?Mas, pregunto ahora, con palabras de abierta sinceridad venezolana: ¿qué vamos a hacer nosotros con nuestro Bello, retornado al seno de la Patria, con su carga luminosa de ciencia, de virtudes y de gloria? Labor estéril y falsa sería pensar tomarlo cual recamada túnica para vestir nuestras carencias de pueblo; peor aún servirnos de él, como pecaminosamente nos servimos del nombre venerable de Bolívar, para exportar gloria pretérita y recabar con ella interesados e inútiles aplausos, que hagan la cortina de ruido para ensordecer nuestros lamentos colectivos?.Así se interrogaba Mario Briceño Iragorry en un discurso que pronuncia en el Teatro Municipal de Caracas, el 29 de noviembre de 1951. En todo el bellismo venezolano no encontraremos una pregunta más honesta (y por ello más dolorosa) sobre lo que tendríamos que hacer con Bello, con su ciencia, con sus virtudes y con su gloria.No quiere para el sabio la suerte infeliz corrida por el nombre del Libertador. Menos, aún, que su nombre virtuoso sea invocado para ocultar actuales carencias y miserias (y en buena medida así se ha hecho), haciendo soñar hoy con un triunfo que sólo perteneció al pasado del humanista y dejándonos sordos de tanto pronunciar vacíamente su nombre para no permitir que resuenen los tristes trenos de la Venezuela de hoy, que poco o nada se hace merecedora de la gloria del astro.Ante la pregunta de don Mario, ?¿qué vamos a hacer nosotros con nuestro Bello, retornado al seno de la Patria??, pareciéramos aún no tener respuesta o responder con el tantas veces justificado regreso imposible de Bello, retroceso en su proyecto de civilidad y de bien, sólo posible de ordenar desde los áureos espacios que las musas le permitieron en Inglaterra y Chile. Sueño promisorio. Prodigio de una utopía de arte, libertad y progreso para las naciones americanas, por el que clamamos a los 150 años de su muerte.  


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