Cuando pensé en este este artículo no caí en cuenta de lo cercano que estaba de la película  La vida con Pi, aquella película de un joven que naufraga teniendo como único acompañante un tigre, Richard Parker. Una historia donde el creer, tener fe y luchar cobra sentido aún en las más adversas condiciones.Este artículo lo he escogido con el fin de narrar algo que me ocurrió, una experiencia donde lo verdaderamente humano coexiste  con la cruda realidad que nos toca enfrentar a diario, reflejo de que es todavía posible encontrar en este país lugares y  espacios  de esperanza.Hace unos  días dicté un taller de moral y ética a unos jóvenes estudiantes de la Academia de Policía del Municipio Sucre. El tema, escogido por el director de la mencionada policía, se convirtió en todo un reto para mí.Académicamente es un tema recurrente en mis estudios que  aunado a lecturas  que he realizado a modo de interés personal, me permitieron internalizar el manejo de  suficientes herramientas como para enfrentar dicha propuesta.Analicé en aquella oficina del director de PoliSucre la propuesta rápidamente,  con toda responsabilidad de lo que significaba aceptar y no dude un momento, acepté aquella tarea. Me parecía la oportunidad de oro de hablarles a estos estudiantes de algo que habría que hablarle a este país entero.Después de un mes de esa conversación, hace dos semanas con mi material preparado y habiéndome  asesorado  con especialistas como el profesor Vizcaya, decano de la Facultad de Humanidades de la UMA, llegué al sitio del encuentro. Me sentía entusiasmada de hablarles a futuros funcionarios policiales de algo tan necesario y a la vez desdeñado como son la moral y la ética en la sociedad a la que pertenecemos.Me bajé en aquel sitio un poco inhóspito que es El Coliseo de La Urbina, sede principal de la Policía de Sucre; un sitio que por su gran tamaño y compleja forma asumo es difícil mantener en adecuadas condiciones porque lamentablemente  requiere de un poco de mejor mantenimiento y dotación.Una vez en el aula  me paré frente a este grupo de jóvenes, para mi sorpresa en su mayoría bien dispuestos, interesados y  motivados.Traté de hacer un rápido diagnóstico del público a quien me estaba dirigiendo, romper el hielo y crear un ambiente de cierta empatía. Cual no fue mi sorpresa cuando algunos de ellos respondieron rápida y favorablemente a participar con comentarios y preguntas en aquel encuentro. El tema fue asumido con interés y análisis crítico.Descubrí más conciencia ética en estos jóvenes de lo que me imaginaba y más noción de lo moral de lo que esperaba, toda una  revelación dentro del panorama de desasosiego, desidia e indolencia en el que vivimos.Mientras ellos hablaban yo pensaba dentro de mí: ?Todo no está perdido?. Al contrario, creo que tenemos más fortalezas de lo que como sociedad creemos tener.  Oírlos comentarios de estos estudiantes a frases como por ejemplo ?La moral no es una cuestión de opiniones?,  en contraposición a lo que estamos acostumbrados en Venezuela, que la moral y buenas costumbres son casi sinónimos de lo que mejor  conviene sin importar qué ni cómo, me dio un aliento de esperanza.Lo que me demostró en gran medida la sinceridad tras las palabras de muchos de estos muchachos es  el gran sacrificio que hacen a diario por llegar a la Academia todos los días. Muchos viven lejos  y para estar a las 6 de la mañana en La Urbina, hora que comienzan sus actividades de formación, deben pararse cada mañana a las 3:30 am,  llegando  cada noche cerca de las 9:00 pm de regreso a sus casas.Es increíble y sobre todo admirable este esfuerzo de estos jóvenes por estudiar, por querer aprovechar esa oportunidad de ser funcionarios policiales de este país, profesión difícil, ardua, mal pagada y desprestigiada.Para mí esto es una de las mejores lecciones  para creer que hay esperanza; sí nos toca naufragar  nuestras acciones son las que marcaran la diferencia


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