A una semana de las elecciones parlamentarias en Venezuela todo indica que la oposición logrará la mayoría en la Asamblea Nacional, si el país sale a votar.Las excusas de la ?guerra económica? y las conspiraciones no funcionaron. El Gobierno pensó que podría reeditar otro Dakazo y se equivocó. No hay un líder comunicador ni excedentes de ingreso petrolero que utilizar en la ecuación electoral. Todo lo contrario. Ahora comienza, lamentablemente, a escalar el flagelo de la violencia política, que ha mostrado su rostro brutal en el asesinato de Luis Díaz, dirigente regional de Acción Democrática. Quienes testimoniaron los hechos identifican a grupos armados, afines al oficialismo o promovidos por este, un señalamiento muy grave que se formula en el contexto de una profunda falla de credibilidad de las instituciones policiales y judiciales. No se ve, pues, cómo se manejarán (y contendrán) las consecuencias del crimen que cobró la vida del joven activista opositor.De hecho, ya hay voces oficialistas cuya insólita reacción es proponer una investigación penal por difamación contra Henry Ramos Allup, Secretario General de AD, por denunciar la dolorosa y violenta pérdida de su compañero de partido. El oficialismo persiste en el ataque de más dirigentes opositores, por el expediente de  judicializar la política en un sistema judicial politizado. Y sin expresar siquiera un atisbo de dolor, preocupación o solidaridad con la familia del dirigente político asesinado.En medio de tan espinosas circunstancias, la oposición (convertida ahora en alternativa desde el espacio parlamentario) deberá administrar con inteligencia un triunfo que todo parece indicar.Una mayoría de la opción unitaria en la Asamblea Nacional es el comienzo de una nueva etapa en esta compleja dinámica de cambios puesta en marcha desde el fallecimiento de Hugo Chávez, cuyo legado económico hizo crisis con la caída de los precios del petróleo. En otras palabras, al colapso productivo del país, cosechado en una década de terribles desaciertos económicos disimulados por la bonanza fiscal petrolera, le llegó su hora final con la pérdida de más de la mitad de ese ingreso. El régimen difirió cambios inaplazables, intentó escapar hacia adelante y venderle al país una narrativa que nadie le compró.Una mayoría parlamentaria no puede ser esgrimida como un garrote político. Sería un grave error. El oficialismo no se dio cuenta de que mientras la crisis económica aceleraba el descontento, también perdían la credibilidad para cambiar su suerte, entre otras cosas porque desatendieron la urgente necesidad de convocar un gran acuerdo nacional para redireccionar la economía del país. Ese acuerdo no solo era necesario sino que era un clamor de todos los sectores del país, que aún resuena. La convergencia nacional está pendiente como propuesta que le toca anticipar a la fuerza política que emergerá en el cambio parlamentario que se avecina.Al liderazgo democrático del país le corresponde evitar que la Asamblea quede reducida a un campo de estéril conflictividad política, sin capacidad de incidir en el manejo de una crisis que se agravará en el 2016, tanto en su dimensión económica como en lo social. Los objetivos de amnistía política, reconciliación sin impunidad, así como un acuerdo nacional para relanzar la economía a través de la inversión y la producción, son prioritarios para enfrentar la crisis con sensatez, conjurando desde el primer momento el «conflicto de poderes» del que habla Diosdado Cabello, siempre en registro violento.¿Cómo persuadir a algunos sectores hasta hoy silenciados del liderazgo oficialista de que llegó su momento? ¿Cómo lograr que asuman un compromiso desde el chavismo con la historia democrática del país?Hay cómo hacerlo. Y ya incluso asomanindiciosauspiciosos. A nuestra Unidad de Análisis Político y Económico, del Centro para la Democracia y el Desarrollo en las Américas, llegaron los resultados de una reciente encuesta comisionada para explorar, más allá de lo electoral, varios aspectos claves en la opinión pública frente a la crisis venezolana. Un dato impactante es cómo la caída de popularidad y pérdida de aprobación de Nicolás Maduro comienza a impactar negativamente la «imagen de Chávez». Es decir, uno de los efectos de la presidencia de Nicolás es la corrosión de la «marca» política que los mantiene (y podría mantener) vigentes en el espacio político histórico que ellos mismos han construido. Es algo parecido a lo que pasó cuando los errores y falta de credibilidad de los dirigentes de AD y COPEI terminaron por hundir al sistema bipartidista,que era consustancial para la institucionalidad conocida por el país.Al principio del descenso en el apoyo popular de Maduro,la imagen de Chávez permaneció incólume por encima del 65% en promedio, incluso en su clímax durante el 2014 con 68%. Ya no es así. Solo en 2015 Maduro pasó del 33% a casi un 20%, y ahora sí arrastró a su ?padre político? cuyo recuerdo positivo también cayó de 68 al 49 por ciento.El resultado del 6D debe ser interpretado por todos como una oportunidad para dar un giro hacia la democracia? o ingresar en una etapa peor, mucho peor, que la vivida estos últimos años.Ese es el reto y la responsabilidad que recaerá en los líderes que surjan, en ambas bancadas, después de las elecciones parlamentarias en Venezuela, cuando se dará inicio a una nueva etapa en la historia del país. Para bien o para mal.  


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