Mi mirada en torno a la vida y obra de Octavio Armand (Guantánamo, 1946) es indecible. En efecto, hoy por hoy y a pesar de conocerle durante años, no sabría decir con certeza todas aquellas cosas que se mueven en mi interior en relación a su figura y su palabra. Desde aquel momento inaugural cuando le conocí en oportunidad de entrevistarle para una revista hasta este ahora, tan inexplicable, han ocurrido toda una vorágine de recuerdos y anécdotas. Los cafés de las tardes en las inmediaciones de su casa en Caracas. Las conversaciones como añorando esos aspectos últimos del Ser y del devenir, al igual que la palabra hecha cuerpo, vuelta representación de la piel del profeta. Asimismo, están todos los días e instantes hechos de este diálogo que pervive y se hace historia, desde lo cotidiano hasta la ferocidad de los almuerzos en el Club Social Chino.En la actualidad hay quienes se refieren a Armand como el último de los surrealistas. Esto es una verdad porque este escritor fue el último de ese linaje de artistas que celebraron la epifanía de los sueños en el devenir mundano. Estilísticamente, ello es obvio, por ejemplo en sus trabajos en el espíritu del caligrama, tal y como se aprecia en su reciente libro Clinamen (2013), que en delicadísima edición publica Kalathos Editorial. De igual modo, hay una suerte de exuberancia en su obra que le da un carácter al que me atrevería nombrar como barroco. Su palabra resuena desde el giro del fractal y desde una lucidez que es impronta en su obra ensayística. La prosa de Octavio Armand es un desborde de erudición y de refinamiento; una puesta en escena más allá de lo real, más allá de las cosas concretas. Incluso, en el manejo de la fina ironía y de la recreación del absurdo hay una genialidad explícita, como por ejemplo se observa en su texto Pro Cayo Julio César Augusto Germánico.Los héroes de Armand son los héroes de la transgresión, tal y como puede ser un François Villon, sobre quien este cubano ha puesto en repetidas ocasiones su mirada. En el caso de su obra se puede hablar de una totalidad en la que resuenan multiplicidad de discursos y tiempos. En su voz se da la epifanía de lo sagrado. Aquí estamos en presencia de la voz del profeta, voz que incendia e inaugura mundos. Hay, en verdad, una gran coherencia en el planteamiento íntegro de su trabajo y de sus obsesiones; está la mirada a un pasado que hay que deconstruir, así como su fascinación por el arte precolombino y su obvia fascinación por descubrir su rostro tras los tiempos, tras los ojos de la otredad.Esta noción última de lo ontológico expresado en el paso del tiempo es asimismo impronta en su discurso. Su sensible texto Ubi sunt, más allá de las sutilezas teóricas, es la emoción desgarrada del Ser frente a lo efímero, es el milagro del encuentro entre almas en el mundo fenoménico. Ello es explícito cuando el poeta sentencia ?¿Dónde yo, que lo pregunto? ¿Dónde tú, que nos respondes??.La riqueza de su prosa además posee una delicadeza formal en donde las texturas están hechas de matices que reverberan, donde la palabra vibra y se transmuta en otra. En este caso, hay una suerte de dimensión de lo cuántico y de lo inexplicable.Sin embargo, el modo como Armand se vincula con el mundo es desde la ingenuidad y el asombro. En él prevalece esa mirada inicial que ve las cosas tal cual son para entonces nombrarlas de una manera libre del equívoco de la costumbre. Esta preclaridad de lo novedoso es también marca en sus formas para vincularse con el otro.He visto sus rostros a través del tiempo, durante todos estos años que han sido la historia de un minuto. He asistido a la ceremonia de la palabra hecha cuerpo y de la voz del profeta que resuena en este tiempo y en todos los tiempos. Octavio Armand es palabra viva, palabra que fluye desde los ápices vibrantes del tiempo y hasta las sentencias más lapidarias, tal y como expresan sus propias interrogantes: ?¿quién es más osado? ¿el hombre que se atreve a ser dios o el dios que se atreve a ser hombre?? ClinamenOctavio ArmandKalathos Editorial.Caracas, 2013.


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