No necesito ver el reloj para saber que aún no amanece. La casa está en silencio, o casi en completo silencio, porque solo escucho el rumor del refrigerador, el soplido del aire acondicionado, el esporádico tintineo del collar de una de las perras cuando se sacude. También escucho el latido de mi corazón. No hay claridad en las ventanas. Es otoño y el sol no tiene apuro en asomarse.Me siento a escribir en la mesa del comedor porque aún no he podido dormir. La noche ha sido larga, intensa, frágil como una porcelana. O en realidad debería decir que la noche ha durado lo que tiene que durar, pero a mí se me ha hecho larga porque me siento como un elefante en una cristalería. Torpe, incómodo, inquieto. Se sienten muchas cosas rotas.Noche de insomnio. De corazón agitado, de mente proyectando una película que solo existe aquí adentro. Las imágenes no son reales pero las emociones sí. Así es como nos arrastran las historias que nos contamos.Podría decir que he aprovechado la madrugada: pasé un buen rato en el cojín, meditando. Luego hice zapping frente al televisor, mientras intentaba distraerme. Más tarde leí un libro, después salí a correr por las calles vacías. Tras ducharme, cociné una omelette para el desayuno, colé café, tosté una rebanada de pan integral. Hace poco me senté ante el computador. Y aún no amanece.Quisiera que la noche hubiese sido distinta, pero no fue así. La realidad es como es, y a pesar de mi desvelo, logro entender que en cada momento surge una oportunidad de practicar, de observar los sobresaltos, de prestarle atención a los pensamientos, de decidir si me engancho en esta película o suelto el drama. Durante estas horas el péndulo de las emociones ha recorrido casi todos los cuadrantes: lágrimas, risas, suspiros. Mientras todos duermen, aquí estoy, transitando caminos rocosos.Lo sé. Son noches como esta las que brindan la oportunidad de practicar lo aprendido. Cuando el día es perfecto la vida luce más fácil, pero con las noches largas es otra historia.Ahora el silencio es más evidente. El motor del refrigerador se ha detenido. Escucho un pitido en los oídos. Ahora cruje la silla. Nada de luz en las ventanas.Sé que aquí adentro existe la luz que busco allá afuera. La he sentido muchas veces, tan real como el océano de amor donde he nadado antes. Pero esta noche no la veo, tampoco escucho el oleaje. Desde la cornisa donde escribo pareciera existir la noche y el insomnio. Agradezco que sea así. Esta es una buena oportunidad de practicar, de hacer espeleología en las cavernas del alma. De buscar un rastro de luz y entender que para conocer la calma hacen falta tormentas.Cierro los ojos. Cuando los abro veo algo de claridad en el patio. Es una luz que viene de lejos, calentando el aire, disipando tinieblas. Los pájaros despiertan, cantan su rutina de encanto. Falta una hora para que suene el despertador. Quizás después del punto final pueda dormir un rato. De no ser así, seguiré practicando.


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