Una de las cosas que caracteriza al trabajo de Tatiana Mantilla (Caracas, 1979) es la explosión cromática. Y es que en efecto la potencia y la garra de su propuesta la ubican en el contexto de una experiencia que inicia su tránsito en las artes con una desenvoltura y eclecticismos raras veces visto.Hay en el trabajo de Mantilla una mezcla donde confluyen diversas tendencias; desde el abstraccionismo geométrico hasta el pop pasando por ciertos matices del cinetismo y del op art. Quizá sea el propio carácter de su alma el que define este abordaje. Esta creadora posee una mirada que, a pesar de todo lo que subyace en las profundidades oceánicas de la psique humana, es una apuesta por la vida y por la celebración de la luz. De modo que para Tatiana, el tiempo del día a día se explaya en su vivencia no solo como artista, sino también como madre y como mujer comprometida con el estilo de vida fitness, un estilo que por demás es marca de gran sobriedad y es una invitación siempre abierta hacia lo constructivo y la esperanza. En ese sentido, la potencia telúrica de su universo interior drenada a través del cuerpo y del arte quizá sea lo que le ha salvado y le ha permitido concretar un trabajo que desde ya despierta los mejores elogios. En su historial de vida hay una larga trayectoria que va desde las danzas tradicionales hasta deportes extremos como el ciclismo de montaña.No obstante, lo que se observa en su trabajo plástico es quizá expresión de una personalidad en extremo efervescente; de manera que la rítmica de sus composiciones en algunos casos es abrupta y el uso del color denota una aspiración por ir más y más lejos. Ella misma comenta que su práctica de la apnea estuvo íntimamente relacionada con una exploración relativa a la percepción de la luz y a la reflexión en torno a esta bajo las aguas. Posiblemente esa anécdota no sea más que una metáfora de la búsqueda real y profunda de esta artista por llegar a otros mundos, un mundo al que solo acceden inteligencias privilegiadas vinculadas con el fenómeno estético y de la creación.Considerablemente llamativa resulta la capacidad de Tatiana para llevar a efecto y superponer diversas perspectivas estéticas; de modo que su pastiche y su sazón poseen un acento en extremo singular. No dejó de llamarme la atención al momento de conocerla en días pasados esa intensidad y ese frenesí de su alma, una intensidad que en este caso se expresa en todos los aspectos vitales. Aquí Eros y Tánatos se encuentran en un equilibrio que fluye y deviene y que expresa en la forma de discurso estético el tránsito de su alma a través de la temporalidad, del pasaje en el tiempo.Otro de los aspectos que resulta obvio en el proceso de Mantilla es que si bien ella trabaja en la actualidad primordialmente en el formato bidimensional, hay una clara tendencia a ir a lo tridimensional. En Tatiana Mantilla hay el carácter inherente a una escultora que deviene con giros y tonalidades propios. En efecto, en el presente ya la artista tiene incursiones en ese formato.El encuentro con esta creadora ha significado para mí un momento privilegiado, un instante donde pude observar las sutilezas de la epifanía del arte en su perspectiva más sobria y excelsa, una mirada que en todo caso se dirige ?dada la minuciosidad y el arrojo implícitos en ella? hacia la realización y a la hechura de un lenguaje propio.Incluso, el carácter abrupto de su propuesta es manifestación de una peculiar energía y  de una gran potencia a la hora de llevar a efecto la obra, una obra que por demás surge de una poderosa intuición y de una contemplación clarividente a la hora de vincularse con diversos abordajes de lo estético, así como de interactuar con el público desde lo genuino y la honestidad. En Tatiana Mantilla se da la epifanía de una apuesta real en su fase de irrupción. Asistimos con este texto a la vida y obra de una artista de gran singularidad en nuestro panorama.


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