El barrio 11 es un extraño lugar de pequeños inmuebles de unos cuatro pisos con altillos de tejas azules y grises. Son las tejas típicas de los techos de París, recientemente declarados patrimonio mundial de la humanidad. Algunas calles que llegan a la Rue Charonne son peatonales. En ellas un universo de pequeños comerciantes ofrece gastronomías artesanales, además de las clásicas panaderías, carnicerías y, por supuesto, las queserías, con multitud de productos lácteos. Está claro que sin los cafés, París no sería París. Aunque los Starbucks van arrasando en el mundo entero, los cafés franceses resisten. Hay muchos bistrós que ofrecen un muy buen almuerzo ejecutivo, y muy seguramente un steak-frites o un b?uf bourguignon estarán en el menú.Con la llegada de los inmigrantes hace unas décadas, algunos restaurantes asiáticos hicieron su aparición. Es el caso de Le Petit Cambodge, donde ahora murieron 16 personas, un restaurante tradicional que enriqueció la oferta gastronómica de la ciudad. La localidad 11, como muchos otros barrios parisinos, es, en otoño, muy animada; la gente camina, se toma un vino y comparte un paté y un trozo de baguette. Así debió de ser la noche del 13 de noviembre, una noche extrañamente cálida para el otoño francés.Nunca fui al Bataclan. Pero mi madre, en los años cincuenta, escuchó a Édith Piaf en ese teatro y siempre hablaba de esta gran estructura, con sus balcones y sus centenares de sillas. Me gustaba pasar enfrente y contemplar su arquitectura, algo barroca y colorida.Ese París de mis recuerdos me hizo llorar ante la barbarie de estos días. Como tantas veces he llorado por Colombia. Por supuesto, no hay comparación posible. Pero ante tanta atrocidad es preciso encontrar palabras, y no las hay. No hay diálogo posible, pues estos jóvenes, adoctrinados al máximo, no están ahí para dialogar, solo para matar y morir. Es exactamente eso el terrorismo.Y sin embargo seguimos necesitando explicaciones, por lo menos para tratar de entender lo incomprensible. Las explicaciones geopolíticas están, pero no son suficientes. Quizás la sociología nos puede ayudar. Para muchos intelectuales, que en Francia siguen jugando un papel importante en los análisis de sociedad, los jóvenes, y muy particularmente los de los suburbios parisinos, sienten una imperiosa necesidad de trascendencia que ni la República, ni la laicidad, ni este mundo del consumismo les ofrecen. Es la religión que brinda trascendencia. Y hay que reconocer que hoy día, en una Francia donde la deuda de la integración, acompañada de una enorme tasa de desempleo, sigue impactando a los hijos y nietos de aquellos inmigrantes, ni los valores republicanos de igualdad, libertad y fraternidad ni la laicidad les permiten soñar en un mejor futuro.Y el hecho de que Francia sea hoy uno de los países del mundo con una laicidad más enraizada (más de un siglo) explica por qué constituye el blanco privilegiado del terrorismo. Francia moviliza valores que pensamos universales, y de ahí la reacción de solidaridad y miedo de muchos países en el mundo. Pero Occidente no es el mundo, como sin duda me lo recuerda cada día lo que he aprendido en Colombia. La laicidad por la que tanto luchamos en ese país debe constituir un concepto más amplio, más flexible y diverso, que se alimente de la multiculturalidad. El doloroso aprendizaje de estos terribles hechos es tal vez el de imaginar una laicidad que permita a la vez pensar espacios de trascendencia y de contrapeso a la sociedad de consumo. Hoy, mis lágrimas siguen acompañando a los franceses.Florence Thomas, Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad. 


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