Las diversas protestas de este martes no solo evidenciaron que sí hay en Venezuela una generalizada y creciente ira a consecuencia de los indescriptibles abusos a los que su sociedad está siendo sometida, sino que un pueblo, sobre todo cuando es empujado a una situación en la que se ve privado de la capacidad de satisfacer sus más básicas necesidades, no actúa en función del parecer de uno u otro actor sino por aquel prístino instinto arraigado en cada uno de sus miembros: el de sobrevivir y asegurar, a su vez, la supervivencia de los seres queridos.Es ese precisamente el punto en el que hoy se encuentra el país, por lo que, para evitar indeseados males, cobra capital importancia el que aquellos con un verdadero ascendiente dentro de esta sociedad intenten canalizar de manera constructiva la peligrosa vorágine de sentimientos y expectativas surgidas de unas urgencias que no se pueden ignorar, ya que hacerlo implicaría la automática complicidad en lo que, sin exageración alguna, puede ya calificarse de genocida marcha a la disolución nacional.Claro que en el actual estado de cosas resulta en extremo difícil el logro de la conciliación entre el ?deber ser? político y las mencionadas urgencias sociales; y ello por una muy sencilla razón: no queda tiempo.No les queda tiempo a quienes, para salvar la vida, requieren de medicamentos de los que no disponen, ni a los millones de niños cuyo adecuado desarrollo futuro depende del inmediato acceso a la saludable dieta de la que se encuentran desprovistos, ni tampoco a la miríada de trabajadores cuyos medios de subsistencia están a punto de ser totalmente destruidos por las malas entrañas del hatajo de inescrupulosos que prefieren una tierra quemada a una nación libre de su pernicioso régimen.Por tanto, una pacífica y bien organizada presión popular para acelerar la constitucional destitución de esa suerte de ?pranato? devenido seudogobierno ?por el mayor de los errores de toda la historia republicana del país? no solo es una opción a ser contemplada sino un auténtico imperativo, máxime en momentos en los que se está tratando de echar mano del que quizás es el último de los recursos que queda para acabar en sana paz con este horror: el referendo revocatorio.Y también constituye ello un imperativo porque la no canalización de esa colectiva ira podría conducir a la apertura de una caja de Pandora que solo Dios sabe qué males contiene, por lo que más vale mantenerla cerrada con la llave de tal presión popular.


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