Hace algunos días cuando regresaba a casa, luego de mi sesión  de training bike, me detuve a conversar en la acera con mi amigo y vecino de toda la vida, Carlos Enríquez-González, quien es hoy por hoy uno de los artistas plásticos venezolanos con mayor proyección internacional. Durante nuestra plática se detuvo un automóvil con unos jóvenes que preguntaban qué era exactamente la poderosa escultura ?el Darkron? de cuatro metros de altura que sobresalía del muro de la casa de Carlos. Los jóvenes incluso nos comentaron que ellos llevaban semanas apostando entre sí respecto al curioso objeto de arte y tenían la teoría de que pudiese tratarse de un Pokémon gigante. Ese hecho detonó en mí todo un montón de recuerdos y me vi de inmediato transportado a las primeras vivencias con mi amigo, hacia comienzos de los setenta.Esos días idílicos de nuestra infancia en la casa de los Enríquez eran plenos de arte. El padre de Carlos fue César Enríquez, un artista y cineasta ?director de la mítica La escalinata (1950)? que formó parte del movimiento de Los Disidentes del París de los años cincuenta y que para la época era director de telenovelas. La madre de Carlos es Violeta González, actriz de teatro y fundadora de la televisión nacional. De modo que no era extraño ver en esa casa a figuras de la talla de Alejandro Otero o Mateo Manaure, al igual que actrices de entonces tales como Helianta Cruz. Muchas anécdotas recuerdo de esa década. Fue inolvidable la oportunidad en que César Enríquez nos pidió en casa de mis padres unas ramas de uno de los eucaliptos que había en el jardín para usarlas en una escena de La fiera (1978), que era una de las telenovelas que estaba en boga en la tv por entonces y de la cual él fue director.La década de los ochenta significó, no obstante, una irrupción de lo hard en el sentido que la contracultura punk influenció a nuestra generación y muy pronto Carlos se volvió paladín de la misma. Así, por su casa comenzaron a circular figuras como el también artista plástico Luis Salazar y Enríquez-González se vinculó con creadores que dejarían una marca indeleble en el arte en Venezuela, tales como Cayayo Troconis, entre otros. Es justo en esa década cuando se dio una aproximación formal de Carlos a la plástica y sus primeros trabajos fueron circunscritos al plano bidimensional.Durante los noventa esas primeras aproximaciones se fueron decantando y el creador se acercaría a su línea de trabajo actual en la cual predomina la genitalidad femenina distorsionada en una suerte de surrealismo pop. Una de estas piezas, la Vagina brain monster, fue adquirida por el legendario artista Jeff Koons y dicho evento fue reseñado en un  programa de la BBC de Londres. En el mismo,  el mítico y glamoroso coleccionista Simon de Pury hizo comentarios en torno a la obra de Enríquez-González, lo cual le dio al venezolano el carácter de figura internacional del arte.          No es extraño ver figuras monstruosas en su obra. Hay incluso carruseles de cabezas y trabajos con títulos absolutamente traídos por los cabellos. Su propuesta surge de estratos profundos del inconsciente y sus sesiones de trabajo, a nivel de conceptualización, se dan de manera frenética en la misma modalidad ?automática? del surrealismo.El estudio del artista no es menos bizarro que su obra. En él hay no solo una colección de juguetes vintage alusivos a las series japonesas de los setenta, como Ultraman o Space giants; sino también una estantería que con un doble fondo al estilo de las películas de misterio despliega una cámara oculta con religiosidad afro caribe. Hay que decir que en la propuesta de Enríquez-González está la impronta del Sofubi, que es un tipo singular de juguetes nipones que se producen con un estilo de plástico único. Incluso, algunas de las piezas de este venezolano han sido hechas en el Japón.La obra de este artista es una que mueve al público y lo confronta de manera directa, al igual que posee acabados excelsos que le dan una gran depuración formal.Asistimos con este texto a la experiencia de un creador venezolano cuya figuración internacional y potencia le sitúan en el territorio de lo atemporal. Carlos Enríquez-González (derecha) y José Antonio Parra (izquierda). Circa 1971


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