Algunas actividades de la creación contemporánea en Venezuela impresionan y conmueven por el valioso legado de sus cometidos. Cuando en medios áridos y casi imposibles como los que vivimos, la perseverancia del gesto profundiza en contenidos capitales para el arte como forma dinámica de construcción e interacción colectiva, es necesario sentar un precedente a través de la palabra, reconocer eso que con mucha asertividad conecta la voluptuosidad de los materiales con la esencia del ser individual y la acción social.Miguel Braceli, arquitecto y docente de la UCV, es un creador que camina con paso sereno por estas vías. Tuve la oportunidad de conocerlo cuando hace dos años realizó el taller de Prácticas VS Teoréticas en el Museo de Arte de Valencia, MUVA. Como buen artista-arquitecto la descomposición de los materiales para crear nuevos sentidos espaciales en el área expositiva era ya una constante. Recuerdo las palabras que intercambiamos con respecto a la obra Cuando la fe mueve montañas del performancista Francis Alÿs; proyecto de desplazamiento geológico donde 500 voluntarios deslizaron por varios centímetros una duna de 500 metros de diámetro situada en la periferia de Lima. Aunque el resultado fue imperceptible a nivel formal, una profunda ganancia poética brotó tras la experiencia, pues si una comunidad es capaz de mover una montaña en equipo, pues es capaz de movilizar cualquier cosa en conjunto que pueda favorecerle..Luego de este primer encuentro un cruce de nuevos acontecimientos transcurrieron en la obra de Braceli, una gran cantidad de intervenciones participativas en distintos espacios públicos con materiales industriales y gracias a la colaboración de la gente. Una de las más especiales fue el proyecto Área en Plaza Caracas (2014), donde los participantes movilizaron 400 metros de cinta de polietileno con la finalidad de construir una dimensión inédita que a nivel estructural propició el enlace cívico dentro de un lugar altamente politizado.Hace unos días tuve la oportunidad de ver de nuevo su trabajo y los resultados de un taller que impartió en el Maczul. En la primera sesión reunió a los participantes para alzar una bandera traslúcida con dos astas flexibles de varios metros de altura. Cada grupo intentaba sin éxito llevar el volumen hacia su zona, hasta que cansados comenzaron a ondearla entre todos. Braceli grabó esta reveladora acción casi política desde el manto asfáltico del techo, situación que lo insoló, impidiéndole asistir a la intervención de la mañana siguiente. Sin embargo, bajo la coordinación de la artista María Verónica Machado, los alumnos acudieron a su cita frente a la Basílica de La Chinita, donde levantaron una delicada nube junto a transeúntes que se les unieron para erigir un lugar de sosiego en medio del agobio central de la ciudad.Mientras veíamos el video, Miguel me explicaba que aunque no había asistido le complacía mucho que la acción se realizara: «¿Sabes? Es muy hermoso porque el proyecto se desprende de mí y se asienta en otros. Pasó lo que tenía qué suceder y eso es extraordinario». Al escuchar estas palabras pensé en la generosidad de esta propuesta y en la gran enseñanza para todos los que aquí habitamos: lograr a través del arte, en un país tan polarizado y violento como el nuestro, la posibilidad real de una esfera distinta, de un perímetro de equilibrios individuales y colectivos donde podamos por fin encontrarnos, convivir, respirar. 


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