Intento parafrasear la recomendación de James Carville a Bill Clinton, en su primera campaña presidencial. Le preocupaba que Clinton, hombre de gran habilidad retórica, se dispersara hablando de muchos temas a la vez.?It?s the economy, stupid?, escribió Carville en un gran pizarrón en la entrada de la oficina que servía de sede al comando de campaña. La recomendación se hizo famosa tanto por su desenfado, como por sus consecuencias. Allí comenzó el ascenso vertiginoso que llevaría a Bill Clinton a la Casa Blanca, derrotando a un presidente que no solo había estado al mando al fenecer la Unión Soviética, sino también ordenado la exitosa Operación Tormenta del Desierto, que libertó en pocos días a Kuwait, riquísimo emirato árabe, que había sido invadido por Sadam Hussein.Bush, que el año anterior gozaba de 73% de aprobación de gestión, no se había dado cuenta, y Clinton a decir verdad tampoco, de que finalizada la Guerra Fría, y con la poderosa Marina norteamericana controlando el golfo Pérsico y estrecho de Ormuz, para el ciudadano común las prioridades habían cambiado. Desaparecido el enemigo, aspiraban a pagar menos impuestos, tener mayores oportunidades de empleo o  acceso a la vivienda o al crédito para enviar a sus hijos a la universidad, En fin, deseaban elevar sus perspectivas personales y familiares, después del largo sacrificio que impuso la larga confrontación con la Unión Soviética y la carrera espacial.De allí el consejo de Carville, ?es la economía, Estúpido? (ocúpate del elector, ocúpate de SUS inquietudes, de sus necesidades), algo que Clinton, habiendo sido varias veces gobernador conocía de cerca y sabía hacer muy bien.?Señor presidente ?dijo Clinton dirigiéndose a George Bush, el viejo, en un debate posterior?, usted ha sido embajador en la ONU, fue vicepresidente de Ronald Reagan, alcanzó la presidencia, y debo aceptar que lo ha hecho bien. Pero dígame una cosa, señor presidente, ¿sabe usted cuánto cuesta un kilo de tomate? Bush, sorprendido por la pregunta, no supo qué responder.Varios años después conocí a Carville en Washington. Desayunamos en el hotel en el que me hospedaba. Había expresado interés en explorar la posibilidad de asesorarme, un lujo que yo no me podía dar, pero años después, contratado él por un influyente grupo venezolano, fui invitado a conocer sus propuestas.Su mensaje se traducía en algo muy sencillo: Si quieres ganar, no le quites la vista a la pelota. En otras palabras, si quieres que tu mensaje llegue, responde a las inquietudes del elector, plantea ideas que conduzcan a resolver aquello que más les preocupa, genera esperanzas en tu capacidad para encarar el reto que te va a tocar.Lo anterior viene a propósito de varias entrevistas a las que he tenido acceso a través de los medios internacionales y con motivo a  la elección del presidente de la nueva Asamblea Nacional venezolana, cuya puja parece haber llevado a olvidar que si no logramos unirnos en torno a un solo candidato, y el pueblo llega a pensar, sea cierto o no, que poco nos importa su suerte, la luna de miel con la MUD muy poco durará.No soy quien para dar consejos, pero les aseguro que si yo, o cualquier otro, le pidiera hoy a Carville una recomendación, una sola, sobre la forma de conducirse  para administrar la victoria lograda el 6-D, el gringo pediría un pizarrón y allí en letras grandotas escribiría, en inglés, claro: Ocúpate del pueblo, estúpido.  


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