sesenta, cuando pioneros locales como José Surga, el Negro Bermúdez o Guillermo Caimari, que hasta hoy siguen surfeando, comenzaron a probar suerte en el desafío de cabalgar las olas. Entre los puntos estratégicos se destacan Escollera Cero, La Bollita, el Parador Peche, Tiburón, la 33 y el Muelle de Pescadores.En febrero, la brújula apunta a balnearios del centro como Daytona, Tiburón, Pancho, 9 de julio, Horizonte, Sol y Pleamar. Cerca del muelle la playa pega una curva en Punta Armengo, el accidente geográfico más importante de estas costas. Semejante a una bahía, obsequia la postal diáfana del verano feliz.Por la avenida Costanera, la orilla se despliega a sus anchas desde el arroyo Las Brusquitas, límite norte que linda con el Partido de General Pueyrredón, hasta Frontera Sur, como se llama el último balneario. Desde allí se extiende otros 15 kilómetros rumbo a Mar del Sur por una zona de acantilados, dunas y médanos a los que solo se accede en vehículos 4×4.Los secretos del bosque. Además de la playa y el mar, el Bosque Vivero Florentino Ameghino es el otro gran atractivo para disfrutar todo el año. Es un extenso bosque de 502 hectáreas repleto de senderos para caminar, salir a correr, pedalear o hacer una cabalgata con don Anastasio Bernardo Olguín, un baquiano de 79 años autoproclamado el más experimentado de la zona. «Yo tengo suerte de ser quien soy. Hice de todo, menos robar», asegura don Olguín con las riendas en la mano. Sus historias ya son parte de un documental.El Bosque Vivero comprende una franja forestada de 1,5 kilómetros de ancho por casi 8 de largo recostados sobre el mar. Fue creado en 1923 con objeto de fijar las dunas. «Es un bosque implantado donde se generan pinos para su reproducción, con especies de coníferas, piñas, insignia y marítimo, a las que se suman acacias, aromos, eucaliptos, un sector de cañaverales y otro de palmeras. De las 502 hectáreas actuales, 25 están liberadas al uso público», detalla Carlos Pagliardini, director de Promoción Turística del municipio.El bosque cuenta además con dos áreas recreativas con fogones, parrillas, restaurante, la capilla de la Virgen de Lourdes y el Museo Histórico Paleontológico Natural Punta Armengo.»El bosque es un lugar increíble y ofrece una variedad de terrenos diferentes donde podés disfrutar del paisaje agreste, del mar y de los médanos», asegura Javier Chapu Gómez, otro baquiano que organiza caminatas y salidas en bici por la zona.Enseguida ingresamos al denominado Bosque Energético o Bosque Oscuro. Húmedo y silencioso, aseguran que el bosque tiene una energía especial. «Si se viene una tormenta, al llegar a esta zona se desarma, se va hacia el mar», asegura el Chapu.Para los que buscan un poco más de acción, frente al bosque sale un camión UAZ, 4×4, conducido por Gonzalo Auriti Primavera. El camión del ejército ruso que prestó servicios durante la Guerra Fría se adentra en las playas vírgenes del sur hasta el Médano Blanco, uno de los mejores spots para la práctica de sandboard. La excursión dura unas tres horas y recorre unos 5,5 kilómetros de la franja costera muy poco poblados, sobre una arena blanda, difícil de andar. En el camino se cruzan tres arroyos, un cementerio de caracoles, restos de barcos hundidos y naufragios.


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