Una de las cosas que caracteriza a la escultura de mariana Monteagudo (Caracas, 1976) es esa poderosa mezcla de elementos presentes en ella. En efecto, esa mixtura no está referida únicamente a los materiales de los que se vale la artista, sino también a las cualidades de las representaciones logradas. De este modo al contemplar un trabajo de ella no se sabe si se está en presencia de una figura precolombina o de un ser pos apocalíptico, de manera que la superposición de planos temporales es uno de los logros formales de sus piezas.Sus primeras propuestas tenían ?si acaso esto se puede decir en torno a su apuesta estética? un carácter menos exuberante en cuanto a la aglutinación de elementos. Las figuras eran una suerte de mutantes elaborados bajo una cierta impronta de lo mágico religioso. Pude ver esos primeros trabajos justo hacia el cambio del milenio, por la época en que la creadora y mi persona nos conocimos. Era de alguna forma una era idílica en Venezuela en la que aún no había ocurrido el desmantelamiento de la nación que se ha gestado en los últimos tiempos. Aún está presente en mí la oportunidad en que hicimos un viaje Mariana, el también artista plástico y escultor Carlos Enríquez González ?a través de quien la conocí? y mi persona a una suerte de festival de arte subterráneo que acaecía en las afueras de la ciudad de Caracas en una zona campestre. Durante todo el viaje la luminosidad de Mariana y su temple honesto y genuino traslucía a una artista que se volcaba al quehacer del arte desde un trabajo arduo y cotidiano en su taller en Caracas. Mariana era efervescente, una mujer que tras su pequeña figura traslucía ojos que tronaban. Ella misma me ha recordado, a propósito de este texto, una tarde en que realizamos una sesión de fotos en un ?carrito por puesto? en la ciudad de Caracas en oportunidad de un trabajo que hice sobre ella para un medio. Mariana daba y da a sus trabajos una energía intensa. Adicionalmente, el ojo del detalle le ha permitido recorrer el mundo recolectando objetos que aparentemente ya no tienen ningún uso y que se integran a ese pastiche en donde se superponen capas que expresan emociones, momentos de la historia de la cultura y una poderosa denuncia en torno a la hiperaceleración en la cual está inserta la sociedad de consumo actual. Ella misma sostiene que esos objetos, en apariencia desechos, poseen una historia y unas cualidades inherentes que les dan vida, una vida que se integra del mismo modo que se opera la magia del vudú. En la obra de Mariana Monteagudo confluyen vida y muerte y se da la epifanía de la resurrección. Ella es portadora de un mensaje que enuncia las profundas carencias y vacíos que se han ido gestando en este mundo donde la rapidez y lo inmediato se han impuesto sobre lo sagrado y lo eterno. De manera que en el trabajo  de Monteagudo hay un profundo mensaje que bien podría estar imbricado con propuestas cinematográficas hondas, tales como la Trilogía Qatsi. La mirada última de esta escultura apunta hacia lo arquetípico, hacia aquello que configura el punto de encuentro de diversas culturas y tiempos.Hoy en día la artista reside en los Estados Unidos desde donde su obra ha tenido una gran resonancia en el arte mundial del presente, estando su trabajo en una serie de instancias, museos y colecciones tan prestigiosas como las del presidente César Gaviria Trujillo. Sus piezas poseen la cualidad de lo atemporal, al igual que la epifanía de lo mágico; en Mariana todos los tiempos y lugares confluyen en Uno mismo y en un diálogo que inaugura mundos.Asistimos con esta mirada a la obra de Mariana Monteagudo a la experiencia de una artista venezolana cuya trascendencia se da aquí y ahora. En ella confluyen una cantidad de perspectivas estéticas y se establece un sentido real y profundo en cuanto al arte Latinoamericano actual. Mariana Monteagudo constituye una singularidad dentro de las múltiples propuestas que se han generado en estas latitudes desde el Avant garde y hasta el Cutting edge.


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