Idilio en el caféAhora me pregunto si es que toda la vidahemos estado aquí. Pongo, ahora mismo,la mano ante los ojos ?qué latidode la sangre en los párpados? y el velloinmenso se confunde, silencioso,a la mirada. Pesan las pestañas. No sé bien de qué hablo. ¿Quiénes son,rostros vagabundos nadando como en un agua pálida,éstos aquí sentados, con nosotros vivientes?La tarde nos empuja a ciertos bareso entre cansados hombres en pijama. Ven. Salgamos afuera. La noche. Queda espacioArriba, más arriba, mucho más que las lucesQue iluminan a ráfagas tus ojos agrandados.Queda también silencio entre nosotros,silencio,              y este beso igual que un largo túnel. Al finalVista por primera vez, todavíamisteriosa de casi recordada.Será como en París, que me perdíahasta dar en alguna encrucijadaque de pronto después reconocía:?si las has visto mil veces?? Será nadamás que, a la vuelta de otro día, vertedesembocado en medio de la muerte. DomingoNo más que este pequeño esfuerzo por vivir,por respirar igual cómo respiranesas otras parejas más allá, dejadasbajo los suaves pinos en pendiente, y que parecen empeñar el airetan quietas como el humo de la ciudad, al fondo,entre tanto que pasan exhalándosecarretera hacia abajo los raudos autobuses. El miedo sobrevieneEl miedo sobreviene en oleadaInmóvil. De repente, aquí,se insinúa:las construcciones conocidas, las posibles consecuencias previstas (que no excluyenlo peor),todo el lento dominio de la inteligenciay sus alternativas, todo se ofusca en un instante.Y sólo queda la raíz,algo como una antena dolorosacaída que no sabe, palpitante.


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