La historia de las vocaciones cervantinas en Venezuela puede rastrearse, al menos, desde los siglos XVIII y XIX. El franciscano Juan Antonio Navarrete, en su Arca de Letras y Teatro Universal, en 1783, consignará una referencia sobre el Quijote en el artículo ?Tautotes? (que es la repetición de una misma palabra como por casualidad o descuido), citando una frase pronunciada por el caballero manchego: ?Mire, digo, que mire bien lo que hace. En aquel mire está la figura?.Andrés Bello hará una muy sostenida y frecuente citación de la obra mayor de Cervantes en muchas de sus obras. Un ejemplo temprano y elocuente lo encontramos en su crítica a la obra de Sismondi sobre La Literatura del Mediodía de Europa (1819), que publicará, el año 1823, en la Biblioteca Americana. Su valoración del erudito francés es tan grande que, además de copiar extensamente el fragmento, lo premiará con las notas críticas más altas. Con similar espíritu de afirmación, Rafael María Baralt y Cecilio Acosta considerarán la obra de Cervantes como fuente para sus trabajos lexicográficos: el Diccionario de galicismos (1855), del primero de ellos, y las Cédulas lexicográficas (1876 y 1882), del segundo.Será, sin embargo, el humanista y polígrafo Amenodoro Urdaneta, miembro fundador de la Academia Venezolana de la Lengua, el primer cervantista criollo de todo tiempo y el más grande defensor de su obra en Venezuela; títulos estos que quedan refrendados con la publicación de Cervantes y la crítica, en 1877. Tratado de alta erudición  y sapiencia lingüística, se impone vindicar a Cervantes de la mirada represora de Diego Clemencín, el editor decimonónico del Quijote y su censor más impío.  Reeditada al año siguiente de su publicación en la imprenta de La Opinión Nacional, verá la luz en dos ocasiones más. La primera, en 1975, a cargo de Pedro Pablo Barnola, en las prensas de la Gobernación del Distrito Federal; y la segunda, en 2005, bajo el sello de la Biblioteca Ayacucho, al cuidado de Francisco Javier Pérez.Los empeños de Urdaneta por mostrar el rostro noble de Cervantes y la perpetuidad de su legado de sabiduría y cultura fructifican en el siglo XX venezolano en otros autores y desde otros ángulos auspiciados por la compleja factura de la novela cervantina. El exclusivo catálogo de celebridades y el selecto repertorio de sus realizaciones bibliográficas recordaría a Tulio Febres Cordero y su novela Don Quijote en América (1905); a Gabriel Espinosa y El Quijote juzgado (1917); a Domingo Antonio Narváez y Miguel de Cervantes y Saavedra (1927); a José Antonio Carbonell y su Cervantes: su vida, su labor literaria (1928); a Carlos Brandt y sus libros Cervantes y su obra (1930) y Cervantes, el titán de la literatura y su obra maestra: El Quijote (1942); a Ismael Puerta Flores y Una sana interpretación del Quijote (1936); a Manuel Osorio Calatrava y Don Quijote de Ginebra (1937); a María de Lourdes Carbonell Parra y Las cinco salidas del Quijote (1943); a Felipe Massiani y su Miguel de Cervantes: El condenado por Dios a ser novelista (1948); a Felipe Tejera y Cervantismo venezolano (1949); a René L. F. Durand y Balzac y Don Quijote (1950); a José García Bravo y su singular Don Quijote, Sancho y la era atómica (1955); a Roberto Guerrero y Unamuno y Ortega frente al Quijote (1968); a R. D. Silva Uzcátegui y La psicosis de Don Quijote de la Mancha (1969); a Ángel Rosenblat y su tratado sobre La lengua del Quijote (1971); a Pedro Pablo Paredes y su Leyendas del Quijote (1976); a Buenaventura Piñero y el Devenir social de Sancho Panza (1976); a Balmiro Omaña y El lenguaje y su consciente expresión de los fines narrativos en el Quijote (1978); a Ernestina Salcedo Pizani y Una lectura del Quijote desde la visión manierista (1981); a Víctor García Sereno y La Mancha del Quijote y otros cuentos (1982); a Tomás Polanco Alcántara y La ilusión de dos Quijotes. Alonso Quijano el bueno y Simón Rodríguez (1986); a Mario Briceño Perozo y La espada de Cervantes (1987); a José Balza con su capital estudio Este mar narrativo: ensayos sobre el cuerpo novelesco (1987); a Benigno Ontiveros y Don Quijote habla en los Andes. Intento sobre el lenguaje andino. Refranes del Quijote en los Andes venezolanos (1997); a Alicia Perdomo y el Análisis del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (1997); a Isabel Larra Tarre y Las novelas ejemplares de Cervantes. Espejo de la literatura española del Siglo de Oro (1998); a Raquel Moreno de Rojo y Vertientes, vigencia y proyección de la obra literaria de Cervantes (2000); a Antonio Mieres y Algunos rasgos historiográficos advertidos en Don Quijote (2001); a Mario Torrealba Lossi y Cervantes y el Quijote en tres jornadas (2003); a Edgar Colmenares del Valle y La aventura lexicográfica del Quijote (2005); y a Lucía Markovich y su Don Quijote de la Mancha, Don Quijote de América y Don Tulio Febres de Mérida: Tres hombres y un destino (2005).Claras muestras de la vocación cervantista quedan grabadas en las compilaciones Venezuela literaria a Cervantes (1948), de José Manuel Núñez Ponte, para la Academia Venezolana de la Lengua; Cervantes (1949), de José Fabbiani Ruiz, para la Universidad Central de Venezuela; Cervantes y el Quijote en la poesía venezolana (1992), de Mario Briceño Perozo, para la Academia Nacional de la Historia; La Cervantiada (1993), de Julio Ortega, para Fundarte; El Quijote en Tierra de Gracia. 18 Lecturas venezolanas (2005), de Gerardo Vivas Pineda, Francisco Javier Pérez y Rafael Arráiz Lucca, para la  Fundación para la Cultura Urbana; Lecturas venezolanas del Quijote (2006), de Javier Duplá, para la Universidad Católica Andrés Bello; y el número 19 de la revista Cifra nueva (Nº 19), publicación del núcleo trujillano de la Universidad de los Andes, el año 2009, en conmemoración por el cuatricentenario de la publicación de la primera parte del Quijote.Estos esfuerzos teóricos y críticos contribuyeron a mantener activa la reflexión sobre la significación de Cervantes y su obra en los estudios literarios venezolanos y, en cierta medida, vinieron cada vez más a insistir en la necesidad de asentar los temas hispánicos y sus conexiones con el desarrollo de la propia literatura nacional. En otras palabras, los vínculos entre la literatura española y la literatura venezolana de todo tiempo se comprendieron en lo que tenían de hermandad y en lo que presentaban como fragua de una misma tradición de lengua y cultura. A la cabeza de todos los gustos y de todas las empresas, el tópico cervantino se hizo acompañar de la pasión por los místicos castellanos, por los escritores del Siglo de Oro, por la influencia de Larra y Zorrilla en el romanticismo venezolano y por la presencia de Unamuno y Lorca, en tiempos más cercanos al presente. Así, cuando la Academia Nacional de la Historia se empeña en editar, en 1992, el Quijote, con prólogo de Guillermo Morón y bibliografía de R. J. Lovera De-Sola, no hace sino refrendar la penetrante actualidad del texto cervantino y resaltar a cuánto asciende su significación para el hispanismo venezolano.  


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