Ciertamente que el trabajo de Melina Fenice-Bonelli tiene la impronta propia de los años setenta. Dicha marca se refiere primordialmente a los aspectos formales; a la saturación del color y a cierta fuga mundi que caracterizó a las apuestas de esa década en lo que constituyó una decantación de la psicodelia de los sesenta.No obstante, tras esa estética tan peculiar en los significantes de esta creadora subyace una experiencia conceptual que apunta a la expresión confesional de un alma desgarrada. Aquí encuentro similitudes con las poetas confesionales y con otras artistas plásticas que volcaron su mirada hacia aspectos muy álgidos del Ser.Fenice-Bonelli proviene de la industria de la publicidad y del trabajo con creadores del calibre de Franco Rubartelli, por lo cual sus acabados y formas están revestidos de gran depuración. La aproximación a la plástica por parte de ella respondió de esta manera al deseo de canalizar necesidades expresivas referidas a una constelación íntima de sí. Así, el modo de concretar su planeamiento, en una primera instancia se dio mediante lo conceptual. Apareció entonces su primera propuesta, Dissonant dialogue, en la que la artista resignificó la poética cromática venezolana vista desde la lejanía que le representó vivir en la ciudad de Nueva York. Aquí se aprecia ese carácter poético de su obra plasmado en una suerte de discurso del desprendimiento. Se ve, además, en esta apuesta un cierto tono experimental pero referido, y esto hay que volver a decirlo, a la poética cromática propia de los años setenta. Quizá la creadora apunta en este caso a su propia interioridad y el camino que encuentra para hacerlo es justamente el color, en este caso algo de naturaleza indecible.Una segunda instancia de su trabajo aparece con Homo phone. En ella hay una mayor decantación desde el punto de vista conceptual y la artista dialoga con aspectos que tienen que ver con la tecnología en su relación con el fenómeno de la creación y de la experiencia estética. En este caso Fenice-Bonelli se vale de imágenes que habían sido tomadas de manera accidental con un Smartphone y que posteriormente fueron objeto de una curaduría para darle coherencia al discurso plástico. La propia Melina comenta que esas imágenes habían sido inicialmente desechadas para luego ser recuperadas al momento en que se planteó la hipótesis de que incluso el Smartphone podría estar emulando al propio acto creador ?tal y como podría terminar ocurriendo con dispositivos que se valen de inteligencia artificial?. Hay, si se quiere, un guiño con aspectos relativos a la denominada condición pos humana en este trabajo.Actualmente, la aproximación de Fenice-Bonelli al fenómeno estético asume una dimensión más honda y de profunda sedimentación con un proyecto fotográfico documental que está por aparecer al público. En el mismo se da una exploración en torno a la feminidad. Claramente en esta propuesta hay una impronta conceptual y el discurso poético se da desde una potencia inaudita. Existe en esta apuesta, de algún modo, una veta lírica honda. Esa fue, de hecho, la primera impresión que me dio al conocerla en persona cuando noté de inmediato la presencia de un alma que expresa su propio desgarramiento y su sensibilidad con una gran sutileza. Ella misma me comentó que su trabajo actual implica un mayor riesgo en cuanto a los tópicos y la intimidad del abordaje. Para Melina, el uso de las formas retro ha sido el pretexto para acceder a la dimensión de la plástica, no obstante que lo que subyace en su experiencia apunta a aspectos esenciales de lo humano e incluso a la perspectiva de la mujer en el mundo actual.Asistimos con esta propuesta al vuelo de una artista y un alma radiante que expresa aspectos de sí que son inmanentes al ser humano como totalidad. En su trabajo hay, per se, una celebración de la vivencia y un regodeo con estilos que resultan muy cálidos y de gran poder formal. 


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