Hunde tu rostro en tus manosPorque hemos cruzado el río y el viento solo ofrece un remolino entumecido de frío y nos hemos adaptado mansamente, sin esperar ya nada más que lo que nos ha sido dado, sin preguntar cómo es que llegamos a este lugar, no nos importa que nada haya resultado como esperábamos. No hay manera de dispersar la niebla en la que vivimos, no hay manera de saber que hemos aguantado un día más. La silenciosa nieve del pensamiento se derrite antes de que pueda cuajar. Nadie tiene idea de dónde estamos. Las puertas a ninguna parte se multiplican y el presente queda tan lejos, tan profundamente lejos. Cualquier lugar podría ser un lugarPude haber venido de las tierras altas, o acaso de las bajas, no recuerdo de cuáles. Pude haber venido de la ciudad, pero de qué ciudad en qué país es algo que no alcanzo a comprender. Puede haber venido de las afueras de una ciudad de la que otros han venido o tal vez de una ciudad de la que sólo yo he venido. ¿Quién sabe? ¿Quién decide si llovía o brillaba el sol? ¿Quién recuerda? Dicen que están sucediendo cosas en la frontera, pero nadie sabe en qué frontera. Hablan de un hotel donde no importa si te olvidaste de la maleta, pues otra te estará esperando, suficientemente grande y sólo para ti. Agotamiento al atardecerEl corazón vacío regresa a casa después de un atareado día en la oficina. Y qué va a hacer un corazón vacío sino vaciarse de vaciedad. Borrar lo imborrable requiere un esfuerzo mental, el empleo inútil de facultades ya sobrecargadas. Pobre corazón vacío, envejecido antes de tiempo, cómo se esfuerza por hacer lo que la mente le dice que haga. Pero el esfuerzo acaba en nada. El corazón vacío no puede hacer lo que la mente le ordena. Se sienta en la oscuridad, sueña despierto y el vacío crece.


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