Hace 20 años a los expertos del Banco Mundial les asaltó una duda sobre el real número de pobres que existían bajo el cielo chino. Se hablaba en la época de 100 millones de ciudadanos en situación de penuria económica. Las investigaciones que se ordenaron arrojaron una situación patética: la realidad más que triplicaba la creencia. Algo menos de un tercio de la población del vasto país se ubicaba por debajo de la línea de la pobreza, es decir 350 millones de seres humanos. El colosal faltante de pobres era fácil de discernir: la definición de pobreza por parte de sus autoridades no era tan estricta como la internacional. Sus parámetros se divorciaban de la norma del BM en una proporción tal que resultaba útil a los opacos intereses de Pekín. Además, cualquiera que fuese el número efectivo de pobres, las autoridades del gigante de Asia se contentaban con anunciar al mundo que la pobreza había disminuido gracias a las reformas económicas emprendidas hasta entonces. Una visión de lo que ocurre en nuestros días no nos enfrenta con un panorama alentador. Hace pocos días un despacho de la France Press anunciaba que las cifras oficiales chinas admitían que hay hoy 82 millones de ciudadanos que viven en el país emergente con menos de 1 dólar diario. Una vez más la metodología de cálculo nos jugaba una mala pasada ya que, mientras en la capital del Imperio del Medio 1 dólar es el umbral de ingreso diario por debajo del cual un ser humano es considerado pobre, el Banco Mundial continúa siendo tercamente exigente con los parámetros que maneja en este particular. Es por debajo de 1,25 dólares diarios de ingresos que un ciudadano se adentra en el drama de la pobreza. Si los estándares internacionales fueran los aplicados, otros 40 millones de almas podrían entrar en la cesta de los desfavorecidos. La buena noticia es que, aun tomando los parámetros del Banco Mundial como los válidos, los 120 millones de chinos pobres no alcanzan a constituir sino algo menos de 10% de la población total de la gran nación a esta fecha. ¿Hay razones para sentirse razonablemente felices con la evolución descrita? Sin duda. Mientras la población del país se expandió de 1.100 millones a 1.400 millones de individuos en estos años, aquellos marginados del desarrollo pasaron de constituir el 9% del total a convertirse apenas en 5,8%. Todo ello si tomáramos por buenas las cifras oficiales de hace 2 décadas y de ahora. Pero quienes hacen de las ciencias poblacionales una materia de estudio dirán que otros elementos cualitativos son igualmente determinantes para calibrar los efectos de la exclusión en una sociedad. La China rural que ha estado de espaldas al insolente desarrollo de tres décadas aún mantiene centenares de millones de ciudadanos sin acceso al agua potable y a la electricidad, a las vías de circulación y transporte y a la educación y salud. Sobre estos bolsones de comunidades marginadas de las bondades del progreso no existe medición alguna que permita calificarlos como pobres. Sin caer en el demérito de lo que ha sido una tarea épica en materia de desarrollo y de viraje hacia la ortodoxia por parte del gigante asiático, es preciso subrayar la importancia de mediciones veraces y confiables para preparar el rescate de las inmensas masas que se han estado quedando rezagadas? aunque numéricamente no se encuentren registradas. 


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